'Borradores del futuro. Historias y fabulaciones sobre mundos posibles' es una colección, iniciada en el año 2018, de narraciones especulativas, de relatos cortos que proyectan en el futuro iniciativas individuales o colectivas que responden a retos a los que nos enfrentamos: ecológicos, económicos, culturales, sociales, etc. Nos permiten vislumbrar qué pasaría en un futuro, más o menos lejano, si esas alternativas llegaran a expandirse. En este caso, Iban Zaldua presenta 'Una visita al Museo de Armería' tomando como punto de partida Armas Eusko Label Para La Guerra, campaña impulsada por varios colectivos cuyo objetivo es desvelar la importancia y el poder de la industria armamentística vasca, reivindicar el fin y la reconversión de dicha industria, y denunciar la implicación e hipocresía de las instituciones públicas con este sector. Esta fábula, de la que aquí se puede leer el inicio, se distribuirá de forma gratuita a principios de febrero 2020 en bares y lugares de paso de distintas localidades alavesas. También estará disponible en 'borradoresdelfuturo.net', y por fragmentos de texto y audio en Whatsapp y Telegram, dándose de alta mediante la citada web. 'Borradores del futuro' es un proyecto impulsado por Azala Espacio de Creación, apoyado por el Departamento de Cultura y Política Lingüística del Gobierno Vasco, que cuenta con la colaboración de DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, Radio Vitoria, Hala Bedi Irratia y ZAS Kultur Espazioa.

Las hijas de la revolución son siempre desagradecidas, y la revolución debe estar agradecida de que sea así. Ursula K. Le Guin

¿cómo será la sensación de tener un revólver en la mano?, preguntó, de repente, Ardoi. Estaban en el exterior, aprovechando que hacía un día relativamente templado, pero aun así bien a resguardo bajo la tejavana de la colina, frente a la rambla.

No sé, le respondió Elur, pero lo que tendrías que preguntarte no es eso, sino cómo sería manejar un misil Tomahawk Block IX y cuántas bajas podría provocar uno de esos si cayera sobre una población como la nuestra, por ejemplo.

No seas tan peñazo, Elur, le contestó Ardoi, que había percibido en sus palabras un calco de las lecciones, aprendidas de memoria, en el Grupo de Reflexión -lo que antes llamaban Escuela-. Ni siquiera tú puedes saber qué suponía manejar un misil. Y no sé cómo lo puedes comparar con un revólver. Un revólver era un objeto palpable, pequeño, adaptado a la forma de la mano. Brillante como la plata o las placas solares. O negro, una herramienta fría y oscura. Puede decirse que irradiaba una especie de belleza. Me refería a algo así. No a nada que hayamos aprendido como si fuéramos loros: pensaba que en nuestro grupo, y fuera de las horas de Reflexión, podíamos decir lo que quisiéramos.

Por un instante, Ardoi dudó si las últimas frases las había dicho en voz alta o no.

La tensión que percibió en los cuerpos y los rostros de Elur, Iholdi y Nahi le confirmó que, efectivamente, lo había hecho en voz alta. Mierda.

¿De dónde has sacado todo eso?, le preguntó alguien, en aquel momento no supo distinguir quién.

¿Todo qué? Sé de sobra que las armas son malas, y que están prohibidas. Ha sido un simple comentario estético?

Nos referimos a todo eso que has dicho sobre los revólveres, Ardoi. Fue Iholdi quien le contestó esa vez; Ardoi enseguida reconoció el fuego que asomaba tras sus ojos negros y sintió un poco de miedo, aunque no supo si fue exactamente por eso o por la manera en la que empleó la primera persona del plural.

No es nada, solo algo que he encontrado por ahí, respondió Ardoi moviendo mucho las manos, como tenía costumbre, y señalando hacia donde se encontraba el viejo vertedero. Se arrepintió enseguida, en cuanto se dio cuenta de que el resto del grupo se había llevado ambas manos a la espalda y las había cruzado. Postura Para El Debate Pacífico. No pretendía para nada llegar hasta ese punto. Lo único que quería era un poco de charla trivial, cuatro colegas al aire libre, disfrutando al fin de un día no demasiado caluroso, sin clases ni labores comunitarias, junto a una cantimplora rellena de agua fresca y, por una vez, natural -no filtrada una y otra vez-, descansando bajo la sombra de una tejavana translúcida, fabricada con pasta de cáñamo, una protección eficaz contra el bombardeo continuo de rayos ultravioletas.

Ardoi también se levantó y cruzó las manos a su espalda, qué remedio. «Estoy a tu merced, nada me protege, ni siquiera mis brazos o mis puños: tengo plena confianza en que nuestra discusión será pacífica», eso es lo que venían a decir adoptando aquella postura.

Sus pieles lucían muy morenas. Elur y Nahi llevaban puestos sendos sombreros de ala ancha; Ardoi cubría su tupido pelo rojo con un pañuelo de color morado. Tenían en sus muñecas, en la derecha o en la izquierda, un pequeño aparato digital, alimentado por la luz solar que, además de la hora, les proporcionaba continuamente datos actualizados de irradiación y temperatura. En todos ellos figuraba, en aquel momento, el número 32. 32 grados centígrados.

No creo que?, empezó Ardoi.

¿No crees que sea un buen tema de debate??, dijo Iholdi.

Todo es debatible, desde luego, pero no quería tomármelo tan en serio. Sin más.

Un revólver es algo serio, respondió Elur. Era un arma mortal, muy peligrosa, cuyo cargador podía llegar a contener veinte balas. Piénsalo: podía causar la muerte de veinte personas antes de que se vaciara. ¿No es terrible?

No, te equivocas, le corrigió Ardoi, los revólveres no tenían cargador; tú estás hablando de pistolas semiautomáticas. Y los cargadores de veinte balas no eran para nada tan habituales. En los revólveres, sin embargo?

¿Ves?, dijo Nahi. No me diréis que no es como para preocuparse. ¿Cómo es que sabes tanto de esas cosas?

Por lo que hemos aprendido en las sesiones de Crítica del Pasado?

Eso no es verdad, repuso de inmediato Iholdi, sin medir mucho sus palabras. Todos esos detalles, tú no puedes?

¿Acaso estás insinuando que he mentido?, cortó Ardoi, elevando aposta el nivel de formalidad de la discusión, aprovechándose así del descuido de Iholdi para, al menos, intentar ganar algo de tiempo: era contrario a las reglas del Debate Pacífico lanzar una acusación como aquella sin atenuarla al menos un poco. En aquel contexto Iholdi debería haber respondido con un «No me parece que eso se acerque a la verdad», o con alguna perífrasis similar. Ardoi quiso demostrarles que también sabía jugar a aquel juego.

No, no es eso?, Iholdi se sonrojó.

Quizá solo sea que pongo más atención que tú en las clases. Nada más.

De todos modos, antes has dicho que habías encontrado algo por la parte del viejo vertedero?, les recordó Elur, dejando sin efecto la maniobra de distracción de Ardoi.

Es un libro antiguo, muy grande, con un montón de ilustraciones, tuvo que confesarles. Se titula Armas del mundo. Me imagino que sería muy caro.

¿De cuándo es?, preguntó Elur.

De 2032, creo, respondió Ardoi, aunque sabía perfectamente cuál era la fecha, porque había leído el libro más de una vez, en la soledad de su cama-nido, hasta que cortaban la luz por la noche.

De antes de la Catástrofe, entonces.

Después de la Catástrofe no se ha vuelto a imprimir un libro así, eso seguro. Ardoi no pretendía con eso, como pudiera parecer, hacer referencia al contenido del libro, sino al elegante papel satinado en que estaba impreso, y a las fotografías a todo color que loncia al contenido del libro, sino al elegante papel satinado en que estaba impreso, y a las fotografías a todo color que lo ilustraban, pero pronto se dio cuenta que nadie lo había entendido así. Entonces supo que estaba a punto de perder la discusión.

¿Y no se te pasó por la cabeza dar cuenta al Consejo?, Iholdi no pudo ocultar una sonrisa de triunfo, que dejaba al descubierto bajo el labio aquella fea paleta izquierda, parcialmente rota.

No me pareció tan importante. No tanto como para molestar al Consejo, al menos.

¡Se trata de un libro sobre armas, Ardoi!, exclamó Elur.

Pero no es propaganda a favor de las armas, Elur. Es una especie de recorrido histórico, desde las hachas y las flechas de punta de los trogloditas hasta las armas más modernas? Yo diría que es un libro que, sobre todo, se deleita en el aspecto estético de las armas. Tendréis que reconocer que las armas también tienen algo de eso, ¿no? Una especie de belleza? decorativa, quiero decir.

Esa era, precisamente, una de las formas que tenían para hacer aceptable su existencia, dijo Nahi.

¿No os acordáis de lo que nos contaba Asistente Lertsun, en quinto curso?, añadió Iholdi. ¿Que en aquella época llegaron a producirse juguetes que tenían forma de armas, y que se vendían muchísimo? ¿Crees que aquello era algo inocente? ¿Que no tenía como fin fomentar el uso de las armas?

El único origen de la fascinación por las armas era el poder que otorgaban para matar con facilidad al prójimo, afirmó Nahi, con rotundidad y algo de retórica, mientras echaba un vistazo a su pulsera.

Quién sabe qué derroteros habría tomado la discusión, si hubiesen podido prolongarla: como les informó Nahi, lo que se dice calor no hacía todavía, pero la radiación estaba aumentando peligrosamente. Decidieron que lo mejor sería retirarse al Búnker. Esta historia continúa en www.borradoresdelfuturo.net