Hay cierto halo de clandestinidad en el hábito de quien se cuenta su vida a sí mismo en soledad, secretamente. Hay quien busca, en el papel en blanco de las noches, un lienzo donde dibujar experiencias y pensamientos más allá de la exhibición pública de los días. Cajón de sastre donde verter libremente la intimidad, los diarios son un refugio ideal para la confesión porque, en teoría, su escritura no está destinada a la publicación.

John Cheever, que además de escritor era padre de familia y católico practicante, escribió -desde finales de los años cuarenta hasta 1982- un diario en el que hizo un registro de su vida interior y del entorno que le rodeaba: esa sociedad norteamericana del siglo XX tan patriarcal y conservadora como tóxica y tradicional. Un ambiente asfixiante que, mezclado con su compleja personalidad, dará lugar a uno de los documentos literarios más extraordinarios de las letras modernas.

La reedición de sus Diarios, veinticinco años después de su publicación, culmina el rescate que está haciendo la editorial Mondadori de su obra, que anteriormente ya había editado los cuentos completas y el epistolario. Publicados por los hijos del autor tras su muerte y por el que fuera su editor en The New Yorker, Robert Gottlieb, la presente edición abarca una sexta parte del texto original, aunque representa bien tanto temática como biográficamente el corpus total del mismo.

Si algo definía a John Cheever como persona era su amor apasionado por la vida. Su escritura, siempre reflexiva y penetrante, no está exenta de notas jubilosas y celebraciones cotidianas: un amanecer luminoso de verano, una comida con amigos o un viaje en tren a la ciudad. Tampoco de apuntes que revelan su entrega familiar o el afán por transmitir a sus hijos modelos de conducta éticamente ejemplares.

Pero sus altibajos emocionales -que basculaban entre la euforia y la depresión- derivarían con el tiempo en una suerte de ciclotimia feroz, alimentada por su dependencia del alcohol, los complejos de culpa y el remordimiento. El amor verdadero que sentía por su esposa chocaba frontalmente con sus deseos más inconfesables: una homosexualidad incómoda que, al final de sus días, lo llevaría a frecuentar a jóvenes de su misma condición y a otras infidelidades conyugales. A este conflicto habría que añadir las dudas respecto a su propia escritura: un sentimiento de inferioridad que no lo abandonaría nunca, ni siquiera cuando su imagen pública era la de un respetable autor de éxito.

Eterno esclavo de sus contradicciones y de su tendencia a la autodestrucción, John Cheever escribió -secretamente- una de las obras autobiográficas más asombrosas de la literatura contemporánea: un extenso poema en prosa que brota de la desesperación del moderno hombre americano, como dijo John Updike. Leerlo nos reconcilia con la soledad y los fantasmas del vivir, al tiempo que resulta un cobijo contra la intemperie de los días.