Dicen que dijo Zarthustra: "Yo amo a quien castiga a su dios porque ama a su dios: pues tiene que perecer por la cólera de su dios". Sustituyamos dios por jazz y tendremos Triology II. La muerte del jazz y la resurrección de la música acontecieron al unísono este martes en Ondas de Jazz. Hubo testigos (auditorio lleno) y seis músicos que oficiaron el ritual.
Los astros se han conjuntado para que así sea. El sexteto vitoriano aúna veteranía y juventud y ofrece una rica gama de colores: fusión, flamenco, hip hop, be bop y latino. Además, combina el lenguaje puramente musical con palabras (para sorpresa del público sobrevoló la voz de Cifu disparada desde donde esté). Y, sobre todo, sus integrantes destilan frescura, desenfado y cordialidad. Así es más fácil presentar en sociedad un proyecto hilvanado y cocinado a fuego lento que transmite un mensaje perfectamente unitario.
En efecto, Triology II se presenta dividido en cuatro partes, precedida cada una por preludios audiovisuales con textos de Juárez lanzados en off. Nos hablan de algo que ronda la cabeza de cualquier músico de género en la actualidad. ¿Siguen existiendo los géneros? O mejor: ¿siguen vivos los géneros que existen? En concreto, ¿qué pasa con el jazz? ¿Sigue vivo el jazz? ¿Va a haber más jazz, o ha sido compuesta, tocada y grabada toda su serie histórica?
Quizá por eso Triology II se subtitula post-hop lo-fi hip-hop. Arrancaron con Intro. Intensidad, brillo y orden antes de que Charles Cooper rapeara y se doblara sobre su saxo alto. Un comienzo eléctrico perfumado por ese aroma que desprende su apuesta: música urbana en directo tocada con calidad extrema.
Así se desgranaban los temas y las palabras. Por ejemplo, antes de It ain't nice way to say this la voz en off subrayó otra verdad: que sin contexto, la obra de arte pierde sentido. O pierde alma. No hay manera bonita de decirlo, salvo con música. Mientras Cañaveras dibujaba círculos infinitos con su bajo de seis cuerdas, Junguitu soleó con claridad y dulzura desde su Fender.
¿Más momentos estelares? Con Raíces disfrutamos de Maldonado y Bravo en uno de los dúos que quedarán para la historia de las catorce ediciones de Ondas de Jazz. Fue el preludio de la poderosa descarga de Kitzihiata, que nos lanzó al misterio insondable del jazz latino, ese falso Frankenstein de la historia del jazz. Un tema exuberante, salvaje como la leyenda. Nos contó Juárez que Kitzihiata fue un dios de los kikapués. Su leyenda anunciaba que la muerte de un miembro de la tribu regalaba lo mejor: cabalgar cazando venados junto al dios.
Quedaba tiempo para La muerte del jazz y Salmos a la muerte del jazz. El primero fue el momento más hard, repleto de polirritmia e interpretación al límite y hasta rostros de sufrimiento por mantener el pulso. Moría el jazz, pero la música renacía en el caos controlado, en el orden anárquico de compases asimétricos. Lo contrario del remanso y la vuelta al origen que supuso Salmos, con Maldonado percutiendo el cajón y recitando al ritmo de la bulería, como los pregoneros, nos contó, del siglo XVI. Fueron dos horas de muerte y resurrección, de locura y sensatez, de cruce de géneros. Viva la música y viva el talento.