En la noche del pasado domingo, Jordi Evole se metió en aguas profundas, en territorio apache, en aguas movedizas de cloacas del Estado al convertir al comisario Villarejo en protagonista de un fuego cruzado de declaraciones de variopintos personajes como Garzón, Arthur Mas, el periodista Ayuso y otros, en un ejercicio de búsqueda informativa de la verdad en asuntos en los que la verdad es un desiderátum, un imposible de perseguir, pero no alcanzar, porque los cimientos del aparato estatal pueden estar amenazados por el descubrimiento de la verdad de operaciones secretas en las que los controladores de las sombras manejan intereses profundos de vaya a saber usted quién. El ingenuo Jordi Evole se enfrascó en tarea imposible de descubrir a pesar de los buenos propósitos del interrogador y la extensa batería de preguntas con las que inundó a sus invitados. La tarea de interrogar al policía y la puesta en escena de la fría estancia fue propia de una sala de interrogatorios de comisaría de tercera con iluminación y cristal-espejo incluido, que dibujó un escenario, en principio, propicio para las jugosas confesiones de un supuesto servidor de intereses ocultos.
Mentiras, embrollos, rectificaciones, aclaraciones, engaños y más engaños en boca de un policía acusado de delitos penales y que se maneja divinamente en las cloacas infectas de los aparatos llamados de seguridad y policía y que pusiera en marcha un tal Fouché en la Francia decimonónica.
Un intento vano en el que Villarejo cumplió con su misión de asomar a la superficie de la actualidad y el inocente Évole se movió como barquichuelo en altamar, en un ejercicio periodístico que aclaró poco y creó expectativas que terminaron frustradas. Un intento imposible de interrogatorio donde el policía convirtió las preguntas en respuestas a su antojo. Periodista pequeño pichón en las garras afiladas y asfixiantes de una peligrosa urraca que salió indemne de la mediática prueba.