Síguenos en redes sociales:

Tangram

(XLIX) El silencio del virus Por Jabo H. Pizarroso

This browser does not support the video element.

Audiofragmento del capítulo XLIX, locutado por Ohiane Sarrionandia

Imaginó Juantxu el plano de Zaramaga. Tú puedes. Concéntrate. Pensó Juantxu. Pero no podía. Mira que lo revisó veces para grabarlo en su cabeza. Quería andar con la mente por él antes de caminar sus calles a lo loco. Intuía que así descartaría los lugares en los que no vivía Julen, la persona que hacía las ilustraciones de el silencio del virus, último punto antes de ir a por Matos.

Juantxu tenía que conocer como su alma la forma de ese barrio. De golpe le sobrevino la cara de alguien. Recordó a Josu con claridad, con fuerza. Josu era un experto en lo que Juantxu intentaba conseguir. Josu tenía una inteligencia espacial asombrosa. Josu lo haría sin pensar. Si estuviera vivo. Este pensamiento se le escapó. Juantxu intentó borrarlo. Imposible.

A Josu le encantaban los juegos que exigían un esfuerzo mental como aquel. Juantxu sabía que tenía que resolver aquel desafío. La única pista de la que disponía para llegar hasta Julen era la frase del capítulo cinco.

Gogleó: Julen, Zaramaga, El silencio del virus. Allí estaba, en la primera entrada.

En uno de ellos, llamado por sus gentes, de Zaramaga, vivía Julen. ¿Y la siguiente frase, pensó Juantxu tras leerla? En ese mismo trozo del puzzle, ni cerca ni lejos, también vivía Javier.

Por ahora Julen. Ya habrá tiempo para Matos. Pensó Juantxu.

Se ayudó de Google Earth. Capturó pantallazo con algunos símbolos. No había manera de reencuadrar sin quitarlos, pero consiguió ver al fin la forma del barrio de Zaramaga sin que le molestaran los street view o las brújulas.

Una vez capturada la imagen rotuló con su dedo la silueta del barrio con el marcador de edición de fotos. La figura que salía le recordó al principio la forma de un calzoncillo, ¿una tienda de ropa? Más tarde un diamante, ¿una joyería? Demasiado obvio para Matos. Pensó Juantxu.

¿Cómo encontrarle? ¿Cómo llegar hasta Julen y descubrir si de verdad existía como hizo Unai con Miren? Pensó Juantxu.

Sabía también que ese era el último paso que tenía que dar antes de llegar con Unai hasta Matos. Juantxu desconocía que acababa de cruzar de manera voluntaria la línea de sombra entre lo real y lo ficticio.

Estudió durante casi tres días el mapa del barrio de Zaramaga. Lo calcaba. Lo dibujaba a mano alzada. Luego recortaba aquella figura geométrica y se pasaba rato mirándola, girándola con los dedos. Extremaba hasta el límite su pareidolia, la capacidad de ver figuras de cosas reconocibles en aquel trozo de papel.

Le sacaba al día todo el tiempo que su teletrabajo como periodista le permitía. Cuando no podía más, intentaba involucrar a Unai en la búsqueda. Pero Unai tenía más que asumida la derrota.

Aunque a veces Juantxu le convencía. En esos momentos le cogía de la cara y pegaba su frente contra la de Unai. Le gritaba que creyera en él, que tarde o temprano darían con la casa de Julen. Más de una vez sonaron los conocidos bips en uno u otro móvil. Unai se enfadaba. Se resistía a que Matos siguiera ahí, escuchando sus conversaciones, sus quehaceres, su intimidad, sus divagaciones. Y solo en ese instante, Juantxu le explicaba por qué tenían que seguir con los móviles abiertos.

Cuando estemos cerca de la casa de Julen, ese mamón nos dará la última pista. Tiene que saber siempre dónde estamos. Antes nos necesitaba él. Ahora los que le necesitamos a él somos tú y yo. Los dos sabemos ya hasta dónde quiere llegar con esa puta novela y tenemos que impedirlo. No lo diré. Pero los dos lo sabemos. Dijo Juantxu al cíclope de los dos ojos de Unai.

Aquel tercero de la octava semana Unai se levantó tarde. Unai entró al despacho de Juantxu cuando este casi tenía segmentado en formas el mapa de Zaramaga. Juantxu no se dio cuenta de que Unai le miraba por encima de los hombros.

¿Sabes a que me recuerda? Dijo Unai.

¿A qué? Preguntó Juantxu.

Al Tangram. Dijo Unai. Pero faltan líneas. En el Tangram hay cinco triángulos, un romboide y un cuadrado.

Unai cogió uno de los rotuladores.

Si trazas esta, y esta y sobre todo esta. Espera. Espera. Espera. Ahí está. Lo tienes. Cinco figuras geométricas iguales, aunque de distinto tamaño, más dos diferentes a estas y entre ellas. Triángulos, romboide y cuadrado.

Juantxu y Unai observaron las siete piezas de Tangram que encajaban a la perfección en el plano del barrio de Zaramaga.

Mira aquí. Dijo Juantxu. Este es el punto donde más líneas se cruzan. Cinco. A Josu le flipaba el Tangram. Dijo Unai mordiendo el capuchón del rotu y pulsando con el dedo justo en el centro del plano, el sitio donde estaba enclavado el monumento a los asesinados del 3 de marzo, como supieron luego.

Unai no quiso acompañarle. Ese era el lugar. Julen vivía en el centro del Tangram. Cuando llegó se puso a esperar. Sabía que Matos se encargaría de regalarle la última pista. Tardó. Pero al final lo hizo. Juantxu oyó el inicio de una melodía orquestada. Era Campanades a morts. Era la canción del 3 de marzo. Caminó hacia el lugar del que salía la música. Era un bajo.

Tocó la puerta. La puerta blindada se abrió con un clapk metálico. Entró.

Superó un gran perchero atiborrado de todo tipo de gorras y sombreros.

Luego descubrió fascinado que todas las paredes de la casa estaban pintadas con ilustraciones de El silencio del virus. Se paró frente a la del Sebastián con flechas.

Hay que acabar con esto. Pensó Juantxu.

Notó que alguien le miraba. Se giró. Era Julen.Continuará