La 1 ofreció el miércoles un atracón de minutos cocineros en nueva edición de Masterchef que está congregando parroquia en torno a los tres millones de televidentes, clara demostración de que el invento funciona y la cocina se ha convertido en plato televisivo con muchas variantes, desde clases magistrales de rico rico, pasando por tropelías de pesadilla con Chicote hasta el programa citado que con una estructura fija y repetitiva ocupa lugar importante entre los productos que salvan los bajonazos de clientela de TVE. Los aspirantes a alcanzar la categoría suprema de master, proceden de ocupaciones laborales diversas, desde modesto fregaplatos, empresario, camarera, ingeniero, electricista, ama de casa, empresaria de eventos hasta modelo procedente de Rusia que se enfrentan a la difícil tarea de trabajar en grupo e individualmente en el calor de la cocina. El programa avanza con lentitud pero con seguridad bajo la atenta mirada de Jordi, Samantha y Pepe, tríada divina del jurado que se complementa con el veredicto del personal que cata el menú seleccionado. Un modelo asentado en su dinámica que funciona organizado en varias fases adobadas con opiniones y comentarios de los concursantes en breves testimonios que dan juego a la hora de descubrir estilo cocinero y personalidad humana de los mismos. Los momentos calientes a lo largo de la sesión reflejan auténtica pelea de cada cocinero amateur con viandas numerosas y complicadas de preparar y cuajar en plato de nivel profesional. Competición agitada y tensa que amenazó con reventar el plató testigo en esta ocasión de la excepcional visita de cónyuges y prole varia en un desfile-exhibición de lloros, besos y abrazos del personal a punto de inundación lacrimal. El sentido y filosofía del programa están claros y meridianos: ¡Póngale, sabor a la vida! A ponerse la mandarra.
- Multimedia
- Servicios
- Participación