Más allá de la coraza que todos les colocan y que él también alimenta, su Patxi Errementaria es, en realidad, un total incomprendido, ¿no?

-Posiblemente. La verdad es que no me lo había planteado de esta forma. Yo le veo como un sufridor, eso desde luego. Lo que pasa es que yo me pregunto, ¿quién no es un sufridor en esta vida? ¿quién de entre todos nosotros no es un incomprendido en un momento dado? Los que ya tenemos una edad sabemos que más tarde o más temprano a cada uno nos toca llevar nuestro propio infierno y nuestros propios sufrimientos. Sea en un momento o en otro de la vida, todos nos tenemos que enfrentar con nosotros mismos. A Patxi le llega ese momento, sólo que a él, no le sale bien. Lo que sí tengo claro es que, además, éste es un personaje absolutamente humano.

Cuando se le presentó un director que debuta en el largo como Paul Urkijo para proponerle este proyecto, ¿qué pensó?

-Sabes lo que pasa, que Paul me vino creyendo tanto y tanto en la historia que tenía entre las manos, que no tenía ninguna otra opción que no fuera decir que sí. No tenía escapatoria y tampoco la contemplé. Vino preparadísimo para hablar conmigo, con un gran entusiasmo, con un montón de trabajo hecho... Ha sido un auténtico placer ser parte del proyecto de Paul. También estar con todo el equipo que ha traído consigo. Me he encontrado aquí con gente llena de ilusión, con personas muy, muy comprometidas que me han hecho creer en esta película, en el cine y en los profesionales de Álava. Quiero seguir trabajando con ellos. Admiro a la gente que levanta proyectos como éste. Hacer cine es una hazaña. Paul tiene una mirada cinematográfica muy interesante y espero que Errementari sea el principio de una carrera que tenemos que seguir con mucho interés.

Hay mucho trabajo, y a usted le toca bastante, en el croma del Parque Tecnológico de Álava, donde el intérprete no ve o percibe muchas cosas cuando actúa. ¿Es extraño trabajar así?

-Sí, bastante. No es la primera vez que me toca trabajar con el croma pero eso no ha hecho que no me volviera a sentir extraño. Claro, al final tienes que imaginar mucho de lo que se supone que estará al final en la pantalla pero que tú no ves cuando estás rodando. Se te escapan muchas cosas, eso es así. Pero la forma de afrontar esa situación en la que estás un tanto incómodo es sencilla y pasa por tener confianza en el director una vez tras otra. Él sabe lo que quiere, lo que busca conseguir y cómo tiene que hacerlo, también contigo.

También está el hecho de rodar en el euskera alavés del siglo XIX.

-Tanto Koldo Zuazo como Gorka Lazkano, en este sentido, han hecho un trabajo espectacular. No se trata tanto de recuperar sino de reivindicar que ayer y hoy, aquí se habla euskera. Para el trabajo, a mí no me ha supuesto afrontar una labor añadida a la hora de encarnar al personaje. Lo que sí me ha propiciado es la oportunidad, el placer y el orgullo de utilizar unos vocablos y unas formas muy interesantes para mí. Les he intentado dar sentido y cuerpo a esas palabras que, en mi vida normal, nunca hubiera tenido la ocasión de utilizar. Eso es algo maravilloso.

Ahora que no nos escucha el director, ¿cuántos catarros le generó Paul Urkijo durante el rodaje?

-(Risas) ¡Yo soy el errementari, no enfermo!. Soy más duro que el hierro.

La verdad es que le da duro en alguna que otra escena.

-Bueno, de los catarros sí me libré, pero no creas que Paul ya me hizo pasar algún que otro mal rato. No soy tan fuerte como él se pensaba (risas). Hubo momentos para todo, pero la verdad es que tengo muy buen recuerdo de todo el proceso.

Comparte buena parte de la película con la pequeña Uma Bracaglia.

-Fue una gozada conocerla y estar trabajando con ella. Es que no puedo encontrar las palabras para contarte lo que fue [se toca el corazón]. Goxo-goxo. La quiero muchísimo. Es que tengo un amor para toda la vida.