Además de una jornada de ventas, encuentros y celebraciones -en algunos casos reales y sentidas, en otras más cercanas al postureo del momento-, el Día del Libro, como otros eventos del calendario, debería servir también para avivar la reflexión y el debate sobre la literatura en diferentes aspectos, también el que se refiere a su negocio. Así, por lo menos, parece haberlo entendido la escritora gasteiztarra Toti Martínez de Lezea quien, a través del escrito El negocio del libro, planteó ayer varias cuestiones a partir de las cuales profundizar sobre el modelo de mercado que existe en estos momentos en el Estado y el modo de hacer de los grandes grupos editoriales.
En este sentido, la autora apuntó que tanto este domingo -cuando se celebra de manera oficial la jornada señalada- en torno a esta fecha “escucharemos loas y parabienes dirigidos a editoriales, librerías, autores y, por supuesto, lectores y lectoras. Nos alegraremos de la buena salud del libro, insistiremos en la necesidad de leer; en las excelencias de la lectura que, además de entretener, enseña o ayuda, o simplemente hace soñar”, aunque, a su juicio, “la realidad es bastante más prosaica”.
Así, Martínez de Lezea señaló que “el mercado del libro en el Estado español factura más de dos mil millones de euros al año, un 70% del cual va a parar a dos grandes monopolios: el Grupo Planeta y Pinguin Random House, que juntos poseen la mayoría de las editoriales españolas de renombre y producen los best-sellers que aparecen continuamente en las listas de más vendidos. También disponen de sus propias distribuidoras, eje fundamental para que un libro llegue a los lectores, de algunas de las cadenas de grandes librerías y, por supuesto, de diversos medios de comunicación”.
Esto se traduce en que “en estos momentos, la fama literaria se crea de manera artificial gracias a premios trampeados, entrevistas en medios de ámbito nacional, radios y televisiones, cuadernillos culturales, etc. Lo que no se ve, no existe. Y si lo único que vemos es este o aquel título repetido hasta la saciedad, deberemos creer que, en efecto, es una buen obra que merece ser leída. A veces, incluso, es verdad. Pero cada dos por tres somos testigos del ascenso al parnaso literario de alguien que desaparece al cabo de un tiempo sin dejar el mínimo recuerdo. El motivo es bien sencillo: autor que no vende lo que esperan, autor que no interesa a estos fabricantes de libros, que lo mismo podrían dedicarse al negocio de las alpargatas o del tomate en conserva”.
Con todo, “sigue habiendo editores románticos que creen en la literatura, y los verdaderos lectores siempre tendremos la posibilidad de leer obras que merecen la pena”.