Editar una vida como si fuese parte de un rollo muy largo de metraje. Es lo que ha hecho el actor y director James Franco al convertir la novela Zeroville en una película que se proyectó ayer en el Zinemaldia. Si en un principio el plan original era que pugnase por la Concha de Oro (Franco ya tiene una, al llevársela a casa en 2017 gracias a su The disaster artist), su inesperado estreno en Rusia hace pocos días ha hecho que, finalmente, fuese exhibida fuera de concurso al haber incumplido el reglamento del Festival Internacional de Cine que, finalmente, solo tendrá 15 películas a concurso.

Caótica, hipnótica, a ratos psicodélica, extraña, cronológicamente confunsa y, lo más importante, con saltos en su continuidad; todas ellas, voluntarias decisiones de Franco a la hora de transformar el inadaptable libro de Steve Erickson en un largometraje que no tiene poco que ver con su anterior The disaster artist. “¡A la mierda la continuidad!” sentencia Vikar Jerome, el protagonista de Zeroville al que encarna el propio director, antes de que la cámara se salte el eje o cambie, de una secuencia a otra, el actor que interpreta a un personaje por otro más adulto, sin explicitar ninguna transición temporal.

La frase, pronunciada en la cinta por primera vez por Dotty Langer (Jacki Weaver), un trasunto de la editora de Tiburón Verna Fields (1975), se convierte en un mantra, incluso en filosofía de vida para el personaje de franco Franco. Tuvo que raparse para el papel y simular el tatuaje en el cráneo que describe Erickson en sus páginas: sobre la piel y en tinta negra, el clásico beso de Elizabeth Taylor y Montgomery Clift (en la Zeroville es interpretado por el hermano del director, Dave Franco) en Un lugar en el sol (1951).

La cinta de George Stevens representa el MacGuffin de la historia, motivando su inicio. Tras haberla visionado en decenas de ocasiones, Vikar viaja en 1969 a Hollywood, el mismo día que la familia Manson asesina a Sharon Tate -curiosamente es sobre lo que trata la recientemente estrenada Érase una vez... en Hollywood, de Quentin Tarantino-, con la intención de trabajar en la industria del cine; primero como responsable de construcción de decorados y, después, como montador, con Dotty como mentora.

La última película de este director y estrella estadounidense ha tardado cinco años en llegar al público. Después de haber sido filmada a finales de 2014, la producción pasó por una serie de circunstancias -entre ellas, la quiebra de una de sus distribuidoras- que han obligado al largometraje a estar durante un lustro cogiendo polvo en un cajón.

“cine dentro del cine” “Es una película muy extraña”, dice el personaje Zazi (Joey King), hija del Soledad Palladin (versión alternativa de Soledad Miranda, actriz fetiche de otro Franco, el director de Vampyros Lesbos (1970), es decir, Jess Franco) a la que en Zeroville interpreta Megan Fox, interés amoroso de Vikar, mientras ambos visionan en un cine Cabeza borradora (1977), el primer largo de David Lynch. No es un comentario gratuito, dado que el juego metafílmico convirtió a la joven ayer en una espectadora más en las butacas del Kursaal.

“Cine dentro del cine”, afirma anonadado Vikar mientras observa en su televisor El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder. Es lo que ocurre una y otra vez en esta cinta que se permite guiños anacrónicos como el posible descubrimiento en Noruega de una versión original de la película muda La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer, antes de ser mutilada por la censura -se descubrió en el año 1981-.

Spielberg hablando de Tiburón, George Lucas haciendo lo propio con Star Wars; Scorsese presentando su proyecto de Taxi Driver, mientras De Niro simula con una pistola la famosa escena del espejo; Marlon Brando poniéndoselo difícil a Francis Ford Copolla en el rodaje de Apocalypse Now en Filipinas y Ali MacGaw incapaz de aprenderse la línea “amar es no tener que decir nunca lo siento” que pronunciaba en Love Story (1970) son solo algunas de las referencias cinematográficas (en la novela se cuentan por centenares) que harán las delicias de los cinéfilos que diseccionan planos detalle a detalle.

Es eso también lo que hace Vikar, descomponer las películas fotograma a fotograma. Conocedor del poder de la edición cree poder corregir hasta su vida, porque bien sabe Franco que un buen editor puede arreglar una mala película o destruir una buena.