Estos días podemos visitar en Artium la exposición De lo perdido y lo recuperado del artista Javier Hernández Landazabal. La muestra consta básicamente de una decena de artefactos elaborados por el autor que vienen acompañados de sus correspondientes pinturas en las que dichos aparatos mecánicos aparecen retratados de manera minuciosa, casi barroca. Los diez binomios pintura-artefacto están situados con calculada teatralidad en una sala construida para la ocasión. Sala que nos retrotrae a la tradicional galería de arte de tipología clásica. El visitante puede caer en la trampa de dejarse atrapar por el fotográfico pictoricismo de Landazabal y quedarse sólo ahí, sin traspasar esa frontera, pensando que, por fin, un pintor realista ha atravesado las puertas de Artium para desplegar sus “óleos sobre lino” en un contexto de arte contemporáneo. Un contexto, muchas veces, árido para el común de los mortales. “Por fin veo algo que entiendo y me gusta”, puede cavilar. Craso error. Pues es el propio museo el que ha atravesado la pintura de Landazabal para, con su maquinaria -como si de uno de los artilugios mecánicos que el propio artista expone se tratara-, generar una nutritiva propuesta. El pintor ha aceptado el reto. Y nos pone delante un caballo de Troya. Pues, en Artium no nos topamos con una exposición de cámara que muestra una suerte de esculturas y pinturas en una galería. La galería es una simulación, una recreación. Es un gran artefacto que reflexiona, fundamentalmente, sobre la realidad y su representación. Es decir: sobre las propias bases del arte. Asumiendo todo esto, el visitante puede entonces interpretar la exposición bajo la perspectiva adecuada: nos encontramos con una instalación, con una propuesta de arte contemporáneo. Es verdad que cada binomio de Landazabal toca temáticamente, como poema visual que es, aspectos variados de nuestra cultura actual, de nuestra sociedad, de nuestro mundo en definitiva, utilizando para ello la metáfora, el guiño, la ironía? Pero sobre su propuesta planea, repetimos, una incisiva pregunta sobre dos mundos actualmente cada vez más dispares: la realidad, por un lado, y su representación, por otro. Esa visión cenital de Lo perdido y lo recuperado es imprescindible para hacer bien la digestión del menú que Landazabal nos ofrece en Artium. Pues el artista está exponiendo la pintura junto a su modelo. Un modelo construido por el propio autor en su estudio que, hasta ahora, sólo le servía de referente para elaborar su obra, pero que ahora, en Artium, al ser expuesto junto a su representación pictórica, se mide de igual a igual con él. El espectador puede entrar en el juego de valorar qué parte de ese tándem gana el pulso: ¿la palpable realidad tridimensional o su plasmación en el lienzo? Pero en este caso, la propia realidad, el propio artefacto, tampoco es realidad pues, reiteramos, ha sido creado por el artista. Un sugestivo, por lo tanto, laberinto de espejos en el que perderse intentando encontrar la salida.
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