‘angelo’

El perfil que el catálogo del Zinemaldia divulga sobre el director austriaco Markus Schleinzer nos da noticia de una larga trayectoria como director de casting al servicio y a la sombra de autores de pegada densa y cine áspero como Michael Haneke, Jessica Hausner y Ulrich Seidl. El caso es, que tras una notable experiencia, además también suele trabajar como actor, hace siete años Schleinzer presentó su primer largometraje como director, Michael. Un buen comienzo para quien entre los títulos más relevantes de su hacer hay obras como Lourdes, Women without men, La pianista y El tiempo del lobo. Estamos ante un profesional forjado con gente grande.

Con esos precedentes, y con 47 años de edad, queda claro que Markus Schleinzer ha tenido tiempo de digerir esos buenos referentes para forjar su propia prosa cinematográfica. En ese sentido Angelo confirma que este director vienés, como Stefan Zweig, posee un gusto exquisito por la puesta en escena, imprime una planificación de tiralíneas a su cine y, en este caso, nos desgrana un relato gélido como la muerte.

Lejos, muy lejos de la mirada reciente con la que autores como Steve McQueen y Quentin Tarantino han visitado el tema de la esclavitud, Markus Schleinzer se adentra en una mirada al hombre africano desde la Europa del cristianismo y la civilización. Aquí no hay exaltación de crueldad, ni litros de sangre derramada. No hay amasijo de cuerpos maltratados, ni venganzas redentoras. Aquí todo gira en torno a la soledad de un niño esclavo llamado Angelo, porque es el primero que su protectora quiere “domesticar” para evidenciar que la gente de color no son hijos del diablo sino de dios. Versión de nobleza y corte del sentimiento, que cantaba Antonio Machín a sus angelitos negros.

Su música, rotunda y poderosa, de voces seráficas y clavicémbalos atronadores, se abraza a la principal seña de identidad europea, la de la exuberancia y la razón: la del barroco. Con ella de fondo, articulado en tres tiempos y con planos que parecen tablas vivientes, Schleinzer dibuja todo el periplo vital de ese niño negro que se paseó por la corte tocando como un virtuoso y provocando la curiosidad y el interés de la corte. El propio emperador lo acogió como una suerte de bufón sin risa, un consejero brillante de frase precisa y modos elegantes.

Filme de época que arranca tras el plano de la acogida de los esclavos, semejante a la llegada de las pateras a las costas de la Europa del siglo XXI, como el Peter Watkins de La comuna. Markus Schleinzer no duda en evidenciar la anacronía desde donde lo narra; lo que cuenta pasó hace siglos, pero se recrea desde el tiempo presente: una nave industrial iluminada por fluorescentes donde una dama noble escoge el niño-esclavo que demostrará su convicción de que también los negros pueden aprender.

Así, sin estridencias ni hipérboles, Angelo recorre la vida de su protagonista -en ese sentido algunas coincidencias se producen con Handia-, y su paseo como “fenómeno” diferente para solaz y divertimento de los iguales. La intención es clara; confrontar pasado con el presente, exorcizar los prejuicios y evidenciar que hay muchas formas de racismo. La que sufre Angelo, con su triste final que no desvelaremos, sirve de lección moral a un filme incómodo y coherente.

De este modo, con un estilo personal, algo atildado, de emoción amordazada y de beligerancia evidente, Schleinzer prolonga y se une a los testimonios que sus compatriotas citados levanta(ro)n sobre la decadencia de Europa y sus (in)humanas contradicciones.