Las artistas mujeres son las grandes ausentes de los discursos museográficos, y en la mayoría de los casos sus obras están en los depósitos. Y si hablamos de la representación de la mujer a través del arte, ¿cómo ha sido?
-Depende de la época, pero mayoritariamente, como los hombres eran los que pintaban y en general eran hombres que estaban imbuidos por una ideología bastante patriarcal, hablan de una imagen de mujer construida, no de una imagen real. Es muy interesante ver cómo en los años 20-30, que coinciden con los movimientos por la lucha del voto femenino y por la irrupción de las mujeres en la petición de derechos, hay una visión de la mujer que tiene que ver con el surrealismo, que es cualquier cosa menos la petición de derechos: es la cosificación, la fragmentación. Entonces, vemos un discurso de las mujeres reales que está borrado y silenciado, mientras que la imagen de las mujeres en la época en la que precisamente las mujeres salen es un discurso mucho más reaccionario: es una cosificación. Es el imaginario del fantasma de los hombres de la época que decide pensar el cuerpo de la mujer como objeto de goce y de uso y disfrute, mientras sus compañeras están pidiendo derechos en la calle, y eso no lo registran los museos.
Es un asunto grave, porque los museos son los lugares de la memoria, construyen la sociedad...
-Claro. Los museos tienen que hacer un esfuerzo antropológico y educativo. La cultura no es una relación de objetos formados por un canon. Habría que centrarse en entender para qué sirve hacer arte, para qué sirvió en un momento determinado, qué se mostraba, por qué, quién lo mostraba y a quién. No podemos ver las obras descontextualizadas. Yo creo, como Kandinsky, que cada obra es hija de su tiempo, y los museos tienen que presentar esos contextos de su tiempo. Volviendo al surrealismo, ¿quiénes son los que forman el grupo surrealista?, ¿en qué ámbito, en qué clase social, en qué momento histórico?, ¿y por qué esa visión tan reaccionaria respecto a las mujeres, justamente cuando éstas están luchando por sus derechos? A lo mejor es precisamente por eso, porque el hecho de que unas compañeras se quieran situar de igual a igual, es muy movilizador y desconcertante para un determinado tipo de hombres que no quiere que cambien las cosas, por muy progres y bohemios que sean. Si los museos contextualizan y ponen esa obra desde distintos puntos de vista como el resultado de las experiencias de los diversos grupos sociales, se abrirían muchas preguntas más que discursos cerrados, que son los que suelen mostrarnos los museos. Las personas tienen que ir a los museos para preguntarse cosas, no para recibir respuestas.
Entonces, la igualdad de género no llega porque no interesa...
-Lo que digo es que cuando un grupo social pide sus derechos, otro tiene que perderlos. O al menos sus privilegios. Yo no pido que los hombres pierdan sus derechos, pero sí determinados privilegios. Por ejemplo, en los cargos de poder, mientras no haya un sistema de acceso transparente y medianamente democrático, seguirá siendo a dedo y seguirá privilegiándose, como suele pasar, a los hombres por encima de las mujeres.
¿El cambio vendrá antes de la lucha de la propia ciudadanía o de las instituciones?
-Debe ir unido. Cambiará cuando las personas que ocupen esas instituciones, a las que los ciudadanos y las ciudadanas elegimos, tengan una sensibilidad y una mirada diferentes.
Y no le veo optimista al respecto...
-Bueno, es que yo quería que fuese un poquito más rápido (sonríe)... Pero también creo que si las cosas se hacen demasiado deprisa luego vuelven hacia atrás. Tiene que ser una labor de consenso, una labor probablemente más lenta pero más sólida. Yo querría otros museos para mis hijos, pero tendrá que ser para mis nietos (ríe).
¿En qué medida el cambio es cuestión de invertir dinero?
-El presupuesto no lo es todo pero sí es necesario. La labor que están haciendo las educadoras de museos es muy importante, y como es importante tú no la puedes subcontratar, y no puedes pagar 5 euros la hora. Y si quieres hacer un proyecto que siga adelante, tienes que dotarlo de un presupuesto digno y continuado. Voluntad y gente implicada hay, pero esa gente también necesita que se le remunere dignamente en su trabajo.
¿Cómo influye que el poder esté sobre todo en manos de hombres?
-Bueno, de hombres y de mujeres un poco patriarcales. Yo sí creo que hay una serie de hombres a los que no les gusta nada la construcción de la masculinidad que tienen, y de hecho son los que están pidiendo la conciliación, el derecho a alargar la paternidad porque tienen derecho a cuidar... No creo que sea una cuestión de hombres y mujeres, sino de sensibilidad. De la misma manera que las mujeres no quieren seguir las normas de feminidad que les ha tocado, hay muchos hombres que tampoco quieren seguir las suyas. Es verdad que las mujeres llevamos la peor parte, pero bueno, las construcciones de la masculinidad son muy asesinas y muy suicidas; yo creo que ahí hay un trabajo en el que ganamos todos.
Más que hablar de género, algo que quizá remarca las diferencias, habrá que hablar de lo que nos une.
-Claro, eso es lo que más me preocupa. Hay que hablar de lo que nos une a todos y de que la sociedad la tenemos que hacer de otra manera, en equipo. Y creo que todos, hombres y mujeres, niños y adultos, estamos necesitados de otros modelos sociales más abiertos, más justos.