el cotarro político se vio alterado por la irrupción de un par de partidos que pretendían acabar con la casta de los tradicionales que se repartían el pastel desde los tiempos de la transición. Ciudadanos y sobre todo Podemos se presentaban como fuerzas capaces de desterrar los nefandos hábitos desarrollados por el sistema. Una de las piedras angulares de la nueva forma de practicar la política era el respeto y la aceptación de los medios y sus profesionales como santo y seña de la democracia y concurrencia mediática. Los medios tienen papel clave en el juego democrático y las reglas de juego había que respetarlas para construir Opinión Pública informada y formada. Además de todos era conocida la afición y habilidoso manejo de los podemitas de las televisiones, auténticos trampolines de acción política.

La denuncia de docena larga de profesionales ante la APM, la Asociación de la Prensa de Madrid, sacaba a la luz pública presiones, amenazas y malos modos por parte de Podemos, que se desmarcó de la acusación e incluso insinuó la posible maniobra conspirativa con manifiesto intento de quitarse el muerto de encima y mantener su imagen impoluta de respeto democrático a los medios.

Sabido es que la batalla política de dirime en los medios, más allá de comisiones y plenos parlamentarios, y que el ejercicio periodístico es ardua tarea plagada de insinuaciones, indicaciones y orientaciones para dirigir el mensaje mediático hacia uno u otro lado. El poder de los medios en nuestra sociedad es golosa miel que todos desean degustar, haciendo de los medios colaboradores de determinadas estrategias políticas. Podemos está a punto de perder su virginidad mediática. La APM tiene que decidir si las denuncias son hechos probados de una burda injerencia inaceptable y mafiosa.