A lo largo de los cinco años que duró la Guerra de Independencia transcurre La mujer del reloj (Ediciones B), la primera novela del joven escritor y arquitecto gasteiztarra Álvaro Arbina, que propone al lector un viaje geográfico y argumental a medio caballo entre la novela histórica, la policiaca, de aventuras y el thriller. Es, según sus propias palabras, un libro pensado para entretener y enganchar mientras el público se pierde entre sus páginas, pero también una propuesta para la reflexión sobre lo que es la sociedad actual y lo que rodea al ser humano.
Un asesinato es el punto de arranque de un argumento con un final “sorprendente”, una historia compuesta por otras diferentes que se van entrelazando mientras discurren de manera paralela. Es Julián de Aldecoa Giesler su protagonista, un joven embarcado en la búsqueda de su padre, un progenitor que ya no puede contarle un secreto que hace tiempo guarda su familia. Todo ello enmarcado “en una época muy desconocida en la literatura en comparación con otras, sobre todo teniendo en cuenta lo importante que fue para definir cómo se ha construido nuestra sociedad actual”.
De hecho, se transita ese lustro, con Gasteiz como lugar de partida y llegada, pasando por el Madrid de la hambruna de 1811 y 1812, el Cádiz asediado por los franceses o la isla de Cabrera, un “campo de concentración cien años antes de la II Guerra Mundial” en el que se calcula que entraron unos 10.000 franceses aunque al finalizar la contienda sólo salieron unos 3.000.
“Tener la novela entre las manos es algo muy especial” afirma el autor, que con el libro ya en su poder ve cómo se concluye un proceso de creación que ha durado casi una década, aunque con un paréntesis de cuatro años entre medio. De hecho, La mujer del reloj empezó a tomar cuerpo cuando el escritor tenía entre 15 y 16 años. La pasión por lo que leía y por sus creadores de referencia le llevó a tener clara una idea: quería generar en otros las mismas sensaciones que él sentía al perderse entre determinados títulos. La llegada de los estudios universitarios en arquitectura supusieron hacer un parón en ese proceso, un camino que retomó cuatro años después. “Sólo sobrevivió la idea”, recuerda, así que el proceso de escritura volvió a comenzar. “Realizar un libro es un proceso muy largo. No recuerdo con exactitud los momentos duros, aunque los hubo, pero me alegro de que mi cabeza haya sido capaz de dejarlos atrás”.
Ahora, mientras ya da vueltas a lo que será su próxima novela, llega el instante de que su proyecto deje de pertenecerle para pasar a manos de los lectores. “Me gustaría que tras la última página pase algo de lo que muchas veces no se habla, que se genere un momento de silencio en el que tal vez sientas que has aprendido algo, que has podido reflexionar sobre lo que somos y lo que nos rodea”, describe el también arquitecto, una disciplina que le ha servido en este proceso. “Puede parecer que no, pero entre literatura y arquitectura hay más relación que sus últimas cuatro letras. Ambas son áreas en las que entra en juego el proceso creativo. Al final, en uno y otro caso, estás hablando de ideas que están en la cabeza y que deben germinar”.