Vitoria - Un hombre se presenta a unas pruebas psicológicas remuneradas. Lo que aparenta ser un modo fácil de conseguir el dinero que necesita se convertirá en una pesadilla...
El título, ‘Idiota’, nos da alguna pista, aunque engañosa, de lo que nos vamos a encontrar.
-Eso es, más que dar pistas, despista. Para empezar vemos a una persona que te hace reír, un poco clown, pero luego aparece otro idiota que en realidad somos todos en algunos aspectos de nuestra vida, sobre todo teniendo en cuenta cómo vivimos hoy.
El personaje de Gonzalo de Castro se va a llevar unas cuantas sorpresas y el público con él.
-Al principio uno está más distanciado de él y se ríe. La presentación del personaje es bastante cómica; es un tipo divertido, torpe, inconsciente, seguro que todos conocemos a alguien así que nos resulta muy simpático, y acude a la cita con la expectativa de ganar un montón de dinero. Cree que va a algo fácil, pero, claro, es que no se ha leído el contrato, la letra pequeña, que es lo que hacemos todos en algún momento. Y la cosa empieza a complicarse hasta que se convierte en algo oscuro, y la trama pasa de ser una comedia ligera a transformarse en un thriller angustioso.
Tocar las teclas que provocan que el espectador pase de la risa al temor será placentero...
-Sí, lo es. Todas las grandes funciones, sobre si son comedia o thriller, tienen una estructura un poco matemática, musical, y como se toque una tecla desafinada se pueden perder las risas, por ejemplo. En ese sentido, es fundamental tener un buen texto, y el de Jordi Casanovas lo es. Tiene una musicalidad y una pericia a la hora de trabajar la comedia y el thriller que es alucinante. Luego, la mano de Israel Elejalde en la dirección y lo que nosotros podemos hacer cada día en escena hace que el montaje esté siempre muy afinado. Y la respuesta del público es inmediata. En un momento hay un cambio brusco, un punto de inflexión especialmente llamativo en el que se hace un silencio que se puede cortar con un cuchillo.
¿Quién es su personaje, la doctora Edel?
-Es una mujer de la que sabemos poco. Se la va conociendo a través de reacciones y, en el momento en que la historia entra en el thriller, su vida también empieza a correr riesgos. Por muy protegida que aparentemente pueda estar, ellos se encuentran solos y bastante aislados. Llega un momento en que esto se convierte en un combate y hay un riesgo evidente para los dos personajes. Aparte de eso, es una mujer fría, alemana, muy segura de sí misma, eficiente, y que maneja al personaje de Gonzalo como a un conejillo de Indias. Y, a la vez, va guiando al público a través de este juego un poco perverso. Yo lo estoy disfrutando (ríe); efectivamente, ser mala es mucho más divertido.
¿Cómo mantiene esa máscara, su postura, su actitud?
-Trabajar con Israel (Elejalde) fue muy bonito. Físicamente me dio un par de gestos, sobre todo con la mano, que enseguida me llevaron a un lugar y a un personaje. También ayuda el vestuario, un tacón, una bata, y la contención. Fue todo sencillo y creo que el resultado es eficaz, sobre todo porque contrasta mucho con el personaje de Gonzalo, que es todo caos. Mi personaje es una mujer equilibrada, austera, eficaz... En ese juego de contrastes es donde se encuentra un poco la riqueza del teatro.
La obra se teje entre ustedes dos, ¿cómo fueron los ensayos, cómo establecieron esa tensión que se mantiene en todo momento?
-Sí, sí, aquí no hay camerino al que te puedas escapar, estamos en escena juntos de principio a final. Recuerdo que no podíamos ensayar más de cuatro horas seguidas, después las cabeza nos echaba humo. Era tanta concentración, los diálogos son tan veloces... Ahora ya llevamos cuatro meses de funciones en Madrid y bastante gira y lo tenemos dominado.
¿Qué es lo que nos cuenta el texto del ser humano contemporáneo?
-Lo que me gusta es que tiene muchas capas. Te puedes quedar con lo más evidente, que es muy interesante, pero luego también te puedes llevar otras reflexiones a casa. A mí me interesa mucho ese punto de inconsciencia del personaje de Gonzalo. Yo al menos en mi vida intento buscar una conciencia aumentada, para darte cuenta no solo de lo que te está ocurriendo a ti, sino también a la persona que quieres, a tu vecino y al mundo en general. Si todos desarrolláramos un poco más esa conciencia cercana a la realidad y despojada de fantasías, todo sería bastante mejor.
En ese punto, el teatro, como espejo, tiene mucho que decir.
-Efectivamente, y sin dar respuestas masticadas ni dar moralejas. Lo rico de esta función es que se nos pone un espejo delante y hay un momento en que ninguno podemos escapar de lo que está ocurriendo en el escenario, de lo que le pasa a este hombre; y eso es lo interesante, que cada uno se lleve lo que le interese.
Se ha puesto a las órdenes de Israel Elejalde en su segundo montaje como director. ¿Cómo ha sido la experiencia?
-Israel sigue siendo actor, un grandísimo actor que no para de trabajar, y creo que también es un brillantísimo director. Lo ha demostrado de sobra con este espectáculo. Todo el talento que tiene como actor lo aplica a la dirección de una manera muy delicada, inteligente y agradable. Yo había trabajado junto a él un montón de veces y me conoce mucho, tanto mis vicios como mis virtudes, y ha sido muy fácil.
Él suele comentar que le interesan los textos que le suponen un desafío, que le mueven por dentro, ¿le pasa lo mismo a Elisabet Gelabert?
-Para crecer como actor, es mucho más interesante tener un reto que algo que se parece a ti o que ya has hecho antes. Encontrarte con algo que te da un poco de miedo porque no sabes por dónde cogerlo, pone en marcha todos tus mecanismos, con el riesgo de poderte equivocar, que siempre lo debemos tener delante, porque si no todo sería muy aburrido y muy mediocre. Ante un desafío es cuando puedes sacar lo mejor de ti mismo. Si no te arriesgas, puedes estar muy cómodo, pero eso no es interesante; en el arte al menos.
Un riesgo en mayúsculas es el que ha asumido Kamikaze cogiendo un teatro, el antiguo Pavón, y produciendo textos de autores contemporáneos. Una gran apuesta.
-Brutal. No podían llamarse de otra manera, han sido unos kamikazes. En estos tiempos en que la cultura está tan denostada, con tan pocos apoyos y tan poco riesgo... El arte no son dos y dos, no son matemáticas, y es algo que todos necesitamos para vivir. Estos locos se lanzaron a la piscina sin ningún tipo de ayuda de momento, y espero que eso cambie, sobre todo viendo en lo que se ha transformado ese rincón de Madrid.