Vitoria - Por su trabajo sobre el escenario y en el estudio pero también por la claridad y la sabiduría que siempre transmite al hablar sobre la música es Fernando Pardo una referencia indiscutible de la escena estatal. Y es también un amigo muy cercano de una Gasteiz en la que tanto con Sex Museum como con otros proyectos siempre ha dejado su marca de la casa. Aptitud y actitud algunas veces coinciden.

Era 2001 y se vinieron los Sex Museum a inaugurar Helldorado. Cuando les llevaron al polígono y vieron aquello...

-Teníamos fe en Juan Uriarte (risas).

No sé si tiene algún recuerdo de aquello.

-Sí, porque no fue, como se dice a veces, otro concierto. Habíamos parado un poco con el grupo y cuando empezamos a tocar otra vez después de un año en el dique seco, no estábamos consiguiendo pillar del todo el ritmo de trabajo. Estábamos un poco preocupados porque no sabíamos qué pasaba. Al llegar a Helldorado, al conocer de cerca cómo se había montado aquello, cómo se apelaba al compromiso de la gente, cómo Juan se había echado a la espalda esa apuesta, nos sentimos inundados por aquella energía. Pensamos: esto es como el espíritu de Sex Museum. Que en nuestra escena apareciese Helldorado en aquel momento fue fundamental. Ahí el rock and roll empezó a ser de otra manera, tenía más que ver con la actitud del compromiso.

Desde entonces, regresan cada año, casi siempre en la época navideña. ¿No se cansan? ¿Cómo se hace para que cada vez sea distinta? ¿Y cuando se tocan dos noches seguidas como esta semana?

-Lo más complicado es que cada vez sea distinto. Todo cansa, también estar sentado delante del ordenador escribiendo para el periódico. Pero si nosotros volvemos una y otra vez es porque hacemos que cada concierto sea distinto y eso es un aliciente también para nosotros. Somos como Los profesionales de Lee Marvin, es decir, agradecidos con lo que hacemos. Y que dure. Me puedes preguntar: ¿No os aburre ir a tocar otra vez allí? Te diré: qué va, de hecho, ojalá dure toda la vida, que esté Helldorado eternamente, que te pase el rollo de ser un ancianito, ir a dar un concierto, echarte a dormir y palmarla (risas). Queremos estar allí hasta el último día.

Sin desvelar nada pero, ¿hay sorpresas preparadas para los dos conciertos?

-Sí, sí. Vamos a hacer cosas diferentes un día con respecto al otro. Y además, queremos que una parte de las dos actuaciones refleje lo que hemos hecho y otra mire a lo que viene.

Ustedes también están de cumpleaños: 30 años de trabajo resistiendo en una escena que no siempre les ha tratado bien y a la que han aportado mucho.

-Bueno, se puede ver así, aunque te ha quedado un poco visión romántica (risas). Toda la escena del rock and roll, más allá de que te trate mejor o peor, tiene un entramado que hace, por un lado, que puedas estar en constante movimiento y, por otro, que no te duermas. Si te atontas un poco, te quedas fuera y lo sé por experiencia y porque he visto pasar a montones de bandas que llegan pensando que esto es muy grande y que van a ganar mucha pasta, y que cuando se dan cuenta de que no es así aflojan y eso les lleva a que la escena del rock and roll les expulse. Es un mundo exigente. En el momento en el que estás a la altura, en que eres creíble y real, tu proyecto dura. Pero como te quedes un tiempo atontado y mirando al infinito tienes que tener mucho carisma para que se te perdone una tras otra. Hay un momento en el que a la tercera cagada se te presenta en casa la policía del rock and roll y te dice: devuelve el carnet, chaval (risas).

Después de celebrar el trigésimo aniversario, ¿vuelta al estudio?

-Sí, sí. Además, como lo que no te mata, te hace más fuerte, nuestro batería Loza tuvo un accidente este verano y se rompió la clavícula, así que tocamos otra vez con Jota, nuestro viejo batería holgazán y ya hemos empezado a pensar en si hacemos esto o lo otro. En una entrevista me dijeron: bueno, Sex Museum lleváis 30 años haciendo lo mismo. No sé, supongo que alguien que le zumba al reguetón dirá que siempre sonamos a lo mismo (risas).

Aunque la banda ha tenido algún paréntesis y ha contado con entradas y salidas, ¿cómo se hace para mantener a la ‘familia’ unida durante tres décadas?

-Supongo que hay que estar hecho de una pasta especial. La gente que se acaba quedando en los grupos no somos los mejores músicos o los que tenemos la mayor capacidad creativa, sino los que estamos hechos para este tipo de vida rock a lo nómada. Nosotros hemos tenido baterías, por ejemplo, que han terminado tocando con gente a nivel Fito o Calamaro que nos han dicho: mira, es que con Sex Museum se curra demasiado para lo poco que se gana.

Imagine que podemos ir a Malasaña hace 30 años y encontrarnos con el joven Fernando...

-Soy tan hijo de puta que me diría: pide dinero prestado y pilla los amplis viejos que no me pude comprar. Del resto no cambiaría nada (risas). Lo bueno de tener una banda de rock and roll es que siempre encuentras a gente que es como tú y aunque es inevitable que tengas momentos en los que te resientas, me diría: ten fe.