barcelona - Lluís Homar encarna a un Ricardo III “diabólico y fascinante” en el ambicioso montaje de la obra de Shakespeare que ha ideado Xavier Albertí, quien incide en las causas de la monstruosa maldad del protagonista con una puesta en escena respetuosa con el texto, pero estéticamente alejada del canon.
La obra, que se estrenará mañana en la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya (TNC), cuenta con un reparto de 14 actores, entre ellos intérpretes de renombre como Julieta Serrano, que este año cumple su 60 aniversario sobre los escenarios, Carme Elías, Joel Joan o Roger Casamajor.
Homar ha reconoció ayer en rueda de prensa que ha visto a todos los grandes actores que han dejado muestra grabada de sus interpretaciones de Ricardo III, desde Al Pacino a Laurence Olivier, y disfrutó en persona la interpretación de Kevin Spacey en el montaje de Sam Mendes cuando pasó por Avilés (Asturias). “Siempre me he sentido fascinado por este personaje pero pensaba que no lo entendía bien, que no sabría como abordarlo, hasta que hace un par de años empecé a ver la posibilidad”, explicó.
“La idea la planteó Homar”, ratificó Albertí, que asegura que “el impulso de hacer un Shakespeare suele venir más de actores que se ven preparados para abordarlo que de directores”.
Tras releer la obra y darse un tiempo para pensar, Albertí decidió lanzase a “esta maquiavélica, diabólica y fascinante partitura” que es para él Ricardo III. Una partitura que ha querido respetar, y lo ha conseguido gracias a la fiel y meticulosa traducción al catalán de Joan Sellent.
Una fidelidad a la palabra en verso que no va acompañada de una puesta en escena de época, sino de “un sincretismo de estilos”, presente tanto en el vestuario como en la música y la escenografía. Esta última es una estructura de hierro y metacrilato de dos alturas, que muestra a los personajes en el interior y el exterior de un palacio muy contemporáneo, casi futurista.
Lluís Homar reina en ese mundo duro, frío y oscuro, a pesar de sus deformidades físicas, que en este montaje se exteriorizan principalmente gracias al vestuario.
Un collarín, una bota con estructura metálica y una coraza en el tronco son los signos más visibles de esas malformaciones que convierten al protagonista en su ser marginal que, a pesar del rechazo social, emprende una ascensión imparable hasta llegar a conquistar el trono de Inglaterra.
“Ricardo III es también una obra que nos interpela sobre el protagonismo que tienen en nuestra vida las heridas que hemos recibido desde el nacimiento y, en definitiva, sobre el mal que este dolor nos puede llevar a hacer a los otros, mientras no seamos capaces de asumirlo”, dijo Albertí.
“No pretendemos ser compasivos con este diabólico personaje, pero no deja de ser un ser humano que ha llegado a la maldad en determinadas circunstancias”, corroboró Homar. - Efe