en el mundillo taurino se emplea una expresión que puede resumir la impresión que ha dejado el debate del siglo en el personal que asistió a un despliegue mediático de lujo. Es la frase que dice “tarde de expectación, tarde de decepción”. Pues algo así ocurrió en la tarde-noche del lunes en La Sexta y Antena 3, que emitieron a la vez la misma señal con distintos presentadores y comentaristas. Impresionante machaqueo televisivo que comenzó a las cinco de la tarde para aguantar hasta la noche bien cerrada, en un ejercicio profesional poderoso y repetitivo que coronó con éxito el equipo y directivos de Atresmedia, que dejó en la cuneta a los chicos de Vasile, que contemplaron sobrepasados por el producto, el planteamiento narrativo con impresionante juego de cámaras, decorado acertado y ritmo de espectáculo moderno.

Muchas novedades respecto de los debates tradicionales, que no volverán y empate técnico entre los cuatro debatientes, ausente el biólogo Rajoy en la estación de Doñana, aliviado de semejante trance. Los cuatro tuvieron momentos de esplendor y situaciones de amargura y vacilación que no acabaron de dibujar el nuevo formato que las fuerzas emergentes parecían anunciar con inusitada expectación. Experimento semi fallido comparado con lo que las promocionales cuñas nos prometían antes de comenzado el espectáculo. Los viejos vicios mediáticos, los amontonamientos en las réplicas, el lenguaje corporal incontrolado sobrevolaron el plató con mayor persistencia de la debida para un debate que no alcanzó velocidad de crucero importante y confirmó al Pablo Iglesias de siempre, al Pedro Sánchez necesitado de triunfo, al nervioso Albert Rivera y a la segurola vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Lo tengo que confesar, no pude aguantarlo entero y a las once y cuarto de la noche me fui al catre diciéndome por los adentros “No era eso, Mikelarena, no era eso”.