Vitoria - Diez años después de llegar al cargo de director de Artium, Daniel Castillejo dejará su puesto el próximo mes de octubre. Eso sí, no dejará el centro de arte contemporáneo ni tampoco, como él mismo remarca, de “militar en el arte y la cultura”.

¿No se le hace complicado pensar en que va a volver a ser compañero de quien ha sido jefe, en que va a trabajar para alguien cuyo puesto ha ostentado durante diez años? ¿No cree que eso puede incluso afectar al funcionamiento interno de Artium?

-Vamos a verlo, pero creo que todo debería ser más natural. No estamos acostumbrados a estas situaciones, eso es verdad. Lo que tengo claro es que mi experiencia como director la voy a poner sobre la mesa de quien venga, que será una persona a la que voy a apoyar totalmente. Y a mis compañeros les he pedido que me acepten como tal. No sé si irá bien o mal pero tampoco tengo miedo, y si hay algún problema, me apartaré si es el caso. Lo más importante es que, con toda la naturalidad, me haya podido marchar sin tener que recurrir a subterfugios de ningún tipo, sin forzar situaciones o yendo contra mis convicciones.

¿Quiere tener algún papel, el que sea, en la elección por concurso de quien vaya a venir?

-No. De hecho, ya he transmitido que no quiero estar ni en el comité de selección ni en nada. Las cosas son demasiado serias como para poder ahora establecer o crear algún tipo de situación extraña con el exterior. En lo único que he intervenido es para sugerir al comité ejecutivo de Artium que la elección sea mediante concurso. No me gustaría que pasara como en otros museos donde se han usado estas circunstancias para quitar directores, para poner a dedo a alguien o para dejar determinados proyectos sin cabeza.

Usted ya se presentó y ganó el primer concurso que hizo Artium para elegir director tras la marcha de Javier González de Durana. ¿Qué le recomendaría a quien se vaya a presentar esta vez?

-Lo primero, que cada cual sea uno mismo porque cada persona tiene sus criterios en cuanto a lo que es la gestión de un museo. A partir de ahí, incidiría en varias características de este museo que lo hacen único: es uno de los museos grandes del Estado; es un museo con una colección muy basta, extensa, casi enciclopédica del arte contemporáneo tanto vasco, de forma especial, como español así como europeo y latinoamericano, unos fondos que se han conformado con unos criterios que casi siempre han sido los mismos. Les recomendaría que mantengan esos criterios de aros concéntricos, es decir, que cuando tiren la piedra al centro del lago, el primer aro sea el del entorno local y vasco, el segundo llegue a los artistas de la península, y el tercero mire a Europa y Latinoamérica. Tiene que haber un equilibrio entre los tres aros, aunque a veces sea complicado.

En las razones para dejar su puesto está el convencimiento de no estar en el cargo más de lo que usted considera deseable para el museo. ¿La Fundación Artium debería limitar explícitamente la duración del puesto de director?

-Bueno, en realidad mi primer contrato estaba limitado a cinco años, más otros cinco en caso de renovación, sólo que en un momento eso se modificó para hacerlo indefinido. Con todo, a pesar de todas las situaciones que se pueden dar o los problemas que se pueden provocar, creo en las buenas prácticas y en una cierta ética en este tipo de cuestiones. Hay una cuestión importante en el funcionamiento de este museo y de cualquier otro que es la regeneración tanto de personas como de ideas. No hay que tener miedo a esto. ¿Deben ser cinco o diez o quince años? Bueno, cada uno sabrá. Lo que sí pienso es que tener esto en mente implica una serie de valores que deberían abundar.

Esta crisis económica ha hecho que Artium sea, con este concurso, uno de los pocos museos en el Estado donde poder acceder a un puesto de dirección al máximo nivel. Eso va a hacer que no falten candidatos, ¿no cree?

-A buen seguro. Además, es venir a un museo que está en unas condiciones más o menos estables. Es verdad que aquí hay que trabajar mucho. Quedan muchas secuelas de la crisis. Por ejemplo, nosotros no podemos abrir todo el día porque no tenemos dinero para ello. No podemos utilizar una de las salas del edificio porque no tenemos dinero... La sociedad, más o menos, se está intentando poner al día, y hay una parte de nuestro gasto que está subiendo, que tiene que ver, por citar casos, con el precio de la luz o con los convenios que están renovando algunas de las empresas que tenemos subcontratadas. Unos están subiendo y nosotros nos hemos quedado igual. Eso genera más problemas. Y bajan nuestras actividades, y eso no puede ser. No tendría sentido tener un centro de este tamaño y características vacío o con pocas cosas.

Pero se va cuando el museo ha vuelto a recuperar su capacidad económica de comprar obras de arte, cuando está incrementando, aunque sea poco, su presupuesto... da la sensación de que algo más ha pasado para tomar la decisión al margen de la cuestión económica.

-No, no, no ha pasado nada más. Creo, insisto, que no estamos acostumbrados a estas decisiones relacionadas con las buenas prácticas.

Hombre, pero ha vivido como director situaciones económicas mucho peores que la actual.

-Pero te doy la vuelta a eso. He aguantado todo por pura responsabilidad para sacar este museo adelante. En estos años he tenido muchas tentaciones de irme para no pringarme de mala manera en situaciones muy graves y dolorosas. Cuando se ha acabado eso y empezamos a ver un punto de salida, me voy. Nadie, ningún político de ninguna corporación, me ha dicho nunca lo que tengo que hacer. He hecho, bien, mal o regular, lo que he querido. Esa es mi responsabilidad. Eso sí, he tenido una máquina de siega de hierva debajo de los pies todo el rato. Y cuando me han dicho que hay un techo económico, eso me ha dolido. Parece que todo el mundo se recupera menos nosotros. Tenemos una responsabilidad pública sobre la cultura. Hace 20 años, los responsables institucionales tenían metido en el centro del cerebro que debían apoyar la cultura de alguna manera. Era una responsabilidad natural. Eso se ha perdido. Ahora lo económico es lo único. Pero la cultura tiene que estar. Es que no podemos vivir sin la cultura. Sin ella no seríamos lo que somos.

¿Qué le ha dicho Igone Martínez de Luna, diputada de Euskera, Cultura y Deporte y presidenta del comité ejecutivo de Artium?

-¿Igone? Se llevó un disgusto cuando se lo dije. Se quedó boquiabierta, además de manera literal. Me dijo que no me fuera, pero era una decisión que tenía ya tomada, sin vuelta atrás. Ya me habían dicho que había un techo económico que no se puede romper y para estar trabajando todo el tiempo en esta situación, no quería seguir, más allá de que se cumplen diez años en el puesto y considero, como decíamos antes, que es un periodo suficiente. Me pidió que me lo pensara de nuevo, lo hice pero volví a contestar lo mismo.

Más allá de políticos, de responsables de otros museos, de los trabajadores de éste, está la ciudadanía...

-Ayer [por el jueves] en la comparecencia que tuve me hablabas de autocrítica y, dándole vueltas a ello, ahora que mencionas este aspecto, sí creo que nos hemos quedado a medias en esa idea de trabajar el museo con el ciudadano de manera más intensa y estrecha. Hemos dado pasos, eso es verdad, pero no son suficientes.

Lo decía porque estas situaciones generan ruido. ¿Qué le diría a la ciudadanía sobre el futuro de este museo?

-Le diría que a pesar de las circunstancias, de todo, de la crisis, de las críticas, de... el museo ha ido calando en la sociedad. Ahora mismo, Vitoria no sería la misma sin este museo. Es un motor generador de pensamiento, de actividad, de nuevas formas, un laboratorio único donde se puede ver cómo se experimenta. Uno puede estar aquí y puede ver obras y artistas absolutamente novedosos, los más importantes, los que más pueden aportar. Si esto desapareciera, sentiríamos un enorme vacío. De hecho, sería muy grave si no se sintiera un gran vacío si Artium desapareciese. Sería muy grave porque, entonces, podríamos hablar en otros términos. Esa necesidad se ha creado y estamos bien con ella. Este museo es una referencia para saber dónde vivimos. A la ciudadanía le diría que se han cambiado las cosas para que esto pueda ser más fácil, para que el museo no de tanto miedo a algunos. Se ha creado un plan de mediación que es el Plan Estratégico. Se han creado muchas más actividades puntuales. Se han incorporado elementos de la cultura popular. Estamos continuamente trabajando sin dejar de ser un laboratorio.

Desde el jueves, ¿cuánta gente le ha llamado, escrito, parado por la calle...?

-Mucha y gente de todas partes. Estoy muy agradecido, aunque me va a costar unos días contestar a todo el mundo.

En el ámbito más cercano...

-Me han animado mucho. Mi hija me ha dado la enhorabuena y eso es muy importante para mí. Y es verdad, hay que darme la enhorabuena porque ahora estoy muy liberado, me siento bien.

¿Volver a hacerse cargo de la colección es como regresar con su ‘otra’ familia?

-Bueno, es que mi relación con la colección es mucho anterior que este museo, desde el año 85. Directa o indirectamente he participado en la compra de 2.000 de las obras que forman parte de los fondos. No me voy a retirar. Voy a seguir militando en el arte y en la cultura.

En su comparecencia del jueves hablábamos de autocrítica. Ahora le pregunto qué cree que es lo mejor que ha hecho en estos diez años como director.

-Al margen de las exposiciones, que algunas han sido buenísimas y reconocidas, lo que más he aportado ha sido una reflexión sobre el modelo de museo, algo, si quieres, más sordo pero importante e influyente. Eso, además, no nos ha costado un duro, sólo valentía.