bilbao - Hace ya años que Bernardo Atxaga dio un adiós definitivo a su territorio Obaba, esa realidad del País Vasco que había reflejado hasta entonces porque, según confesó, el motor que movía esa literatura se ha parado y porque ya había contado todo lo que podía contar. La prestigiosa editora de Estados Unidos Laura Miller, junto con un equipo de investigadores, lo ha incluido entre los 100 universos literarios más importantes de todos los tiempos. En Literary wonderlands: A journey through the createst fictional worlds ever created, Obaba comparte protagonismo con otros lugares literarios creados en obras como La odisea, Alicia en el país de las maravillas, El señor de los anillos, Cien años de soledad o Pedro Páramo, entre otros. “Estoy muy contento, esto me ayuda a dejarlo cerrado con cierto reconocimiento”, asegura Atxaga, sin duda, el escritor vasco de mayor relevancia internacional y el más leído y traducido en euskera.

Este ensayista, poeta, dramaturgo, autor de literatura infantil y relatos juveniles admite que nunca pensó que “sus libros iban a cruzar la frontera del libro. Parece una falsa humildad, pero cuando comencé a escribir me resultaba inconcebible que se tradujeran a más de 30 idiomas. Nunca creí que se fueran a leer en castellano y mucho menos en japonés o en coreano. Algo que ha salido bien y que compensa con otras cosas en la vida que no salen tan bien. Hay que aceptar la alegría de la misma manera que se acepta la tristeza”.

El escritor vasco realiza en esta entrevista un viaje de ida y vuelta al mundo mítico recreado en Obabakoak, con el que Bernardo Atxaga obtuvo el Premio Nacional de Literatura y el de Euskadi de narrativa en euskera. Un universo que fue creciendo con libros posteriores como Dos hermanos. “Incluso en mi pueblo natal, Asteasu, el escenario que está detrás de Obaba, hay un paseo literario que se llama El camino del lagarto, que contiene muchas de las claves para entenderlo”, explica.

Atxaga recuerda que la gestación de Obabakoak fue larga y complicada, el libro surgió después de un largo proceso. Empezó a escribir cuentos sueltos, que después ordenó en tres carpetas, según la geografía en que se desarrollaba, el lenguaje, etcétera. En los tres años anteriores a la publicación, continuó trabajando sobre los cuentos introduciendo variaciones. Finalizó el libro entre Bilbao, Santa María del Campo (Burgos) y Escocia, y cada uno de estos lugares dejaron su huella en Obabakoak. “Acabé exhausto. Como anécdota, tengo que confesar que fue entonces cuando aprendí el significado de la palabra febrícula. Durante meses, tuve décimas de fiebre y no sabían decirme la razón. Y, al final, uno de los médicos me dijo que era cansancio profundo y que me provocaba esa fiebre. La traducción del euskera al castellano también fue muy complicada porque tampoco había precedentes. Esos meses fueron tremendos, traduje el libro en Barcelona, en una pensión, donde estaba totalmente aislado, dormía del orden de cinco horas al día y solo salía media hora. Pero, felizmente, del trauma salió mi universo Obaba. Otra gente trabaja mucho y los dioses les niegan el éxito; conmigo se portaron bien”.

The New York Times enseguida destacó el libro como uno de los más originales que se habían publicado en los últimos años. “Mi intención nunca fue escribir un libro original, fue surgiendo. Escribí el cuento titulado Camilo Lizardi, en el que un niño parece haberse transformado en jabalí, y a partir de ahí, por la emoción que sentí cuando lo escribí, me di cuenta de que era algo que hasta entonces no había hecho, algo diferente. Primero pensé en llevarlo a la radio porque yo sobrevivía en aquel momento haciendo cuentos radiofónicos, pero me resistí. Pensé que esa historia era otra cosa, que la tenía que guardar. Ese fue el inicio, y de ahí surgieron muchos de los cuentos”.

Atxaga, como él mismo describe, nació donde se asientan los pueblos de Alkiza, Albiztur, Asteasu y Zizurkil, y donde la montaña, recibe un nombre que parece italiano: Ernio. En esa Gipuzkoa rural olvidada, de una época anterior a la industrialización, discurre el territorio Obaba. Obabakoak reúne las apasionantes historias de los de Obaba: el profesor de geografía que recuerda su extraña relación amorosa con una chica que solo conoce en sus cartas, la joven maestra que tiene que aprender a combatir la soledad a lo largo de un frío invierno, el escritor que da un giro a su vida cuando descubre un detalle asombroso en la ampliación de una vieja foto de la escuela...

“Hace unos días pensaba que no voy a decir más que ese mundo ha desaparecido, sino que se ha movido, es una expresión más acertada. Ahora es más imperceptible, más difícil de ver y de oír. A simple vista, no se puede percibir, pero todavía está ahí... en el lenguaje, en una forma de hablar, en una historia, en una canción...”. asegura el hijo de la maestra, como él mismo se ha definido en algunas ocasiones.

A la hora de escribir se le plantearon muchos problemas, debido sobre todo a que “aunque hay mucha tradición en euskera, no hay muchos antecedentes. Me surgieron problemas técnicos de tipo de cómo solucionar una escena... El libro va adquiriendo, que es algo en lo que mucha gente no repara, una parte de metaliteratura, reflexiones de cómo hacer o qué es un cuento...”.

Obabakoak ha tenido dos recorridos, el primero cuando se publicó en 1988, y el segundo, cuando Montxo Armendáriz realizó una ambiciosa adaptación de la novela para la gran pantalla. La magia y la fascinación del pueblo creado por Atxaga, y gran parte de su imaginario simbólico en forma de lagartos, curvas y pasos contados, encontraron un cómplice fiel en el cine. Diecisiete años después de haberse publicado, Obabakoak volvió a estar en la lista de los libros de bolsillo más vendidos por mucho tiempo. “Siempre hay alguien que te empuja, y en este caso, sería muy injusto reconocer que Armendáriz no me empujó. Es cierto que el libro ya se leía en institutos como el de Parma, pero con la película inició un nuevo recorrido”.

sombra El escritor vasco es consciente de que la sombra de su universo Obaba le ha perseguido toda la vida. “Al principio, me resistía, me ha apenado a lo mejor que se hable poco de los poemas que escribo. Estoy muy convencido con ellos, pero un día, leí a Borges - con el que he tenido una relación post mortem- , que decía que al escritor argentino Macedonio Fernández le faltó tener entre todos sus libros uno que destacara para que todo el mundo dijera: ‘Macedonio Fernández, el autor de tal libro’. Como no lo escribió, la mayor parte de la gente no se acuerda de él. Bueno, no está mal que a mí se me reconozca con un libro insignia como Obabakoak”.

¿Se siente un escritor reconocido? “No voy a dudar, voy a decir que sí. Me siento reconocido, tengo esa suerte, siempre me he sentido acompañado. De vez en cuando, me gusta vender muchos libros, pero tampoco lo busco, no escribo pensando en el cada vez más complicado mundo editorial”.

A sus 64 años, reconoce que se encuentra en la tercera vuelta de su vida y que se sigue entusiasmando “con facilidad con mis nuevos proyectos. En estos momentos, estoy preparando una adaptación del último poemario de Xabier Lete, Las ateridas manos del alba, que es soberbio, dramático... Va a salir una obra teatral un poco espectral, que estrenará en los próximos meses la compañía Ados bajo la dirección de Garbiñe Losada. Tengo que reconocer que lo que más me gusta como espectador es el teatro, mis comienzos fueron en la poesía y en el teatro. Cuando estudiaba de joven en Bilbao Ciencias Económicas, colaboraba con Cómicos de la legua, hacía escenas, escribía teatro infantil...”

¿Y qué queda del Bernardo Atxaga de hace 30 años, cuando creó su universo Obaba? “Hay un fenómeno del que me gustaría escribir algún día. Cuando un autor escribe, no tiene edad. Tu cuerpo y tu mente han podido cambiar, pero cuando escribes, no tienes edad. Tampoco tiene humor, puedes estar preocupadísimo, te pones a escribir y estás escribiendo un texto humorístico. Cuando escribo, soy el mismo que cuando escribía Obabakoak”.