berlín - Irán cerró el desfile de aspirantes al Oso de la Berlinale con There is no Evil, presentado en ausencia de su director Mohammad Rasoulof por imperativos de Teherán, una situación reincidente para los cineastas iraníes en festivales europeos.
Una silla vacía y el letrero del nombre del director reprodujeron lo vivido con Jafar Panahi, ganador con Taxi del Oso de Oro en 2015, premio que recogió entre lágrimas su sobrina. There is no Evil era la última película de la sección oficial, en una jornada compartida con la franco-camboyana Irradiés, de Rithy Panh, una denuncia del horror de la guerra.
“Cada uno tiene en la vida, también en dictadura, la posibilidad de decir no. Con todo lo que ello implica”, explicó en nombre de Rasoulof uno de sus productores, Kaveh Farnam, presente en Berlín con varios de sus actores. El dilema entre decir no o ejecutar es lo que se plantea en ese filme a través de cuatro verdugos. Cumplir la orden abre la puerta a una vida próspera o a premios. No hacerlo es convertirse en un proscrito o un huido. Rasoulof reparte el dilema en cuatro episodios: el de un buen padre que mima a su hija, obedece a su esposa y atiende amorosamente a su madre; el soldado que tiembla ante la primera ejecución; el que acata y el que huyó a la montaña. Rasoulof, como hizo Panahi, logró sortear la inhabilitación y rodar su película -“con ayuda de sus amigos”, dijo Farman-. No está encarcelado ni cumple arresto domiciliario, pero se le retiró el pasaporte en 2017, de regreso de Cannes, donde presentó A Man of Integrity. “La situación en Irán, lamentablemente, no ha cambiado en estos años”, apuntó el productor. There is no Evil no busca la mirada del condenado. Se concentra en el designado para ejercer de verdugo. Hombres que deben retirar el taburete bajo los pies del condenado o darle al botón que dejará suspendido en el aire al ahorcado.
UN DURO DOCUMENTALIrradiés, único documental a la competición en esta Berlinale, llevó al festival un ejercicio de maestría de Rithy Panh. En 2003 sacudió al espectador con S21, la machine de la mort Khmére rouge, sobre la maquinaria exterminadora ejercida bajo los Jémeres Rojos, entre 1975 y 1979. Ahora extiende la denuncia a otros genocidios del siglo XX a través de sus guerras.
“Tengo la impresión de que actualmente las imágenes van demasiado rápidas. No hay tiempo para mirar. Frente a eso apuesto por la repetición, a dar espacio a la reflexión”, explicó el cineasta. Su película parte la pantalla en tres, con secuencias paralelas que confluyen entre sí, mayoritariamente en blanco y negro. Son imágenes de archivo reales, sean de bombardeos sobre Dresde o Hiroshima, sea de cuerpos de niños retorcidos por sus bombas o adultos sometidos a experimentos humanos.
Desfiles de sumisión a Hitler, población devota o fanatizada por otros dictadores que les condujeron a la destrucción. “El cuerpo no olvida. Las quemaduras quedan de por vida al superviviente. Los descendientes heredarán el testimonio de los que murieron”, explicó Rithy Panh.