en estas animosas calendas navideñas, la tele se pone lujuriosa explotando decenas de reclamos comerciales con los productos olorosos más exquisitos como atractivo para la compra de regalo, complemento, capricho consumista que alegra la vista y afloja el bolsillo, porque ya se sabe que este sistema socioeconómico en el que cabalgamos necesita que la ciudadanía consuma más y mejor para que la máquina económica no descarrile. Y lógicamente, la gran colaboradora de esta fiebre consumista en el período navideño es la denostada, atacada y despreciada tele de nuestras pasiones, dolores y gozos. Desde hace un par de semanas, las pantallas de todas las cadenas están plagadas de anuncios, spots y llamadas al consumo de productos superfluos, secundarios y desechables que presentados con bellas ninfas y espectaculares adonis, nos transportan a un mundo mágico, maravilloso y lujoso contándonos historias de amor, pasión y similares sucedáneos que nos hacen soñar unos minutos y picamos en la compra anunciada glamurosamente cada noche en nuestro aparato que se convierte en puerta y escalera para llegar a un mundo maravilloso de personajes elegantes, hermosos, llenos de luz, elegantes en ropajes suntuosos y espectaculares marcos de palacios y estancias lujuriosas. Estamos ante un ejercicio de tentar al personal con elementos narrativos alejados de la cruda realidad de nuestros apresurados días, ocupados en sobrevivir de la mejor manera posible a este mundo de consumo, engaños, guiños maliciosos y apariencias perversas.

Las grandes marcas del sector, Gucci, Nina Ricci, Laurent, Armani, Loewe y otras mas, se asoman a nuestra sala de estar con la poderosa potencia comunicativa de la perfecta luz, encuadres precisos e historietas maravillosa de amor y compañía. Es el poder de la publicidad, conocedora de la psicología humana que sirve de guía a la confección de estos espacios de venta y compra compulsivas.