Madrid - El famoso Beso de l’Hôtel de Ville o sus retratos de Picasso son sólo la punta del iceberg de la producción fotográfica de Robert Doisneau. Sus hijas han seleccionado 110 de sus mejores instantáneas para la exposición La belleza de lo cotidiano, que se inaugura hoy en la Fundación Canal de Madrid.
Vendedoras de mercadillo, parejas de romería, obreros, bailarines o viajeros en un tren protagonizan la sección principal de la muestra, en blanco y negro, dedicada a sus retratos de la vida en París y suburbios, y que refleja un idealismo impregnado de cierta tristeza. “Mi padre fotografiaba el mundo como él lo soñaba, no como era realmente”, explicó ayer a los periodistas su hija y asistente durante 16 años Anette Doisneau, que ha comisariado la muestra junto a la otra hija del fotógrafo, Francine Deroudille. “Pero siempre había un poso de tristeza, porque él tuvo una infancia triste, perdió a su madre de pequeño y su padre se casó con otra mujer que era una bruja”, precisó. A veces trabajaba por encargo y otras simplemente caminaba mucho y se apostaba en un lugar a esperar a que algo sucediera. “Era muy paciente, podía pasarse horas esperando”, subrayó.
La segunda parte de la exposición, que abarca 45 años de creación, entre la década de los 20 y los 70, descubre una faceta menos conocida de Doisneau, a través de la serie Palm Springs 1960, repleta de ironía y de colores pastel. Se trató de un encargo de la revista Fortune que lo envió a América a fotografiar campos de golf y piscinas, refugio de jubilados millonarios en pleno desierto de Colorado. “Llegar a América para mi padre fue como llegar a Marte”, dijo ayer su hija.
Nacido en la localidad francesa de Gentilly el mismo día en que se hundió el Titanic, el 14 de abril de 1912, Doisneau decidió dedicarse a la fotografía en 1929, aunque la fecha determinante en su formación fue 1931, cuando conoció al fotógrafo y escultor André Vigneau, quien le abrió las puertas de ese mundo. “Al principio solo fotografiaba objetos, porque era muy tímido”, recordó su hija. “Después empezó con los niños y tardó años en atreverse con los adultos, no veréis ningún adulto en sus fotos de los años 30”. Anette Doisneau lo describe también como extremadamente perfeccionista. “Nunca estaba contento con su trabajo. Cuando regresaba al taller siempre hablaba de la foto que no había podido hacer, que se le había resistido”, asegura . - Magdalena Tsanis/Efe