donostia - Empecemos por la dedicatoria doble, primero a Mahamoud Touré.
-Fue una casualidad que surgió sobre la marcha. Desgraciada casualidad. El verdadero Mahamoud Touré era el padre de familia de la casa en la que recalé hace más de veinte años, en un viaje que hice por África. Viajé durante meses, crucé un desierto, hice miles de kilómetros... Y llegué con la pierna infectada a un pueblo de Malí, donde esta familia me acogió en su casa. Estuve más de quince días recuperándome con ellos y allí conocí lo que es la auténtica solidaridad africana. Desde entonces mantuvimos el trato. Al principio fue difícil porque no había Internet y era a través de cartas, pero desde que existe el correo electrónico el contacto era muy frecuente. Su hija estaba estudiando en París, su mujer se llama Marian, uno de sus hijos, Garan, y en parte me inspiré en él para crear al detective de mis novelas. Cada vez que tenía alguna duda le escribía... Y se ha muerto este año, no llegaba a los 60 años y no me había dicho nada, pero tenía algún tipo de cáncer de estómago.
¿Qué le parecía a él lo de ser protagonista de una saga de novelas que sucede en el barrio de San Francisco de Bilbao?
-Estaba encantado. El personaje se llama igual que él, le mandaba los ejemplares, subrayaba las palabras que entendía... Fue un palo que se muriese.
También murió durante la gestación de esta novela Aliou Koiaté, que es otro de los personajes.
-Sí, era un músico que realmente tocaba la kora en San Francisco. Le conocí hace unos años, desde que empecé a pasar temporadas largas allí, tocando la kora en el Berebar. También le veía por la calle y solía llevarle a mis presentaciones. Malvivía en pisos patera, era muy buena persona, un tipo humilde y un excelente buen músico. Y de repente murió de un ataque al corazón. Coincidieron las dos muertes en poco tiempo, por eso decidí dedicarles el libro.
En esta peripecia Touré y sus amigos siguen pagando el precio de lo sucedido en la novela anterior.
-Están atrapados en una tela de araña, y la araña es el policía corrupto que controla las cámaras y todo lo que sucede en el barrio. Les pilló haciendo lo que hicieron y tenía dos opciones: o les mandaba a la cárcel o se aprovechaba de ellos. Elige esta última y el motor de la novela es ese, ellos piensan todo el tiempo en cómo escapar de ese chantaje y esa presión tan tremenda de la Rata.
La Rata es malo malísimo, sin matices.
-Es malo malo. Mucha gente me dice que cómo es así siendo policía. En muchas novelas policíacas, los policías suelen ser los buenos y casi siempre los protagonistas, pero en las mías normalmente la Policía es mala. Como personaje me interesa mucho más un policía malo que uno bueno. Es más negro. Además, en la Policía hay de todo, buenos, malos, corruptos... como en todas partes. Hace poco se descubrió que el guardaespaldas del alcalde de Bilbao, que era un policía municipal, estaba metido en una red de tráfico de drogas enorme...
Este tipo no tiene corazón, y las cosas que dice y piensa mientras mira a través de las cámaras...
-Sí, en ese sentido, este personaje también me sirve para mostrar esa opinión que yo creo que es mayoritaria, aunque a mucha gente le parezca que no somos tan así. Y me refiero a que la mayoría ve a los extranjeros y a los que viven en zonas marginales (yonkis, gitanos, etcétera) y piensa que deberían estar en otra parte.
Está claro que no le interesa ser políticamente correcto.
-Para qué. Ni todos los negritos son buenos ni todos son unos cabrones; ni todos los polis son buenos o unos cabrones. Hay buenos y malos en todas partes. Muchas de las personas que meto en la novela son muy reales y las he visto yo en San Francisco. Además, una cosa soy yo y otra los narradores.
¿Cómo ha ido evolucionando Touré desde la primera novela de la saga, ‘19 cámaras’, hasta ‘Piel de topo’?
-Ha evolucionado mucho. Y eso es importante, sobre todo si se trata de una saga. No me interesa un personaje estático que no avanza y que siempre es el mismo enfrentándose a un caso diferente. Touré empezó siendo un inmigrante recién llegado, un pelele al que le daban por todos los lados, pero que a la vez intentaba buscarse la vida. Hizo de gigoló, de extra de ópera, cogía percebes por unos pocos euros... Luego la vida le ha ido maltratando, le han presionado, chantajeado, lo que pasó con su hija marcó un antes y un después... Le han hecho endurecerse y ha ido cogiendo malicia hasta convertirse casi en un sicario, que es como se presenta en esta novela, aunque sea a la fuerza. Le obligan a dar palizas, a cargarse a gente, y no tiene opción, porque o hace lo que ordena la Rata o tanto él como sus amigos acabarán en la cárcel. Él les ha metido a todos en ese lío y siente la carga. A Sa Kené, su amante; a Osmán, el veterano venerado, y a su amigo Xihab. Touré se siente atrapado por todas partes. Sale de una y se mete en otra más gorda todavía. Ese es el sino de los perdedores.
Pero los lectores le quieren.
-Sí, yo noto que le quieren tanto como yo. Al final, es un tipo que solo intenta sobrevivir.
En este caso, esos personajes que le rodean tienen más protagonismo.
-Sí. Le he querido dar más personalidad a Sa Kené, por ejemplo, que es la más lista del grupo y aquí también toma las riendas del problema. Xihab, por otro lado, es el hombre de acción, se crió en la calle desde pequeño, le ha pasado de todo y es el que tiene menos escrúpulos. Porque Touré en el fondo se sigue cuestionando las cosas que se ven obligados a hacer.
San Francisco vuelve a ser protagonista, e introduce un tema, el de la gentrificación, que está a la orden del día en muchas ciudades.
-El barrio está cambiando mucho y no está muy claro hacia donde va. La gentrificación es un proceso de elitización perfectamente planeado. En San Francisco hay unos movimientos sociales muy fuertes, con gente muy sabia, y te explican que esto está programado desde hace muchos años por lobbys, por la banca, por los partidos con más poder... Esto suele consistir en hundir un barrio y cuando los precios están por los suelos, se compra masivamente y se montan pisos caros, restaurantes caros, viene nueva gente y se acaba echando a la gente que ya estaba ahí. Gente que no desaparece, solo se traslada a otro lado.
Hay un personaje especial en esta novela, un joven ciego que es de Cuenca y vende cupones. Todo un homenaje personal.
-No sé si un homenaje o una venganza (ríe). Es un chico que se llama Sergio, igual que el organizador de la semana negra de Cuenca. Siempre le había dicho que algún día iba a meter a un ciego cabrón en mis novelas y no se lo creía, pues aquí lo tiene. Este año no me iba a llevar, pero ha leído el libro y me ha hecho un hueco (ríe). En la novela es un personaje que parece una cosa, pero igual es otra; al final parece que van a convertirse en una pareja de detectives muy sui géneris.
¿Cuáles serán los siguientes pasos de Touré, lo sacará de las sombras?
-Siempre lo intento, pero al final acaba cayendo en otra (ríe). Es que, claro, esto es novela negra, no novela rosa. Seguro que se va a seguir metiendo en líos, aunque ahora lo voy a aparcar durante una temporada.
¿Está trabajando en otras historias?
-Sí. Las sagas son peligrosas, hasta ahora he conseguido que las cinco novelas de Touré sean muy diferentes entre sí, pero, a partir de ahora... Estoy escribiendo una novela negra diferente, me apetece quitarme el corsé de Touré, que tiene sus circunstancias y no te puedes salir de ellas. Pero sí que seguiré con la saga. Le quiero demasiado, aunque seguramente me lo llevaré por ahí, a ciudades más grandes. Así, además, tengo una excusa para seguir viajando, que ir a Bilbao solamente no es lo mismo (ríe).