Barcelona - En Los ángeles de hielo, Toni Hill (Barcelona, 1966) presenta a Frederic, un joven psiquiatra que se ve envuelto en una trama de misterio que amenaza a la mujer que ama y que tiene elementos que desafían su mente racional y ordenada. Un sanatorio tenebroso por donde transitan espectros nocturnos, una caja de música con una melodía escalofriante, personajes desdoblados, represión, guerra y amor son algunos de los ingredientes de este texto de “terciopelo negro”.

Esta novela parece un proyecto largamente acariciado que le habrá costado lo suyo.

-Sí. Es curioso, cuando estaba con Los amantes de Hiroshima, la última de Salgado, ya sabía que lo siguiente iba a ser distinto. Tenía una idea de la época y de personaje principal, pero nada más, así que me pasé mucho tiempo leyendo, pero no tanto para encontrar datos concretos, eso es sencillo, sino para captar la esencia de aquel momento y hacerla mía. Por eso en gran medida me centré en lecturas de ficción de Stefan Zweig o Joseph Roth, que escribieron de la Europa de aquellos años desde la Europa de aquellos años, pero también de Eduardo Mendoza y de otros. Y una vez que tuve claro el argumento, escribí la novela en año y pico.

¿Por qué tenía tan claro que quería escribir una historia que discurriera a principios del siglo XX?

-Tenía muy claro que quería a un psiquiatra como protagonista y que quería hablar de los principios de la psiquiatría, y eso ya te lleva directamente a esa época, y luego hay un tema que me interesa mucho en general, es la guerra y cómo convierte a gente normal en gente capaz de matar. La guerra implica que haya personas que hasta ese momento no han pertenecido a ningún ejército y que de pronto se acostumbran a matar y a morir y a ver morir a sus compañeros, lo que, por lógico, les cambia la visión del mundo. Aparte de todo esto, los primeros años de un siglo siempre son interesantes.

De cambios.

-Sí, a principios del siglo XX se produjeron un montón de cambios como los que sucedieron principios del XXI. Estallaron un montón de cosas. La nobleza sigue estando, pero ya no cuenta, y hay una burguesía a la que se le pueden achacar muchas cosas, pero al menos trabaja y genera negocios, fábricas... También surge la fotografía y a partir de ese momento el arte hiperrealista deja de tener sentido y muchos artistas empiezan a explorar todo ese mundo que antes no sabían cómo se llamaba, pero que de pronto Freud nombra como subconsciente o inconsciente. Y nacen el arte abstracto, las vanguardias... Pero también se produce una guerra terrible que destrozará gran parte de esos gestos de innovación. Sin caer en la demagogia, diría que en el siglo XXI ha pasado algo parecido: los primeros ocho años fueron de bonanza total, de grandes inventos tecnológicos y, de repente, explotó una crisis que volvió a dividir a la gente entre ricos y pobres. Los principios de siglo tienen ese punto vibrante.

¿Por qué ese profundo interés por la psiquiatría?

-Yo soy psicólogo, estudié hace un montón de años y he tenido que revisar muchas cosas, pero es un campo que me interesa mucho. No quería hablar tanto de la enfermedad mental sino de cómo el engaño, el autoengaño incluso y la represión ambiental te lleva directamente a pudrirte. Puede conducirte hacia la locura o simplemente a hacer el mal, a convertirte en una persona rencorosa y a proyectar ese mal rollo en la gente que te rodea sin ningún tipo de escrúpulo. Solo te importas tú porque has sido muy infeliz o porque no has podido hacer las cosas que querías hacer.

El texto es coral, hay muchos personajes y tres tiempos.

-Sí. Está el tiempo central de la novela, que es 1916, la mitad de la Guerra Mundial, aunque los personajes no lo saben, claro. Luego está el diario de Águeda, escrito en 1908, que es muy importante. De hecho, yo empecé a escribir por ahí y lo hice todo seguido. Era tan importante dentro de la historia que tenía clarísimo que o conseguía hacerlo bien o no merecía la pena seguir. Necesitaba impostar la voz de una señora de una época determinada, con una personalidad determinada y en un contexto determinado. Y la gente se tenía que creer que esa persona era Águeda San Martín, no Toni Hill. Tenía miedo, pensaba que iba a ser muy difícil, pero no, me pilló en un momento de efervescencia creativa y, además, me fui unos meses a Sant Pol, que es donde sucede parte de la historia. Lo cual no estuvo mal, porque me pilló en verano, julio, agosto y septiembre fueron meses intensos y me vinieron muy bien porque conseguí una concentración muy buena. Cuando terminé el diario tenía la sensación de que había terminado una novela.

Y aun quedaba...

-¡Faltaba el resto! (ríe) Y había que encajarlo todo.

Otro de los tiempos es 1936.

-1916 es el central, 1908 es el referido y luego está 1931, donde hay un señor que nos cuenta toda la novela. Es un personaje al que le he cogido mucho cariño, es cercano, se justifica todo el rato, se inventa cosas... Yo le llamo el narrador travieso (ríe). Mi intención era usarlo al principio y al final, como homenaje también a la novela del siglo XIX, sobre todo Otra vuelta de tuerca, como un juego, pero luego me gustó y, además, me vino muy bien para saltarme un poco las convenciones y para que contara lo que Frederic no puede contar. Da mucho juego y creo que agiliza la narración. Es un tipo simpático y como la historia es muy dura, necesitaba de vez en cuando unos momentos de relax.

Ya lo ha dicho, esta novela es un tributo a la novela romántica y gótica y a títulos como Jane Eyre.

-Hay homenajes a lecturas que me han gustado mucho. Evidentemente, está Otra vuelta de tuerca, con el punto de vista de la institutriz, que en este caso sería Águeda, y con esos fantasmas que no se sabe muy bien si existen o no, si las gente los ve o los intuye... No hay una respuesta clara. Luego está Jane Eyre, que yo traduje en su día y me encajaba mucho por la historia de esa chica que, sin grandes alardes, quiere hacer su vida. Jane no es una revolucionaria, pero va haciendo lo que cree que tiene que hacer, y es la novela que les quieren inculcar a las niñas en el Colegio de los Ángeles. Al final, la historia se acaba convirtiendo en una vuelta de tuerca de Jane Eyre (ríe). Y luego también aparecen los cuentos de E.T.A. Hoffmann, con esa idea que atraviesa la novela y que se refiere a que hay un yo y ese otro yo que se atreve a hacer lo que yo no me atrevo.

Ese otro yo que aparece con la melodía infantil Alouette, gentille alouette... Siniestra.

-¿A que sí? (ríe) Es que si te fijas, es horrible. Dice ‘alondra, dulce alondra, yo te desplumaré’. Claro, luego queremos que los niños sean normales (ríe). Los cuentos infantiles también son terribles, tienen algo perverso, y luego nos escandalizamos con los títeres (ríe).

Esa canción es un detonante para una de las mujeres de la novela, que, como el resto de las que aparecen, lo tiene muy difícil para vivir a su manera.

-En la novela hay diferentes tipos de mujeres. Algunas como Claudine, la madre de Frederic, hacen lo que les da la gana y les sale todo bien. Tienen ese encanto natural que le abre todas las puertas. Luego están las combativas como Blanca, que lucha, o Angélica, para la que tuve que consultar en qué año pudieron inscribirse las mujeres en la universidad. Fue en 1913, hasta entonces solo podían acudir de oyentes, fíjate. Te dan ganas a liarte a tiros con aquellos que dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Esa sensación de no encajar en el mundo está presente en toda la novela y no solo les pasa a los personajes femeninos, como Águeda, por ejemplo, sino también a Gerard y a otros.

El libro parece una novela de otro tiempo, pero claramente escrita para los lectores de este.

-Sí, sí, hay una rapidez, capítulos cortos. El tono narrativo intenta reflejar la época, pero está traído a hoy. Hay cambios de puntos de vista que eran impensables en la novela del siglo XIX o incluso en la de principios del XX; hay una exploración de sentimientos que tampoco se hacía en aquel momento y la gente la percibe como absolutamente actual. Aunque también creo que te sumerge fácilmente en aquellos salones, en aquellas fiestas, recepciones, reuniones en Viena...

En este caso se ha alejado un poco de la novela negra, ¿tiene intención de volver?

-No lo sé. No creo que en el camino literario se vuelva, en todo caso se van dando pasos en una u otra dirección. Además, diría que esta historia es gótico negro o negro terciopelo, porque aborda cuestiones muy oscuras y turbias, pero a la vez el entorno es bonito, los personajes son cultos, ricos... Las tensiones están por debajo. Y hay personas malas porque son malas y punto.