En el desierto televisivo del lunes noche, las cadenas se apoyan en el cine para pasar el insulso trance de arranque semanal y solamente Antena 3 ofrece un producto pensado para la tele que se llama Top Dance y es un nuevo ejemplo de concurso y talento para descubrir nuevas estrella de la danza. Un tropel de concursantes para conseguir la llave de la taquilla que cada uno deberá pelear en dura y competitiva liza bajo la mirada del jurado, David Bustamante, Mónica Cruz y Rafael Amargo que, además del personal en plató, otorgarán el anhelado pase.

Y como en todo programa de show talent, hay perdedores y ganadores, estrellas rutilantes y patitos feos, agraciados y desfavorecidos de la fortuna, y el pasado lunes desfiló por el plató de la fama una muchachita de poco más de veinte años que se ha pasado la vida encerrada en su habitación, viendo videos con los que ha aprendido a bailar de forma autodidacta, a expresar su mundo interior mediante movimientos, saltos, sincronizaciones y gestos corporales que, desgraciadamente no le sirvieron para pasar el corte, y tanto jurado como público decidieron apearle de la pelea.

Y la muchacha se deshizo en llanto incontenible y las cámaras nos mostraron a una muchacha con los sueños rotos, las ilusiones pisoteadas y las aspiraciones de ser algo en el mundo de la danza aparcadas en espera de una nueva oportunidad, que seguro llegará porque la aspirante a bailarina volverá a ponerse ante las cámaras, porque vocación, voluntad y empeño le sobran y le bastan para mantener encendida la llama del baile.

Familia y concursante salieron abatidos, desolados, en medio de la congoja del jurado que no entendía cómo se había metido en semejante berenjenal y lidiaban como podían el papelón explicativo de la expulsión. Tensión, emoción y sentido del espectáculo televisivo, que destrozó en directo el sueño dorado de un patito feo.

Las cámaras nos mostraron una muchacha con los sueños rotos, las ilusiones pisoteadas y las aspiraciones aparcadas