barcelona- Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) inició esta serie de novelas, que mezclan humor y género detectivesco, en 1979 con El misterio de la cripta embrujada. Más tarde llegaron El laberinto de las aceitunas (1982), La aventura del tocador de señoras (2001), y El enredo de la bolsa y la vida (2012). Ahora, el ganador del Premio Planeta de 2010 por Riña de gatos, estrena un nuevo caso de su anónimo detective ambientado en dos tiempos: la Barcelona preolímpica y la actual.

Es su quinta entrega de aventuras con este detective, ¿espera que sea acogida igual de bien que las anteriores o con el tiempo eso ya le importa menos?

-Lo he escrito con todas las inseguridades y neuras que tenemos todos. Ya sé que tengo un público y me atrevo a decir que me va a recibir bien. Son lectores cariñosos; lo sé porque les he conocido en las firmas. Además, tener un nombre tiene más ventajas que inconvenientes: tienes ya un público y la gente es muy fiel, como lo es al fútbol y a sus bares. No defraudar es lo único que a veces me quita el sueño.

La primera entrega de esta serie fue en 1979, ¿cómo ha evolucionado usted como escritor?

-La verdad es que no lo sé, porque he evolucionado cada día. Es como cuando me miro al espejo; hasta que no veo una foto mía de hace 20 años no me doy cuenta de cómo he cambiado. Supongo que he ganado en experiencia y he perdido entusiasmo y fuerza física para hacer una excursión tan larga como esta. Podría decirse que una novela corta es una vuelta a la manzana, y esto es un viaje a pie con mochila. Ahora me cuesta más concentrarme mucho tiempo y no tengo la ilusión de que me lean y me publiquen, de vender libros o de encontrar a mis lectores, como me pasaba antes. Ahora eso va solo y es una tranquilidad.

¿Esa tranquilidad ha cambiado a su personaje?

-Por supuesto. Es tonto el que cree que no hay unas expectativas. Este tipo de libros solo van a contentar a un tipo de público individual y muy claro. Tampoco aspiro a competir con las grandes firmas y que me den el Premio Nobel, estoy jugando en otro terreno. El personaje ha evolucionado conmigo, antes corría y quería conquistar a las chicas, y ahora está a otras cosas. No ponerle nombre fue un acierto porque ha generado inquietudes.

En el libro habla de la Barcelona preolímpica y la actual, ¿tanto ha cambiado?

-Hay un sentir general de que Barcelona era una ciudad que no valía nada y, de repente, se ha convertido en la niña bonita de las agencias turísticas. Ahora somos una especie de parque temático, pero por otra parte nos va bien porque el ayuntamiento tiene superávit. Sin embargo, siempre insisto en que nosotros ya hemos hecho nuestro trabajo y que hay una cosa que se llama jubilación, y que no solo se aplica al trabajo, sino al estar presente en el mundo. No hay que querer estar removiendo el puchero todo el tiempo.

Barcelona también ha sido noticia estos últimos meses por la corrupción.

-Creo que se sabía mucho antes que existía corrupción, aunque es verdad que está saliendo todo a la luz ahora, pero es algo que está pasando en todas las autonomías. Creo que en el caso de Catalunya había una tolerancia de todos los gobiernos centrales a ella, porque el partido, Convergència i Unió, pactaba con unos y con otros, era equidistante y ayudaba a la gobernabilidad. A cambio de eso había un “no mires mucho lo que tengo debajo de la alfombra”. Ahora, al romperse el pacto, ha salido todo.

Ha afirmado que a ningún gobierno le interesa resolver el conflicto de Catalunya. ¿Qué beneficios políticos tiene mantenerlo?

-Los conflictos externos van muy bien porque el gobierno puede hacer un llamamiento a la unidad. La prueba es que ahora se están formando unas asociaciones que eran impensables, como por ejemplo los tres partidos que han presentado juntos un recurso al Tribunal Constitucional. Esas formaciones se estaban dando de bofetadas hace tres días, pero se han unido para tener ahí un enemigo. Además, en tiempos de crisis y con un desempleo difícilmente imaginable de más del 20%, nos encontramos en una situación prerrevolucionaria, y la gente con este conflicto se entretiene. Y al revés también; en Catalunya hay una situación económica desastrosa, y ahora con esto se desvía la atención.

En varias ocasiones se ha mostrado contrario a la religión, ¿qué opina de los últimos escándalos que envuelven al Vaticano y las decisiones del Papa?

-Cuando salen los escándalos es precisamente el momento bueno; el momento malo es cuando se producen. Ahora este Papa está intentando solucionarlo, ya veremos si lo hace en serio o está dando unas pinceladas cosméticas para salir del paso y que no se sepa lo que de verdad hay detrás. Es cierto que últimamente hay mucho escándalo y corrupción, pero lo sabemos porque está entrando a la cárcel gente que antes iba en coche oficial saludando por la ventana.

Trabajó para la ONU, ¿qué aprendió allí sobre política?

-Aprendí mucho porque conocí a grandes negociadores. Creo que aprendí lo que es la política de lo posible, lo que es una negociación, lo que se puede y no se puede hacer. Y sobre todo, que aunque puedas hacer poco, puede ser muy importante para salvar la vida de mucha gente.

Algunas de sus novelas fueron adaptadas al cine y no quedó satisfecho, ¿volvería a probar suerte?

-No, no me gustaría. No es que yo quedara descontento, es que las películas son objetivamente malas, y eso duele un poco. La prueba es que para ver una película basada en mis novelas tienes que ir al último sótano de una hemeroteca.

¿Escribirá una sexta entrega sobre su detective?

-No tengo la menor idea, siempre pienso que es la última y que ya se acabó, aunque al cabo de un tiempo lo retomo. Ahora me gustaría cambiar de registro y meterme en otra cosa, pero todavía no sé en qué.