El que es especialista en un tema en concreto, sea político, científico, social? sabe por experiencia propia que la visión que se arroja al mundo sobre esa materia desde los medios de comunicación, redes sociales, conversaciones en bares? en muchas ocasiones es superficial e incluso inexacta. Ser consciente de ese endeble escenario cultural en el que vivimos, de que sabemos de muy poco y que al resto de los mortales les pasa lo mismo, nos debería hacer dudar de todo y de todos. Pero no suele ser así: sabemos de algo y lo hacemos extensible a la totalidad del conocimiento humano. Pensamos, por lo tanto, que sabemos de todo: de política, de arte, de psicología? Quizá tengamos esa sensación porque nunca hasta estas últimas décadas ha sido tan sencillo tener acceso a tanta información sobre cualquier asunto. Desde nuestro móvil, tecleamos en un buscador, en Google, cualquier palabra, frase, término, y en unos segundos accedemos a cientos, miles, de documentos que versan sobre aquello que hemos escrito. Pero no tenemos tiempo para hacer una lectura exhaustiva, contrastando diversas fuentes, de la cuestión que nos interesa. Nuestra presurosa vida nos lo impide. Así que simplemente creemos en lo que queremos creer. En lo que de alguna forma refuerza nuestro modo de vida. Funcionamos, por lo tanto, de manera instintiva, emocional. Si vemos a un político en la televisión, por ejemplo, que nos cae mal nos da un poco igual lo que diga: no le votaremos en las próximas elecciones. Pero si alguien que nos cae bien nos dice algo sobre un asunto que desconocemos, creeremos en ello. Nunca, por lo tanto, ha sido tan fácil manipular a las personas. Aunque, obviamente, para ejercer de manipulador hay que disponer de los medios necesarios. Y esos medios se adquieren con dinero. Con dinero puedes comprar algunos medios de comunicación o ponerlos a tu servicio. Con dinero también puedes comprar las opiniones de esas personas que suelen caer bien a la gente. Lo estamos viendo en las redes sociales. Ahora mismo, si tienes miles de seguidores en ellas las empresas se te rifan para pagarte por alabar alguno de sus productos. Por vestir determinada prenda o por cepillarte los dientes con determinado blanqueador de sonrisas. Y podemos comprenderlo, pues un negocio éste que siempre ha existido: famosos utilizando su popularidad para vendernos un "crece pelo". Otra cuestión bien distinta es ver como algunas editoriales de libros se vuelcan en publicar libros escritos por personajes -llamados ahora influencers- que tienen miles de seguidores más allá de la calidad con la que escriben. Obviamente, esas editoriales buscan la supervivencia. Y el influencer ganar algo de dinero. Y los seguidores, leerse un libro de alguien que les cae bien. ¿Quién pierde aquí? Obviamente, el propio arte: la literatura. Y también algunas editoriales que, aunque también quieren sobrevivir, nunca publicarán una obra que no tenga algo de calidad.