Dice el tópico que Álava es tierra de coros. Bueno, como en todo, en la afirmación hay su parte de exageración pero también su base de realidad. Lo cierto es que cientos de personas de distintas edades reservan una parte de su tiempo semanal a compartir su voz, a ensayar, a actuar, a involucrarse en proyectos de diferente tipo, a viajar llevando a cabo giras o intercambios,... en definitiva, a realizarse al tiempo que el público disfruta.
Le sucede así a lo más de 300 niños y jóvenes de entre 6 y 18 años que hoy conforman alguna de las ocho agrupaciones -incluyendo sus versiones txiki- de la Federación Alavesa de Coros Infantiles Arabatxo, un punto de encuentro que empezó su andadura hace justo 25 años. Ángel Alday y Josune Barandiaran, dos de sus impulsores, recuerdan aquel nacimiento como algo tan lógico como estimulante.
A finales de los años 60, Antxon Lete -fallecido el pasado otoño- puso en marcha la primera agrupación coral infantil del territorio vinculada a un centro escolar, Samaniego. Él mismo había sido un joven cantante en la Escolanía de Vitoria y en la Catedral Santa María, por ejemplo. Después fueron apareciendo más grupos en otras escuelas, como en Niño Jesús (donde ejercía de director Juanjo Mena, que en su día fue alumno de Lete, como el actual responsable de la BBC Philharmonic ha recordado en alguna ocasión en estas páginas). Y así fueron apareciendo otros coros infantiles que, sin tener que forzar nada, empezaron a hacer colaboraciones puntuales, sobre todo a lo largo de los años 80. “Así que pensamos que para reforzar esos encuentros y poder afrontar retos más importantes musicalmente hablando podía ser interesante crear una federación”, recuerdan Barandiaran y Alday. Era 1991 y Arabatxo se hizo realidad. “Es la herramienta que nos da la opción de juntarnos, de sacar adelante repertorios que de otra manera nos serían imposibles... y eso seguirá pasando dentro de 25 años, cuando habrá otra gente que venga con nuevas ideas, seguro” vaticinan Nagore Alangua y Sandra Perea, dos de las actuales responsables del proyecto.
Objetivos “Fue una época de mucha efervescencia”, apunta Alday. Seis fueron los coros que dieron forma a la primera versión de Arabatxo, aunque en poco tiempo se sumaron otras agrupaciones. Con aquella unión se buscaba, para empezar, que “los niños y niñas tuvieran la oportunidad de conocer a otros directores, que pudieran acceder a otras maneras de dirigir, que tuvieran la oportunidad de relacionarse con otros compañeros que también cantaban”, pero, además, que fuesen capaces de protagonizar el estreno de obras “sobre todo, de autores alaveses”.
Se pretendía asimismo tener la ocasión de colaborar con formaciones musicales como la Orquesta Sinfónica de Euskadi o la Banda Municipal de Vitoria para “afrontar repertorios de música sinfónico-coral que para los niños eran otro mundo”. “Además, nos posibilitó contactar con otras federaciones, que nos invitaban, desde Gipuzkoa o Bizkaia, a participar en proyectos suyos, en estrenos de cantatas o en grabaciones”, suma Barandiaran, que tiene claro que crear Arabatxo “fue un paso importante”.
Un cuarto de siglo después, la federación mantiene a grandes rasgos los mismos criterios y propósitos. “Como lo vivimos de pequeñas, lo hemos absorbido todo; ellos nos allanaron el camino y ahora queremos transmitir lo que hemos disfrutado, por eso se siguen manteniendo las formas de trabajo”, explica Perea, al tiempo que Alday recuerda que estas ocupaciones exigen de mucho esfuerzo y dedicación. “Me acuerdo de un profesor de dirección, Diego Ramón Lluch, que decía que el niño en un coro te absorbe mucha energía, mucha más que una coral de mayores”.
Trabajar y educar En el actual sistema educativo, la música ocupa una hora a la semana. Como el resto de la cultura, su huella en los planes de estudio es mínima. Aún así, Barandiaran defiende que “en Vitoria hemos creado las condiciones en estos años para que si te gusta la música tengas posibilidades de profundizar, más allá de que lo que se ofrece a nivel oficial sea escaso”. En este sentido, Alday afirma que en un coro “se desarrollan gran cantidad de valores: la búsqueda de la perfección, el ambiente de compañerismo, la amistad, la recompensa del trabajo, la dedicación, la corrección, la innovación, la disciplina...”, por lo que reivindica darle más importancia a la educación musical.
Ese poso ya existente que menciona Barandiaran, junto al boca a boca, ayuda muchas veces a que en este siglo XXI de nuevas tecnologías y muchos estímulos, siga habiendo escolares que quieren acceder a los coros. “Lo difícil es que prueben, pero normalmente el que llega, se engancha”, comenta Alangua. A partir de ahí, como señala Perea, “el momento evolutivo de cada niño es importante; a cada etapa tienes que aplicarle una dedicación diferente; eso sí, la disciplina es importante, la que nosotras aprendimos, hay que mantenerla”, algo que comparten los cuatro y que Alangua resume diciendo que, en el papel de director, “hay que ser un poco profesor, un poco amigo y un poco psicólogo”.
En este sentido, ellos y ellas también tienen que educarse. A través de la federación de Euskal Herria acceden a cursos de pedagogía de coros infantiles y de técnica de dirección. Además, a lo largo del año, por ejemplo cuando se realiza el Día del Coro Infantil y se invita a personas ajenas a Arabatxo, “también sacamos cosas en claro porque cada uno es un mundo dirigiendo”.
Con todo, llevar la propia federación, al margen de la labor particular que requiere el coro al que se pertenece, era en 1991 y ahora una exigencia importante. De hecho, en este 25 aniversario las propuestas de colaboración han sido tantas “que ha habido momentos de desborde”. Aún así, Alday y Barandiaran miran a sus sucesoras con satisfacción. “Ver que la gente que ha salido de nuestros coros es la que hoy dirige Arabatxo, haciendo lo mismo que nosotros entonces, es un orgullo”, algo que Perea y Alangua corresponden asegurando que “cuando estás con ellos sientes admiración”.
De ahí su implicación, hace 25 años y en este 2016, con un proyecto federativo que, cómo no, también sufre la crisis económica. En los primeros años, Arabatxo contaba con ayudas de Diputación o Vital para poder realizar sus actuaciones, “aunque siempre andábamos pidiendo”. Hoy, la agrupación recibe una subvención municipal por sus conciertos (Olentzero, Jueves de Lardero y citas pedagógicas) y punto. El resto, por ejemplo cuando hay concentraciones en Barria, viene de los bolsillos familiares. Es decir, “vamos muy justitos”.
La música Aunque se sigue la máxima de renovarse o morir, y de ahí que los coros infantiles hoy trabajen mucho aspectos coreográficos y de vestuario por citar dos casos, “cantar es lo primero”, dice Alangua. Lo es para unos coros en los que ellas son mayoría y de los que salen cientos de personas que desaparecen del canto cuando llegan a la juventud para volver a engancharse en la época adulta.
Para quienes hace 25 años pusieron en marcha la federación y para quienes hoy conducen su camino, la música es un elemento fundamental en sus respectivas vidas. Alday sigue cantando “y sigo disfrutando”. “Estar delante de un grupo y sacar algo de él, tener conciencia de lo que quieres y recibirlo de esa gente que tienes delante es importante”.
“La música es parte de tu vida, no es algo que esté ahí y ya está”, apunta Barandiaran, mientras que Alangua describe que “estar en un coro o en Arabatxo es un sacrificio que creo que solo podemos entender los que estamos metidos en este mundo”. Tal vez por ello, como comenta Perea, “yo vivo esto de manera tan intensa que no entiendo otra cosa que no sea intentar transmitirlo”.
Más tarde o más temprano, otras generaciones cogerán su testigo para hacer que Álava, sin perder de vista el tópico, siga siendo tierra de coros. Zorionak Arabatxo!.