Hace ya cincuenta años el filósofo y teórico político Guy Debord publicaba su trabajo La sociedad del espectáculo. “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación” escribía Debord, sentenciando que en nuestra sociedad estamos asistiendo a “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. Es decir, nuestras vidas han sido sustituidas por meras representaciones, como si viviésemos en un gran teatro. Y patentizaba que habitamos un “momento histórico en el cual la mercancía completa su colonización de la vida social”. Es decir, que las relaciones entre las diversas mercancías, diversos productos, han suplantado las genuinas relaciones sociales que se podrían establecer entre la ciudadanía porque se dan ahora dentro de un gran espectáculo que es el que sirve para escenificar otras relaciones más vacuas. La vida ya no se vive, más bien se representa y el entretenimiento, se convierte en nuestra meta fundamental. Nuestra vida se vive en la televisión, en las redes sociales, y en una cultura que ha abandonado su sentido crítico y reflexivo para convertirse en mero objeto de consumo al convertirse en espectáculo.
Las teorías de Debord están más patentes que nunca en el mundo, pero también con especial intensidad en nuestra ciudad: en febrero contaremos con un gran espectáculo más financiado con dinero público. Otro festival para Gasteiz: uno de luz. Evento que no deja de ser una reactualización de los entrañables fuegos artificiales pues lo que se plantea con este nuevo evento es el despliegue de una gran diversión visual de carácter nocturno que se apoya en esa “nueva pólvora” que es la proyección de imágenes tirando de las nuevas tecnologías.
Lo que no es legítimo es vender como arte (“esculturas de luz”) algo que es mero espectáculo alegando que en él participan “artistas internacionales”. Generar arte consiste en mucho más que quemar dinero público en fuegos artificiales de lujo. De lo que se trata por estos lares, como siempre, es de implementar en la ciudad una especie de parrilla televisiva para mantener entretenidos a turistas y vecinos durante todo el año. Es verdad que los financiadores públicos no ocultan que las motivaciones son las que son (atraer turistas), pero realmente no están apoyando ni el arte ni la cultura del territorio con ese tipo de iniciativas. La realidad es que se gastan en tres días, por ejemplo, el doble de lo que invierten anualmente en el despliegue de los dos planes estratégicos de la cultura: 300.000 euros.
La cultura no está reñida con el entretenimiento. Ni con el turismo. Ni con la generación de dividendos. Pero los objetivos fundamentales de ésta tienen primero que cumplirse. El carácter social de la cultura, su valor, ser vector de nuestro pensamiento, son cuestiones que deben de darse. Y, si no, que no le llamen cultura.