Cualquier actividad humana debe de pasar por la tele si quiera funcionar en esta sociedad de masas que nos aflige y atribula en el diario acontecer ciudadano. Los deportes, la política, la cultura, o la economía tienen que tener su porción de tratamiento mediático, eso que llaman tratamiento informativo o plan de comunicación. El principio sociológico de realidad dice que si no estás en los medios, no existes y por lo tanto no eres nadie en la aldea global.

El mundo de la tauromaquia no asiste precisamente a un momento de gloria y apoteosis ciudadana. Desde el momento de la crisis y con unas estructuras poco preparadas para aguantar la embestida del cierre de plazas, acortamiento de ferias y abandono de aficionados y público en general, los toros pasan por un delicado momento, que puede deparar una disminución importante de esto que algunos denominan cultura y otros, los menos, de momento, barbarie.

Y todo ello sin televisión mediante, con un abandono del espectáculo en las teles privadas y con escasos minutos en la pública, que recoge los estertores de un fenómeno de masas, que fue importante y ha quedado relegado al mundo de la tele de pago. Pagar cientos de euros por ver las más importantes ferias es dispendio que no puede aguantar el personal corriente y moliente.

Un equipo de figurines pasteleros arropados por toreros y otros comentaristas de variado pelaje intenta mantener viva la llama del espectáculo en la tele, previo pago de un puñado de euros, en una realización televisiva heredera del pasado Canal + Toros, y minuciosa en el contar de cada tarde de toros.

Un producto que hay que abonar y, como el fútbol y otros espectáculos de calidad, se ha cobijado en las garras de las operadoras del rico negocio teleco. Han llegado otros tiempos que pueden hacer realidad el titular de esta aldeana columna: sin tele no hay vida.