Bilbao - En 2016 la bailarina de Zumaia tomó una decisión: dejar el Ballet de la Ópera de Múnich, donde era la primera bailarina, para dedicarse a sus propios proyectos y colaborar con diferentes compañías. Lacarra se incorporó en 2002 a la compañía alemana y ahí desarrolló una parte importante de su carrera con los más altos reconocimientos, como haber recibido el premio en Moscú a la mejor bailarina de la década. “Pero, llegó un momento en que quería empezar a hacer cosas más personales y ser dueña de mi propia agenda”, confiesa la estrella del ballet. Y entre estos deseos, se incluye el colaborar cada vez que puede con quien fue su maestro, Víctor Ullate.

Ullate fue la primera persona que le dio la oportunidad de subirse profesionalmente a un escenario cuando tenía 15 años. Ahora, va a bailar dos de sus creaciones, ‘Sola’ y ‘Bolero’.

-Poder hacerlo es un regalo para mí, me encanta reencontrarme con mi maestro. Sola tiene una gran sensibilidad, refleja la soledad del ser humano, que a veces es maravillosa, cuando es elegida, y otras veces, es terrible. Y Bolero es todo lo contrario, tiene una gran intensidad rítmica y una coreografía muy sensual.

Siempre ha confesado que se fue de su tierra y de la compañía de Ullate, sin irse del todo...

-Cada vez que puedo, regreso a mi tierra, y ahora con más razón, tengo una hija que en marzo cumplirá tres años y cuando viajo, la dejo con mi madre. Pero también es como si nunca hubiera dejado esta compañía. Soy de las personas que piensan que por mucho talento que tengas en la vida, si estás sola no llegas a nada. Es muy importante saber agradecer y siempre me he sentido muy vinculada con la compañía de Víctor Ullate. Cuando me fui, fue por necesidades de búsqueda, pero algo mío se quedó con él y con la compañía.

Lo suyo ha sido de vocación...

-Desde que tenía 3 años, desde que tuve uso de razón, no decía que quería, sino que iba a ser bailarina. Tuve que esperar a los 9 años para empezar las clases porque en Zumaia no había academia. Era una necesidad, siempre ha sido mi forma de expresarme, es como me siento yo misma.

Y en cuanto abrió la primera academia de ballet en Zumaia, sería la primera en apuntarse, ¿no?

-Fui la primera en la lista. Luego las cosas fueron muy rápidas, enseguida Maite, mi profesora, aconsejó a mi familia que me apuntaran a un cursillo de ballet en Tarragona. Al final, mi madre me llevó para que me olvidara de bailar, pero se llevó una gran sorpresa. Los profesores se volcaron en mí y la aconsejaron que me llevara a Donostia a seguir aprendiendo. Allí entré en la escuela de Menchu Medel, que me preparó para presentarme a las becas del Gobierno vasco y de la Diputación de Gipuzkoa, que menos mal que existían porque sino, nunca hubiera podido ir a ningún sitio.

Como otros muchos bailarines, tuvo que dejar su casa muy joven para formarse...

-Solo iba a la academia de Menchu dos días a la semana, pero me comentó que para obtener las becas, tenía que trabajar todos los días. Así que dejé Zumaia y me matricularon en Octavo de EGB en Donostia, donde me quedé con una señora que cuidaba estudiantes. El primer día que mi madre me dejó allí fue cuando tomé conciencia de lo que significaba, me di cuenta de que para bailar, ya no podía vivir en mi casa, con mi familia. Me entró una llorera terrible, pero ya no había nada que me parara.

Y poco después se marchó a Madrid para entrar en la compañía de Víctor Ullate.

-Para mí, ganar aquella beca fue lo más maravilloso que me había pasado en la vida. Mi profesora Menchu, cuando era una niña, me regaló un vídeo de El lago de los cisnes y yo soñaba con ser una de esas bailarinas. Aunque fuera la de la última fila, no me hubiera importado. Lo que quería era pasarme la vida bailando. Mientras estuviera en un escenario, ya era feliz.

Aquella niña que soñaba con bailar, aunque fuera en la última fila de una compañía, acabó como primera bailarina en los mejores escenarios del mundo...

-Han sido muchas zapatillas desgastadas, mucha disciplina, mucho trabajo, pero no cambiaría ninguna de las decisiones que he tomado. Es mi forma de vivir, es lo que siempre he querido.

¿Por qué abandonó la estabilidad de la compañía de Múnich?

-Hubo un cambio de dirección y un bailarín necesita regenerarse, tener inquietudes, ganas de aprender, de cambiar... Fue el momento ideal para conseguir esa libertad para trabajar en lo que quiero, en lo que me apasiona, para poder elegir.

¿Y ha ganado también tiempo libre?

-Todo lo contrario, vivo con la maleta, y eso, con una niña, es mucho más complicado. Hay muchas veces que tengo que separarme de ella y dejarla con mi madre; sé que ella está bien, pero sufro más yo que ella... Tengo todavía algunos años para bailar y quiero disfrutar de ello.

En estos momentos, ¿a qué da prioridad artísticamente?

-A todo lo que me ayuda a descubrirme a mí misma. Si te catalogas, es lo peor que te puede suceder. A mí siempre me han considerado bailarina clásica y me encanta sorprender a la gente; he bailado piezas contemporáneas, incluso llevando rodilleras y descalza sobre el escenario. Poder sorprender a la gente es algo maravilloso porque muchas veces te sorprendes a ti misma. No tengo ganas de repetir La bella durmiente, que he representado ya cien veces. No me aporta personal ni artísticamente nada. Quiero descubrir facetas nuevas.

¿Y si su hija le dice que quiere dedicarse al ballet, la animaría?

-Tengo el ejemplo de mi madre que me ayudó, a pesar de no entender el mundo de la danza y, por supuesto, de no querer perder a su hija de 13 años. Y aún así, me ayudó desde el principio hasta el final. Ese es un ejemplo que pretendo seguir. Creo que no hay regalo más importante en este mundo que tener una pasión a la que quieras dedicar tu vida. Y deseo con toda mi alma que mi hija descubra qué es lo que ella quiere hacer: sea lo que sea, la ayudaré hasta el final.