Vitoria - En un pabellón del Paseo de la Zumaquera tiene desde hace tiempo su estudio Martín Zurutuza. Entre sus vecinos, un par de albañiles, un estudio de producción audiovisual y dos iglesias evangélicas, aunque hasta hace no mucho eran cuatro. Altares situados en un espacio nacido el siglo pasado no para alimentar el alma sino al desarrollo industrial. “No hace falta irse lejos para hacer fotografía” dice el autor guipuzcoano residente en Gasteiz. Así que en el último año y medio su cámara se ha fijado en estos vecinos de diferentes orígenes para dar forma y fondo a su nueva producción.

Desde hoy hasta el próximo 9 de julio, la sala Amárica acoge El callejón de los milagros, un recorrido por personas, vivencias, espiritualidades y presencias a través del cuál hablar con el visitante de la muestra, más allá de las palabras, de cuestiones como la religiosidad, la migración, el sentimiento de comunidad o la evolución urbanística. Un camino que el autor recorre con algo más de una veintena de retratos realizados a creyentes de distintas edades y procedencias. Una senda que se inicia con él gracias a una fotografía de su primera comunión y un perfil de su figura adulta, y que también se termina de su mano, con la imagen de un espectador anónimo que observa la única instantánea que no cuenta con figura humana, una metáfora construida a base de libros de fotografía en la que Zurutuza da sus propias respuestas a esa relación siempre peculiar entre lo divino y lo humano.

Eso sí, el autor aclara: “más allá de lo que piense o exprese, todo este trabajo está hecho desde el respeto” a las diferentes formas de sentir y pensar de quienes le han servido como modelos para una serie más amplia de lo que se muestra en Amárica. Con todo, su uso de la luz, su elección de la escenografía, su disposición a lo largo de la sala... ni es inocente ni lo pretende. Al fin y al cabo, a las preguntas cada uno tiene sus propias respuestas.

Fue hace un par de años cuando este proyecto empezó a surgir en su cabeza. Sobre todo en el caso de las personas llegadas de países como Nigeria que acudían hasta este lugar del barrio de Adurza para asistir a los oficios semanales, “me llamaba la atención lo arreglados que iban los domingos porque me recordaba mucho a mí de pequeño, cuando hace 40 años me ponían de domingo para ir a la iglesia”. De ahí, también, la referencia a su primera comunión dentro de la muestra. El contacto con todos los protagonistas fue sencillo y fluido. “A cada uno le he regalado una copia de su fotografía” relata con una sonrisa.

La muestra, además, supone volver a encontrarse en una sala de exposiciones con Martín Zurutuza tras Más caras del jazz, una serie que se pudo ver en 2008 en el Aula Fundación Vital. Tanto aquel caso como en éste, “el hecho de tomar la fotografía es lo más sencillo para mí; lo que me lleva trabajo, en lo que me entretengo, es en hacer la foto en mi cabeza; veo posibles fotografías en cualquier instantes, gesto, situación. Es lo que me gusta. Fotografío hasta cuando no tengo la cámara cerca”, describe.