Irrumpe en nuestras vidas como un ciclón, como un trueno que retumba en la cúpula celestial, como un tornado que arrasa todo a su fugaz pero insistente paso, como un ciclón que lo pone todo patas arriba. Es la poderosa fuerza de la tele que congrega a millones de telespectadores. Es el inmenso poderío del medio capaz de incorporar a nuestras vidas a personajes devorados por la actualidad y que alimenta nuestra pacata existencia de perdidos patos apresurados.
La tele es capaz de convertir a desconocidos seres que pululan por la vida sin brillo, ni argumento alguno, en protagonistas de la tele y más si se trata de un programa como GH, modalidad que descarna vidas y milagros de ingenuos seleccionados en multitudinario casting.
Son personajes que surgen como setas en otoño para solaz de audiencias necesitadas de cotilleo en vidas ajenas, y que en el caso de la tele les suministra apetitoso manjar para sobrellevar aburrimiento y apatía de venideros meses. Estos monigotes están llamados a provocar escándalo, ruido y agitación, y se desnudan mostrando lados oscuros de azacaneadas existencias, ayer desconocidas, hoy expuestas al destrozo social.
La última entrega de estos destinados al sacrificio de honor y honra la tenemos en GH, donde una mujer llena de fuerza vital, inteligencia dinamitera y explosividad emocional se ha adueñado del programa y se ha incorporado a la galería de personajes familiares. Baila, discute, grita, empuja, agrede, impone, discute, violenta, se defiende, ataca, llora, gime, engaña, atrae, aleja, viene y va por al plato de GH16, dejando un rastro de controvertido muñeco que debe provocar emociones y sensaciones encontradas para darle juego, velocidad y argumento al programa. Se ha hecho un hueco, compite por ganar, conduce autobuses, usa a los hombres como klínex y le llaman Maite. Una mujer como cualquiera de nosotros expuestos a la agitación televisual.