la potencia comunicadora de la tele frente a los otros medios tradicionales es impresionante al mezclar sonido e imagen más la sensación de realidad en directo, que coloca a la pequeña pantalla en situación de predominio cuando salta la alarma informativa y el breaking news domina el panorama de la información, singularmente en coyunturas de atentado que desde hace años sacude el ámbito de los medios con epicentro en escenarios de la vieja Europa.

La cobertura informativa de estos hechos resulta rala, escasa y repetitiva por falta de imágenes que no hacen más que colocarse una y otra vez en bucle desesperante para los telespectadores, que deben de aguantar estoicamente las mismas secuencias, las mismas caras, los mimos escenarios. La fuerza comunicadora televisiva queda reducida por la escasez de fuentes que no suministran más que un número reducido de imágenes en ocasiones de escasa calidad de procedencia ciudadana en un ejercicio improvisado de periodismo participativo.

Dicho castizamente, es como si los periodistas fueran a la guerra sin fusil, obligados a salir a antena e ir suministrando retazos de lo ocurrido que ha roto la habitual placidez informativa. Este desamparo televisivo se va cubriendo con especialistas en el asunto, atetado, tragedia o siniestro agobiante. Los profesionales torean la situación como pueden y a base de redundancia, van llegando noticias con mayor caudal y en períodos más breves y de tal manera se construye la narración de lo que ha roto la tranquilidad social y que con mayor frecuencia sobresalta nuestras vidas de azacaneados ciudadanos prendidos por el poder de las imágenes televisivas, que ha ganado la pelea a la radio e internet, y al periódico se le ganó hace décadas. La información en directo en la tele es la gran palanca para informar a la audiencia, formar la opinión pública y entretener al personal.