La Fortuna casquivana, variante y enloquecida rige los destinos de las distintas propuestas que los arriesgados programadores deciden presentar a la audiencia ávida de cambios, novedades y sorpresas. A lo largo de las temporadas los responsables de acertar con los deseos de la audiencia se rompen los cuernos para dar con el producto atractivo y moderno que lleguen al personal, se mantenga en antena durante varias temporadas y ayude a recuperar los euros invertidos en la producción. Dar con la nota adecuada, con el formato apetecido, con el entretenimiento a través de una serie, un show talent, un talk show, es el sueño dorado de quienes se dedican a estos menesteres.
Hay numerosos casos de personajes televisivos que apartados de la antena, se apagan en silencio y transitan por el desván de los recuerdos. Quién se acuerda de María Teresa Campos y su programa de los fines de semana que se había convertido en el talismán de las tardes de sábados y domingo, en riguroso directo y un fluir continuado de personajes del corazón, de la copla, de los amigos de MT. Quitaron a Campos y pareció que el chiringuito se iba a derrumbar, incapaz de llenar con un nuevo programa el vacío de la marcha de la reinona. Llegó Toñi Moreno, con su gracejo, sus meteduras de pata, sus sonrisas estentóreas, y se hizo con el santo y la señal y agur, bye bye. Es la dinámica de la tele, que no respeta vacas sagradas, personajes de relumbrón y muñequitos de paja, que una vez salidos de cámara, se esfuman y van engrosando la larga lista de quienes fueron grandes ayer, y ahora son pequeños recuerdos del pasado. Es el reino de la casquivana fortuna que encumbra a unos y olvida a otros con absoluta frialdad y descaro. Los programadores televisivos son como pequeños funambulistas que se mueven por el trapecio de la diaria parrilla de tele, quitando y poniendo, apostando y rechazando productos de esta tele de nuestros dolores y fatigas.