Vitoria - Desde principios de este mes se viene trabajando en el interior del Arrazpi para que todo esté preparado en el escenario a cubierto del certamen. Eso sí, desde el pasado día 7 también está en marcha la programación paralela que el Festival de Teatro de Humor de Araia desarrolla a lo largo de estas semanas en distintos puntos del territorio. La agenda de Javier Alkorta Txortas no tiene huecos libres y menos que le van a quedar a partir de este miércoles.

Venimos de celebrar en 2018 el vigésimo quinto aniversario del certamen y a veces, cuando pasan estas fechas tan simbólicas para muchos, parece que la atención se desinfla un poco, que ya no hay tantos ojos mirando, que se ha acabado el champán...

-(Risas) Entre la propia organización eso no pasa. También porque es cierto que el año pasado fue el aniversario y, si quieres, sí hubo un pelotazo en ese sentido que fue la presencia de Faemino y Cansado, pero más allá de eso, el resto del festival tampoco fue muy diferente a otras ediciones. Hombre, sí había ambiente de 25 ediciones entre la gente, pero igual que pasó con la 24 o va a suceder con la 26. La presencia de Faemino y Cansado sí supuso algo diferente. Fue un pelotazo que nos trajo muchos quebraderos de cabeza porque hay gente que se vuelve un poco loca con ellos (risas). Pero bueno, este 2019 se aborda como uno más, con la misma ilusión y ganas que cualquier otro año. Vista la programación que ha quedado, estoy muy contento porque creo que tiene un nivel muy majo. Sobre todo en las piezas de interior, hay una diversidad de propuestas que no siempre se consigue. En general, estoy muy contento de cómo ha quedado el programa este año. Quizás sea de las ediciones con menos volumen de programación pero ha quedado un festival redondo y con buen nivel.

Este año han desaparecido las actuaciones de madrugada.

-En esa decisión se mezclan varias cosas. Más allá de que son funciones que conllevan una cierta complejidad técnica y un mayor despliegue de medios lo cual implica un mayor presupuesto, hay una realidad que creo que cada vez está más en el ambiente y es que ahora se vive menos de noche. En Araia, las funciones de noche son deliciosas si no te sale el norte. Si estás trabajando en la calle, sabes que la lluvia es algo contra lo que no puedes hacer nada. En Araia hay un altísimo porcentaje de posibilidades de que las nubes empiecen a asomar por encima del Aratz y aparezca el viento de los frailes, que le llaman en el pueblo. Cuando empiezas a ver asomar eso a las siete de la tarde, dices: ¡la que viene! Eso se suele traducir en que a la una de la madrugada no se aguanta un espectáculo de calle durante 50 minutos. Pero ya te digo que se ha tomado la decisión por varias cosas. También para aliviar un poco el trabajo y el cansancio del equipo. Queremos ver qué pasa, si constatamos que no pasa nada por no programar a esas horas.

El certamen siempre pivota en torno al día 15, que es una jornada especial para Araia por diferentes motivos como el Artzain Eguna y las fiestas de Andra Mari. Este año es justo la segunda jornada del festival. ¿Condiciona mucho a la hora de hacer la programación?

-Siempre. Pero bueno, nos cae esta vez en jueves, que lo conectas bien con el fin de semana y además te permite hacer también cosas el miércoles, víspera de festivo, y construir un festival de cinco días.

Ese miércoles en el Arrazpi estará ‘Zoaz pake santuan’ y parece que cada año está más consolidada la cita con el teatro en euskera dentro del certamen.

-Es cierto. En Araia hay un nivel de euskaldunización bastante alto, sobre todo teniendo en cuenta que yo soy de una generación en la que, en mi juventud, se contaban con los dedos de una mano las personas que hablaban euskera en el pueblo. Sin embargo, ahora todo eso ha cambiado. Tomo como referencia a mi propia familia. Mis sobrinos fueron de los primeros que fueron a la ikastola del pueblo. Sus padres, como otros, fueron aquellos que pelearon y sacaron adelante la ikastola en su momento sin hablar euskera. Para los hijos de mis sobrinos, el euskera ya es su idioma materno. Eso es un cambio evidente y bestial en dos generaciones. Pero más allá de esto, en cualquier función de teatro en Araia vas a tener 350-400 espectadores fácilmente. Hay muchos sitios de zonas con un mayor nivel de euskaldunización en Bizkaia y Gipuzkoa que ya quisieran tener en sus programaciones 350 espectadores en una obra en euskera. Y para mí es un auténtico orgullo el hecho de que en un pueblo como Araia pase eso. Además, me gusta mucho ver el calor que se genera en la sala, más allá de los números. Es decir, que el espectáculo se sienta vivo. Las propias compañías que pasan por Araia incluso se sorprenden, aunque repitan.

En este caso, además, es la comedia más convencional, por así decirlo.

-Sí, sí. Incluso lo podríamos decir también de El cavernícola de Nancho Novo. Las apuestas, por llamarlo así, serían las otras tres propuestas del Arrazpi, a pesar de que Todas hieren y una mata no deja de ser una comedia del Siglo de Oro escrita hoy. Es una pieza tan bonita. Está tan bien hecha. Me parece que la gente va a disfrutar muchísimo. Lo bueno es que todas las piezas, las cinco, son diferentes entre sí. Es lo más importante.

Tal vez la menos convencional sea ‘Un poyo rojo’.

-Posiblemente sí. Hay un componente de humor en el montaje que no se sabe dónde está. Hay momentos en los que la risa surge de composiciones físicas, de movimientos de personajes que no necesariamente tienen un antes y un después o no están enlazando una historia. Físicamente son un portento, increíbles. Y tienen ese elemento de búsqueda de un lenguaje propio. No forma parte de la pieza, aunque a veces la incluyen como un bis, pero quizá la gente tenga alguna referencia de esta gente porque hay un vídeo que se ha hecho viral, que se llama El pollito Pío. La gestualidad que tienen es increíble y el trabajo físico es portentoso. Y tienen elementos muy novedosos que no sé si es bueno destriparlos o no, pero es que hay veces que empiezan a improvisar a partir de lo que pillan en ese momento en la radio, sea lo que sea.

Al final, todo se hace por el público y cada vez hay más preocupación entre muchos programadores sobre la edad media de los espectadores. En su caso, ¿se da la misma circunstancia con respecto al festival, le preocupa?

-No, sinceramente no. Sí que hay una media de edad si quieres alta, aunque habría que ver dónde pones la media de edad porque yo estoy hecho un chaval (risas). Pero sí hay público joven en este festival. Y está aumentando. Es curioso. Hay algo que sucede en Araia de lo que no sé si sentirme orgulloso o sentir un poco de vergüenza por ello. La cola que se forma para entrar al polideportivo es impresionante. No hay entradas numeradas ni existe un sistema informático de venta... en fin. Es una cola muy tranquila, eso sí. El único momento de nervios que recuerdo fue precisamente el año pasado con Faemino y Cansado. Pero bueno, en esa cola ves cuadrillas de cuatro o cinco chavales y chavalas que se van con su bocata para cenar antes de la función. No sé decirte qué porcentaje hay de gente joven, pero hay bastantes espectadores jóvenes.

De un tiempo a esta parte cada vez se habla más del vaciamiento de los pueblos, también en Euskadi. ¿Hasta qué punto pueden ayudar a parar esas tendencias los eventos culturales como el festival?

-No sé medirlo, no soy sociólogo, no sé qué impacto pueden tener estas cosas, pero sí tengo mi propia experiencia. Hace unos sábados estuve viendo un concierto en Bachicabo, en su iglesia. No había estado allí en mi vida, aunque había pasado muchas veces por la carretera. Ese día estuve viendo un concierto, vi que Bachicabo es un pueblo pequeñísimo que me pareció precioso, vi una iglesia maravillosa con un retablo precioso, con un fresco detrás del retablo que acaban de recuperar... y ya tengo una referencia de Bachicabo. ¿Quiere decir eso que ese concierto haya supuesto un antes y un después para la vida de Bachicabo? Pues no. Pero lo cierto es que la iglesia estaba llena y que el concierto fue delicioso. De hecho, escucharlo mientras se oían de fondo los ladridos de los perros en la calle fue algo absolutamente inconcebible y estupendo. Fue magia pura. Álava es un territorio que tiene mucho de eso y la cultura, como muchas otras cosas, tiene que jugar un papel. Tiene que haber fórmulas para que los pueblos vivan de una manera viable. Es complejo, por supuesto. Pero quiero creer que sí, que la cultura tiene que jugar un papel y se tendrían que dar más este tipo de actividades.

Por cierto, ya ha empezado el circuito paralelo que el certamen realiza por distintas localidades de Álava. ¿Nota recuperación en estos últimos años después de los años más duros de la crisis?

-Cuando los municipios pasan el informe a Diputación, todos, en general, manifiestan interés por seguir. También creo que seguimos en la inercia del no hay dinero y aunque algo se ha recuperado, seguimos arrastrando esa situación de supervivencia, de resistencia.

Estamos en un año de múltiples elecciones, también locales y forales, que afectan de manera directa a la financiación del festival. Más allá de los cambios o no dentro de las administraciones, ¿estos periodos paralizan demasiado los propios tiempos del certamen, los trámites y esas cosas?

-No creas. Hombre, condiciona en plazos porque tienes que firmar los contratos de las compañías y no sabes si los va a firmar uno u otro, pero tampoco va más allá. Para cuando son las elecciones, que suelen ser en mayo, el presupuesto está claro y la programación si no está cerrada hasta el último detalle, le falta un pelo. Así que a ese nivel no hay problema. Lo que quisiéramos pensar es que la nueva situación política, no tanto por quién está, pueda cambiar algo de cara a los años venideros. Da un poco de rabia pensar siempre en legislaturas. ¿Por qué nuestra vida laboral y cultural se tiene siempre que circunscribir a plazos de cuatro años cuando las cosas se van a seguir haciendo? Hay que pensar con plazos más largos. Los proyectos de cultura necesitan medirse con otros calendarios.