Vitoria - El Principal acoge hoy -a las 20.30 horas, todavía con entradas disponibles, sobre todo en los dos anfiteatros- la representación de este montaje en el que el dramaturgo sube a escena para contar, "en primer persona y desde la honestidad", el dolor que el terrorismo de ETA ha provocado en su familia. Directa e indirectamente. Con los hechos y con los silencios. Con el odio y con la indolencia. Y desde el momento presente se pregunta qué pasará en el futuro, qué harán las nuevas generaciones, ¿olvidarán? ¿pasarán de puntillas por lo sucedido? ¿Quién heredará la casa del padre? Josep María Mestres vuelve a dirigir el texto de Ortiz de Gondra, que conforma el elenco junto a Marcial Álvarez, Sonsoles Benedicto, Lander Otaola y Fenda Drame.
'Los otros Gondra (Relato vasco)' se estrenó hace más de un año en Madrid y hace unos días se pudo ver también en Bilbao, ¿cómo ha respirado el público en todo este tiempo?
-Me ha resultado muy curioso que ha sido una obra que ha tenido mucha repercusión allí donde se ha visto. Yo escribí una obra muy vasca que hablaba de esa familia que había sufrido mucho en la época del terrorismo y, sin embargo, se ha entendido muy bien en cualquier lugar de España. Creo que es porque la gente quiere saber cómo vivimos ahora con esa rémora del pasado.
Esta obra continúa el relato iniciado con 'Los Gondra (Una historia vasca)'. ¿Necesitaba dar este pasado, cerrar el círculo?
-Sí. Siempre digo que las dos obras son independientes y se puede ver esta sin ver la anterior, ya que no es una segunda parte, pero lo que me llevó a escribir Los otros Gondra es que en la primera contaba cómo había vivido esta familia durante cien años arrastrando siempre culpa, violencia y dolor, pero no hablaba del presente. Y quería mostrar qué hacen ahora sus miembros con toda esa herencia del pasado. Este segundo texto trata de abrir un camino hacia la esperanza, pensando que quizá ha llegado el momento de cerrar esas heridas, con todas las dificultades que conlleva.
¿Ha sido más complicado escribir sobre el presente de su familia?
-No, porque siempre digo que la obra juega con la ambigüedad, porque esta no es exactamente mi familia, es la familia de un escritor, un compendio de muchas familias vascas reflejadas en una. Nunca he querido hacer ni una obra documental ni política ni ponerme en el lugar de un historiador. Lo que me interesaba era fantasear sobre cómo vamos a vivir en adelante, ya que esta familia está enfrentada en dos bandos: el de los que quieren pasar rápidamente la página y olvidarlo y el de los que no la quieren pasar nunca. Si vives en un pueblo del País Vasco como he vivido yo, en mi caso Algorta, esto es muy habitual, así que no ha sido difícil encontrar modelos. Y en cuanto a lo de exponerme yo mismo, creo que fue un ejercicio de honestidad. Estos temas hay que tratarlos desde la verdad porque solo así se entenderá que lo que pretendo no es dar lecciones, sino interrogarme en voz alta para que los espectadores se interroguen con nosotros.
¿Cómo lleva su familia que haya escrito sobre ellos en estas obras?
-Ellos saben perfectamente que, como todo escritor, miento muchísimo, que lo que cuento no es exactamente lo que pasó y que hay una diferencia entre lo que nosotros vivimos y lo que reflejo en el teatro. En casa siempre dicen 'uy, cosas de Borja' (ríe), y con eso ya dan por supuesto que es todo una fantasía de escritor.
¿Qué le está proporcionando personalmente este viaje?
-Me está sirviendo para descubrir la última cosa que hubiera imaginado, y es la universalidad de unos temas tan concretos. Cuando empecé a escribir pensé que iba a contar una historia que pasa en un pueblo concreto, Algorta, a una familia concreta, los Gondra, que más o menos existe. Sin embargo, la obra se tradujo al inglés, luego al francés, al italiano y ahora hay un proyecto para traducirlo al húngaro. He ido percibiendo que cuando más personal eres y que cuando escribes cosas muy cercanas a ti, más universal resultas porque mucha gente se ve reflejada en ese relato. Para mí este ha sido el gran aprendizaje de esta obra. No es un diario íntimo, no trata de lo que me pasó a mí, sino que pretende compartir con muchos el dolor que yo sufrí.
La familia es el lugar por el que pasa todo lo que nos sucede en la vida, lo bueno y lo malo. No somos tan diferentes los unos de los otros.
-Para mí fue justo ese el punto de partida. Como digo, nunca pretendí hacer una obra documental sobre la situación en el País Vasco, solo contar cómo vivíamos la gente de a pie en ese mundo corroído por la violencia. Y se me ocurrió trasladar esa idea a una familia, porque al final te das cuenta de que los conflictos que suceden en su seno son un trasunto de lo que está ocurriendo en una sociedad. Esta familia es reconocible como muchas familias vascas, pero también como muchas de otros sitios.
¿Le parece que en Euskal Herria quedan muchas historias por contar y que algunas permanecen ocultas por miedo o incluso porque sacarlas a la luz supone abrir heridas muy dolorosas?
-Creo que siempre quedan historias por contar y no es casual que cuando ya han pasado unos años del fin del terrorismo hayan empezado a salir novelas como Patria o películas y series y obras de teatro. La gente quiere saber cómo se vivía y creo que esto es lo que tenemos que hacer los creadores ahora. Los historiadores ya harán el relato exacto de lo que ocurrió, pero los creadores tenemos que hablar de lo que pasa en el corazón y en la cabeza de la gente, cómo se llegó a esto y cómo se vive ahora. En ese sentido, se está produciendo una eclosión de ficciones sobre estos temas. Siento que ha llegado el momento.
¿Qué le parecen los encuentros entre víctimas y victimarios y la publicación de testimonios?
-En la función hablamos de eso y hay un personaje que se opone y otro que los defiende. Es una decisión muy personal. Hay gente que necesita que le pidan perdón y hay gente que no quiere ver a quien le hizo daño. El perdón y la culpa son cosas muy privadas y dependen de cada uno. Yo pienso que esos encuentros sirven para mirarnos a los ojos y para descubrir que el otro, más allá de su ideología, es un ser humano. Ha habido casos de gente que a raíz de esos encuentros ha pasado la página. Pero, insisto, me parece tan válida la postura de quienes han solicitado esos encuentros como la de los que los rechazan. No son decisiones fáciles porque exigen mucha generosidad, pero pueden sanar heridas. Si fuera mi caso, yo sé que iría, pero respeto a la gente que cree que no tiene sentido.
En esta ocasión pisa el escenario, ¿cómo lo está viviendo?
-Me parecía que si estas obras eran de autoficción tenía que decirlas en primera persona. Y, curiosamente, cuando el director, Josep Maria Mestres, se enteró de que estaba escribiendo este segundo texto, me dijo 'y tú, además, te vas a subir a escena'. Siempre digo que no soy actor, pero hay algo que impresiona a los espectadores. Entienden que estoy confesando algo en voz alta. Y me he quitado mucho los miedos, de hecho cada día lo disfruto más, porque no pretendo actuar, sino contar al público algo que me parece importante.
¿Y quién es en escena: Borja, un escritor, un personaje?
-Tenemos un juego muy bonito entre mi yo real y el actor que hace mí, que no tiene las mismas ideas que yo y discutimos mucho. Creo que al público le emociona mucho ver al escritor de la obra cohabitando y hablando con sus propios personajes.
De entre los personajes destaca la joven que encarna el futuro de la familia, heredera de ese legado.
-El personaje lo hace una actriz negra porque yo pedí que el personaje que encarna a esta nueva generación de la sociedad vasca, la última de los Gondra, no fuera blanca. No fue un capricho. Cuando un día fui a las fiestas de Algorta vi cómo había niños bailando danzas tradicionales que tenían origen africano, chino o árabe. Para mí era importante mostrar que todas estas luchas y violencias tenían que ver con quién era más vasco y con quién tenía los apellidos correctos y preguntarme, preguntarnos dónde queda todo esto en este momento. También quería plasmar lo importante es que la juventud de ahora no olvide para no repetir los mismos errores y cómo estos jóvenes pueden honrar a su familia dando a la vez un paso adelante sin culpas heredadas.