El genio de Amy Winehouse era indiscutible. Su imponente voz, su sensualidad al cantar y unos temas directos e hirientes hicieron de ella una gran estrella en un tiempo récord, tan rápido como su desaparición, como cuenta el documental Amy, que ayer llegó a las salas de cine estatales.

Un documental aprobado primero por la familia y denunciado después por su padre, que lo tildó de engañoso, porque muestra sin pudor cómo casi toda la gente que rodeaba a la cantante no supo medir su vulnerabilidad ni la ayudó a frenar una vida descontrolada, que acabó con su muerte con tan solo 27 años.

Una edad que tampoco superaron Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison o Kurt Cobain, todos ellos víctimas de su enorme éxito, al igual que le pasó a la joven inglesa de voz portentosa que triunfó mundialmente con su segundo disco, Back to black, por el que ganó cinco Grammy.

Una subida a las estrellas y un descenso a los infiernos tan estereotipados como los adjetivos que describen su vida en un documental dirigido por Asif Kapadia. Porque la vida y muerte de Winehouse es la repetición de una historia habitual entre las estrellas, lo que no elimina el horror que supone ver documentada en la gran pantalla la vida errática de alguien que podía haberlo tenido todo.

Con testimonios muy valiosos de amigas de la infancia -Juliette Ashby y Laurent Gilbert-, de su primer representante, Nick Shymansky, de sus padres -Mitchel y Janis-, de su marido, Blake Fielder-Civil, y de la propia Amy, el realizador construye un retrato desolador más allá de la imagen conocida de la cantante.

COMPLEJA PERSONALIDAD El documental comienza con unas imágenes rodadas en vídeo casero durante el cumpleaños de una de sus amigas cuando Amy solo tenía 14 años, pero en las que ya se intuye una personalidad compleja. Con una voz espectacular, más propia de cantantes negras de jazz, la inglesa estuvo obsesionada desde muy joven con ser una buena intérprete de ese género de música, el que más le gustaba.

Vivió como una especie de traición el tener que componer y cantar temas mucho más pop, pese a que los arreglos hacían que su voz sonara espectacular e hiciera de esas canciones un género en sí mismo. Amy Winehouse era una persona fuerte y débil al mismo tiempo, dependiente del cariño y la atención de los demás, bulímica, drogadicta y alcohólica, que llega a confesar a su amiga Juliette en una imagen recogida en la película que “el mundo es un rollo sin drogas”.

Confesiones como estas hacen de la cinta de Kapadia un documento único para acercarse a la personalidad de la cantante, que entonó su última canción en 2011.