Mientras ellos hablaban. Jelen y Unai. Por fin hablaban. Ellos no sabían, lo sabrían más tarde, que muchas de las cosas que no recordaban en aquel instante, un momento del vigésimo séptimo de cuarentena, un día sin periódico de noticias, frente a frente, quedarían finalmente recordadas y puestas al detalle en el capítulo de el silencio del virus que describiría con fidelidad aquella conversación.

Y no por arte de magia. Simplemente porque el que escribiría el capítulo que iba a contar esa conversación sí que recordaba detalle por detalle la escena, el lugar, el momento, el aire, las miradas, los datos más minuciosos de lo que Jelen trataba de agarrar en su remoto pasado mediante las palabras, algo que Unai empezaría a recordar de manera muy leve.

Y se sucedían las ambulancias bajo la casa que todavía compartían Jelen y Unai, con su agudo y molesto zumbido que acallaba las frases durante unos segundos, como si el ruido aquel les pusiera en el rostro nasobucos, mascarillas, tapabocas, barbijos atados que cubrían la mitad de la faz.

No era nada fácil para Jelen. Llevaba tiempo con la mosca detrás de la oreja, pero no había tenido ocasión, y además no le había dado mucha importancia. Hasta aquel día. Cuando Jelen de verdad le dio la importancia que tenía todo aquello. Aquel encuentro entre la pareja fue posible porque ante la insistencia de Unai, Jelen se pidió un día de permiso para coincidir con él.

Unai había hecho los deberes por su cuenta, alentado por Juantxu, que se había erigido en el dinamizador de aquella operación de busca y captura del autor de el silencio del virus. Y la tarea, al no guardar fotos de la época del Instituto de Los Herrán, fue otra. Buscó en los armarios y en los cajones que pertenecían a Jelén y encontró un cuaderno y los recortes de las páginas del periódico de noticias que contenían cada capítulo de el silencio del virus. Todos en orden, cortados a cutter tembloroso, metidos en una carpeta. Y se los puso delante a Jelen, como queriendo pedirle explicaciones por aquello.

No sabía que lo estuvieras leyendo tú también. Dijo Unai.

Hay muchas cosas que no sabes. Le respondió Jelen firme.

Pues nada. Le contestó festivo y grandilocuente Unai. Tenemos tres horas. Ya me dirás. Le acabó Unai por decir.

No te voy a contar todo. Solo una parte. Si no te has enterado tú por tu cuenta, no merece la pena. Dijo Jelen.

Unai le escuchaba nervioso. Unai sentía que estaban en un momento trascendental de sus vidas y por eso mismo cualquier gesto, cualquier tic nervioso, cualquier palabra soltada sin filtro, podía convertirse en una gota de saliva que llevara dentro de manera invisible y silenciosa el virus de un desencuentro imprevisto.

Desde hace mucho que vengo leyendo, porque ahora está bloqueada, una página escrita por él.

Y cuando Jelén se refería a él, se refería a Matos.

O sea, que le conoces. Dijo Unai.

Claro que sí. He llegado a descubrir quién es. Y tú también le conoces, pero no te acuerdas. Dijo Jelen. Iba con nosotros a clase en segundo de BUP. Pero veo que tú no te acuerdas. Tú conociste más tarde a su hermano, a Josu, el que se mató en aquel accidente. Pero antes habías conocido a Javier. Expuso Jelen.

La verdad, si no me das más datos, me temo que no. Creo que no. Dijo Unai.

Las primeras veces fue en un baño. Dijo Jelen. Yo no estuve en aquellas ocasiones hasta que un día tú, Landa, Juantxu y Eduardo me dijisteis que entrara con vosotros, que nos íbamos a fumar un porro. Yo entré al baño de tíos. Y nos encontramos con él ¿No te acuerdas? ¡Mira, el maricón!, fue lo que le dijiste. Y Landa. Y Juantxu. No sé quién le arreó un guantazo. No sé si fuiste tú. Yo reconozco que no hice nada. Me quedé mirando aquello. Y algo me decía que no era la primera vez que lo hacíais ¿No lo recuerdas?

Unai no dijo nada. Intentaba colocar su memoria en aquel baño del que le hablaba Jelen.

Y luego las clases de música. Con Trocóniz. Nos ponía en U. Y daba la casualidad de que tú acababas en frente de Matos y yo unos asientos a tu derecha. De tal forma que le veíamos. No sé. Jelen se pasó la mano por el cuello. Cansada. Cerró los ojos. Creo que era el Canon, así se llamaba, de un compositor.

Jelen no recordaba que era de Johann Pachelbel, pero sí que se acordaba de cómo dibujaba distancias de miradas entre ellos aquella música, y así se le explicó a Unai. Recordaba de maravilla aquellos tres minutos que se repitieron en más de una de aquellas clases de música que les daba Trocóniz. Audiciones que a veces les atravesaban el alma. A Jelen sobre todo. A Matos sobre todo.

Jelen le contó a Unai que mientras oían aquella obra de escasos tres minutos, con tres violines que se perseguían unos a otros y que a veces hablaban entre ellos, Matos no dejaba de mirar a Unai con la intensidad y la fuerza que salía de aquella composición musical y que Unai, en aquel momento, bajo el mirar de Matos, ya no era el que había sido y era siempre en el baño con Matos. Unai agachaba la cabeza y buscaba lugares donde esconder los ojos. Unai no soportaba que Matos le mirara de esa forma.

De eso me acuerdo muy bien. Dijo Jelen. Continuará...