- Todos estamos de paso. Bien lo sabía y cantaba Luis Eduardo Aute (Manila, 1943), referente destacado de la canción de autor en castellano en el último medio siglo y, además, lo más cercano a un artista del Renacimiento por su trabajo como director de cine, actor, escultor, escritor y pintor. El cantautor, retirado desde hace casi cuatro años tras sufrir un infarto, falleció ayer a los 76 años de edad en un hospital madrileño.
No sabemos si murió al alba, pero sí que esta sociedad es hoy más triste tras el fallecimiento de un pintor que, para su propia sorpresa, se convirtió en un cantautor de éxito desde la sensibilidad, el humanismo y la solidaridad, y que llenó de belleza nada menos que en 19 discos de estudio, repletos de clásicos como Al alba, Rosas en el mar, La belleza, Aleluya, Pasaba por aquí...
"Solo morir permanece/como la más inmutable razón/vivir es un accidente/un ejercicio de gozo y dolor", seguía cantando Aute, que vivió su niñez en Manila, capital de Filipinas, donde nació, en plena Guerra Mundial. Aquel niño miraba al mar para huir del horror y no lo logró ni cuando con 11 años de edad su familia regresó a vivir al Madrid franquista, ni en el siglo XXI. "Aquel niño pensaría que nos hemos convertido en unos monstruos. Me acuerdo de los tanques, de aquella Manila bombardeada y desolada de la Segunda Guerra Mundial por el ejército de MacArthur. En esencia no han cambiado mucho las cosas", explicaba.
Quienes no hayan indagado más allá de la decena y media de canciones de éxito de Aute pueden recuperar su obra a través de Aute Retrato (Altube Filmeak), una película documental responsabilidad del cineasta vasco Gaizka Urresti, autor de cortos premiados, documentales y la comedia Bendita calamidad. En ella proyecta la vida y obra de "un artista y poeta global, de pies a cabeza y en múltiples manifestaciones", señala. Y lo hace con el apoyo y el cariño de Forges, Ana Belén, Sabina, Silvio Rodríguez, Rozalén, Jorge Drexler o Pedro Guerra.
Aute, que estaba recluido en su domicilio desde 2016, cuando sufrió un infarto que le dejó dos meses en coma, se inició en el arte a través de la pintura desde su más tierna infancia. Siendo un adolescente ya realizaba exposiciones, por lo que su desembarco en la música -con referencias tan dispares como Elvis o Jacques Brel- fue "un poco accidental", según Urresti. "Él era un gran pintor que descubrió que con la música también podía contar historias. Incluso huyó cinco años de la industria musical, que le aterraba, porque era un creador solitario. Y regresó porque podía ser más trascendente con las canciones, llegar a un público amplio", según el vizcaíno.
La etiqueta de cantautor, estrenada a finales de los 60 siguiendo a Dylan y con éxitos como 24 canciones breves y la posterior trilogía Canciones de amor y muerte, se le quedó siempre pequeña a Aute, un artista al modo del Renacimiento, un poeta en cada una de las manifestaciones en las que se adentraba con furor y pasión. Lo hacía con alevosía, como otra de sus canciones más emocionantes, libre y sin imposturas, sin necesidad de mirar el contexto social y político, trabajando desde la libertad y con la creación como terapia. Artista de pies a cabeza, Aute le cantó, pintó, puso imágenes y creó poemas sobre el amor puro e ingenuo, el sexo explícito, la belleza del mundo y del ser humano, y su faz más horrible también. "Somos de lo peor. Para sobrevivir en esta jungla hay que convertirse en un monstruo", explicaba.
Comprometido con su tiempo, pero alejado de siglas políticas y solo abanderado de la necesidad de "ponernos en la piel del otro", Aute era un autor reconocido por varias generaciones, como demostró el homenaje en el que participaron artistas como Serrat, Sabina, su amigo Silvio Rodríguez, Ana Belén, Víctor Manuel o Jorge Drexler en 2018. Algunos de ellos ya habían participado en un disco de homenaje ¡Mira que eres canalla, Aute!, que repitieron en Giralunas Leiva, Soleá Morente, Estopa, Xoel López, Miguel Poveda o Natalia Lafourcade. Pero nos queda su vasta obra, esa que Urresti defiende que debe ir más allá de los autistas convencidos y llegar hasta la juventud, a la que anima a descubrir su universo poético, su libertad creativa y su forma humanista de ver el mundo. Slowly... bailamos el último lento con él.