Es hora de recoger y volver a casa. Algunos la tienen al lado. A otros les espera un largo camino por delante. Los azkeneros, todavía con las huellas de esta decimoséptima edición en el cuerpo, vuelven a la rutina con la mirada puesta también en reencontrarse en 2019. “No hay mono, hay salas de conciertos. Sólo tienes que ir de vez en cuando”, ríe Almudena, andaluza residente en tierras catalanas que ha regresado este año a Gasteiz después de una edición de ausencia por motivos laborales. “Es la sexta vez y espero que haya más, pero un día de estos deberíamos empezar a hablar de los precios de los hoteles de esta ciudad y de las barras aquí dentro, porque...”.
Por cierto, la ausencia esta vez de las pulseras cashless para hacer los pagos dentro de Mendizabala ha generado más de un debate entre esos habituales llegados desde fuera que hace ya tiempo se convirtieron en amigos de la ciudad y del ARF. Hay quienes han agradecido lo de volver al metálico, pero son mayoría quienes, después de la experiencia de 2017, prefieren el otro sistema. “Era más rápido, aunque por lo menos esta vez he controlado más los gastos”, apunta Gorka, getxotarra de “cuarenta y vamos a dejarlo”, que es otro fijo en el festival, “aunque este año casi no he salido de las carpas del Trashville”. “Me gustaría ver a más bandas jóvenes en los escenarios grandes o por lo menos que se han puesto en marcha en esta década”, reclama.
Aún así, tanto él como Almudena comparten la idea de que en los últimos tres años, el certamen ha introducido una serie de cambios y de mejoras que les gustan. “Igual el año pasado todos teníamos la sensación de que las cosas salieron desde el principio como muy bien y éste no tanto, pero al Azkena se va y punto. Yo quiero un festival de formato medio en el que no me tenga que pegar con otros 40.000 para ver a un músico a un kilómetro. Aquí lo tengo, con los sonidos que me gustan y a dos pasos de todo el resto de la ciudad. Ya está”.
Con todo, la composición de los carteles es algo que siempre da para mucho. “La competencia es cada vez mayor. Yo vuelvo porque a pesar de vivir en Madrid y tener festivales como el Download o el Mad Cool cerca de casa, el ARF es muy cercano, familiar, cuidado. Por eso no quiero que crezca. Pero eso no significa que no tenga que ser muy exigente”, apunta Raúl, que reconoce que “esta vez he estado a punto de venir sólo el sábado porque el viernes no me gustaba tanto... aunque al final, ya sabes, la cabra siempre tira al monte”.
A lo grande se lo han pasado, un año más y ya van diez años consecutivos, Pedro, Miguel y Lolo, tres amigos llegados de localidades distintas de Asturias a los que les une su pasión por los directos y el rock. “Este año nos vamos también al Huercasa, a ver qué tal, pero el ARF es ineludible. Ya tenemos los bonos para 2019. Son nuestras vacaciones juntos. Empezamos cuando éramos estudiantes y vinimos al de 2007 pensando que iba a ser la última edición”, recuerda Pedro. “Lo de Van Morrison después de The Who y lo de Fogerty ha sido un poco puñalada trapera, pero bueno”, ríen camino de la zona del cámping. “Eso sí, es un detalle que hayáis hecho que no llueva. Creo que es el primer Azkena en esta década que no nos ha caído ni una gota”.