Vitoria - Era noviembre de 2010 cuando Todos eran mis hijos llegaba al Principal. En esa gira, el germen de lo que hoy es el compañía Feelgood estaba naciendo entre buena parte del reparto de aquel montaje, en el que también estaba la actriz gasteiztarra Ainhoa Santamaría. Tres eran las premisas iniciales: poder trabajar en plena crisis y hacerlo desde la dignidad profesional; mantener al público; y apostar por correr, como mínimo, los riesgos que les apetecían. Ideas básicas que hoy se mantienen y con las que el grupo ha producido La estupidez.
Tras un tiempo en Madrid, es el momento de salir de gira con este texto de Rafael Spregelburd dirigido por Fernando Soto. El primer paso se produce en Vitoria, en casa de Santamaría. “Estoy emocionada”, dice, aunque ya ha estado con su público más cercano en otras ocasiones. Y las que quedan. Junto a Fran Perea y Javier Márquez, anticipa la llegada del resto del reparto (Toni Acosta y Javi Coll, sin olvidar la voz presente del actor ausente Carlos Hipólito) a un Principal que les espera a partir de las 20.30 horas con algunas entradas a la venta (más o menos un centenar, todas ellas en el anfiteatro segundo por 6 euros).
“Esta función es un reto para los actores porque entre cinco damos vida a 24 personajes, pero también para el público”, apunta Santamaría, puesto que la obra dura casi tres horas (con descanso), aunque Márquez, antes de que nadie se asuste, deja claro que “son los propios espectadores los que nos están diciendo que casi no se enteran de que pasa el tiempo”. En lo que respecta al trabajo de los intérpretes, el actor reconoce que La estupidez “es casi como estar en el circo, si lanzas el cuchillo y se tuerce un poco... en realidad hay dos funciones, la que el público ve y la que vivimos nosotros entre bambalinas para dar vida a tantos papeles”.
Como bien indica el título del montaje, no es la obra del argentino Spregelburd una oda a la inteligencia. O tal vez sí. Al final, entre quienes dan vida a esta historia compuesta por varias tramas paralelas se encuentran personas a las que mueve lo que a muchos seres humanos: la codicia, el dinero y la apariencia. Y así, el humor y la crítica se sientan juntos en la misma butaca conscientes de que esos personajes llevados al extremo son un reflejo distorsionado de una realidad a veces vergonzante aunque el marco no sea Las Vegas, como sí ocurre en la pieza.
“No son malos, ni tienen ni transmiten maldad; son más bien ingenuos”, describe Perea a la hora de dar algunas pistas al público, aunque Márquez reconoce que los espectadores “van a estar un poco despistados al principio, por lo menos hasta que vean que todo encaja”. Misterio. La sorpresa también tiene su papel.
Con La estupidez, Feelgood aumenta esta apuesta que empezó a tomar forma hace cinco años. De hecho, Santamaría apunta que esta producción “nos ha hecho crecer”. “Es un montaje que ha supuesto mucho esfuerzo y del que estamos muy orgullosos. Espero que haya más así”, apunta la actriz. En este sentido, Perea afirma que la obra es para la compañía un nuevo ejemplo “de nuestro compromiso con la cultura y con nuestra profesión. Queremos aportar nuestro granito de arena y en ello seguimos”. De momento, su camino más inmediato pasa hoy por la calle San Prudencio. El público espera. La estupidez llama a la puerta.