Vitoria - Se confiesa perfeccionista hasta el extremo. Y admite que le cuesta demasiado decir que no. Por eso, aunque a Mary Zurbano no le gustan mucho las entrevistas, acepta la conversación. Sobre la mesa, un par de cafés y la cultura como camino para las palabras.
Me cuesta encontrar una forma de definir lo que hace.
-Suelen decir lo de artista multidisciplinar cuando uno no sabe cómo definirse. Pero es que tampoco necesito definirme. No tengo una línea. Soy un culo inquieto que hoy puede estar aquí y mañana en otro lado distinto. Tengo que estar en todo, probar de todo y además soy atrevida. Sin embargo, la gente sí necesita definirme. Y cuándo me preguntan: ¿qué haces? Es que yo hago y nada más. Tampoco me considero una performer, me parecería un atrevimiento. Igual que decir que soy una poeta. No sé, tal vez, creadora. Podría ser un término.
Fuera de encasillamientos.
-Por supuesto. No doy opción a que nadie me encasille.
¿Por qué esa necesidad de involucrarse en tantos proyectos tan distintos entre sí?
-De pequeña ya era así. Supongo que todo viene de cuestiones familiares. Tienes un padre demasiado dominante, estricto e incluso podríamos decir machista. En tu casa ves movimientos raros, sobre todo en las mujeres. Y a partir de ahí empiezo a notar que eso no me interesa en absoluto. No quería ser eso que me decían de una mujer de provecho. ¿Qué es eso? De hecho, tengo 51 años y todavía no lo entiendo. Así que tenía la necesidad vital de rebeldía. Lo mismo que me ha dado por la cultura, podía haber terminado en una selva. La vida en sí misma no me basta.
El primer paso a la hora de formarse fue...
-Empiezo con la interpretación. Hace como unos cuatro o cinco años escribí un monólogo para mí en el que empezaba diciendo que quería ser santa y chico. Por un lado, quería salvar el mundo y, por otro, pensaba que siendo hombre se me abrían más posibilidades. Me he formado mucho fuera, he conocido a maestros fantásticos y maravillosos dentro del mundo de la escena. Desde pequeña, quería vivir otras vidas, supongo que para escapar. Me cuesta estar aquí, vivir de esta forma en la que sabes que cada día que pasa es dar un paso más hacia la muerte. Tampoco me quiero poner trascendental, pero es lo que sentía. De hecho, he pasado épocas un tanto depresivas por esa angustia vital. Desde ahí, desde esas premisas, empecé en la interpretación.
¿Qué aprendió en esos viajes?
-A convivir, a conocer otras maneras de pensar, a tener que aprender a estar con otros. Soy mandona, bastante intolerante en muchos casos pero también muy justa en otras cosas. Me gusta imponer mi criterio y soy muy perfeccionista, y ése es un gran defecto. De hecho, me ha ocasionado muchas complicaciones porque no dejas que los demás hagan nada, no delegas, te agotas. Pero, bueno, poco a poco he ido aprendiendo, limando eso. Así, he ido sumando a personas en mi mochila a las que sé que puedo recurrir cuando necesito hacer una determinada pieza. He aprendido a pedir, incluso a decir no.
Viajes que le llevaron a...
-Cuando tenía 35 años, o algo así, fue cuando empecé en esto. Primero fue en Vitoria, con mis primeros pinitos. Pero luego me convertí en una cursillista profesional. Era curso que veía, ahí que acudía. Fuera en Madrid, en Granada con la compañía Lavi e Bel, en... Y he conocido gente a la que luego he podido invitar a venir a Vitoria.
En casa, poco.
-Hombre, aquí tienes espacios como pueden ser el Taller de Artes Escénicas y Ortzai, pero creo que están un poco encasillados. Traen profesores de fuera, pero no se puede comparar con lo que te puede ofrecer Madrid o incluso Bilbao.
¿A veces no tiene la sensación de estar en demasiados sitios y no llegar a todo?
-Siempre. Tengo muchos frentes abiertos y sufro porque no puedo llegar a todos. Además, ese problema que tengo con la perfección me genera una angustia constante. Llego a casa y me dan ganas de llorar, me desespero. Y aunque me proponga que ahora tengo que pararme, no puedo. Es algo que no consigo. Bueno, eso hasta que toco fondo y me paro del todo. Por ejemplo, de Poetas en Mayo, que he hecho muchas cosas, he salido con una anemia. Pero luego vuelvo a resurgir y volver a empezar. Y aún así, tengo la sensación de que no estoy haciendo nada. Creo que es por eso por lo que no puedo dejar de hacer cosas.
Pero ha hecho teatro, cine con varios cortos...
-Va, pero pocos.
... televisión, sobre todo publicidad...
-Muy poco, nada, nada.
... performance...
-Es lo que más he hecho. O tal vez, es en lo que más se me ve porque son piezas raras, extrañas, que no son para un espacio como el teatro. Son performances que no las puedes mostrar en cualquier lado. En esas piezas siempre me arriesgo. Hay un compromiso, siempre, ya sea con la violencia de género o con lo que sea. Me acuerdo, por ejemplo, de No mirarás: el onceavo, que hablaba de todos los estímulos externos que tenemos para no ver y yo me pinchaba en directo, tenía una aguja. Me comprometía con eso. Una obra de teatro tiene un principio y un final, la gente entra y sale a unas horas fijadas y ya está. En una performance, si de verdad lo es, puede pasar de todo.
Pero eso también conlleva una parte de vulnerabilidad.
-Sí. Luego dice la gente: Mary está loca o es una atrevida. Pero es algo que me piden las vísceras. Si tomas la decisión de montar una pieza, no vas a hacer el tonto. Tengo que conmover o irritar o provocar... lo que desde luego no quiero es adoctrinar ni ser moralista. Y aunque digan que estoy loca, lo primordial es que nadie se quede indiferente ante lo que hago, sea para bien o para mal.
De todas formas, ese es igual un trabajo más en solitario, aunque usted también realiza no pocas acciones culturales en compañía de otros.
-La negociación es a veces complicada (risas). Pero, bueno, acudo con la mentalidad de intentar recibir, aprender. Juntarse siempre es complicado. Las cosas se dilatan y eso me irrita. Siempre estoy diciendo: es tarde. Me puedo levantar a las siete de la mañana, son y media y ya suelto: pero qué tarde es. Pero también he aprendido a lidiar con ello. Incluso he aprendido algo que no me gusta nada, a gestionar, a organizarme con otros.
Y no nos podemos olvidar de que también ha dado pasos en la fotografía...
-Eso es algo que me encanta.
... en fanzines, escultura... ¿Qué encuentra en esos campos que no le da la interpretación?
-Me da creatividad, sobre todo. Un personaje, a no ser que te hagas el guión, es un texto dado y depende el director, tienes libertad para aportar o todo lo contrario. Sin embargo, por ejemplo, la poesía visual es algo mucho más creativo. Nadie te puede poner fronteras. Por eso, en lo que mencionabas, disfruto enormemente y puedo perder la noción del tiempo. Mira, cuando hacía cuero y gané el Premio Blas Arratibel, la pieza con la que conseguí el galardón es que no puedo ni calcular las horas que dediqué. Prefería dejar de comer y de dormir por ese trabajo. Esas cosas son maravillosas, me meto ahí y que nadie me moleste.
Aún con todo, su relación con muchas de las personas que componen el cuerpo cultural de la ciudad es constante.
-Es cierto que soy un poco independiente y no me atraen mucho los grupos. Ayudo en lo que puedo, pero no me interesa estar sólo con unos o con otros. Eso puede dar la impresión de que no paro, y es cierto, pero si ni siquiera vendo mi trabajo. Soy incapaz de hacer eso. ¿Vender algo mío? No puedo.
Pero hay que comer.
-Sí, pero bueno, tampoco como de esto. Últimamente sí que estoy consiguiendo que me paguen algo sin tener que pedirlo. Es una contradicción, lo sé, porque que te paguen es una forma de que valoren lo que haces, pero no sé pedir. A veces da la sensación de que como eres artista, alguien te hace un favor cuando te deja un sitio para que te explayes. No se valora el tiempo previo de investigación, preparación...
Por cierto, en el ámbito de la propia vida cultural de la ciudad, ¿cuál es su visión desde dentro?
-Estas son las preguntas que me generan conflicto porque no sé si me expreso bien. La cultura ha pasado a ser un artículo de lujo, primero porque quien se tiene que dedicar a esto desde las instituciones no apuesta por ello. Además, en Vitoria se hacen muchas cosas gratis y eso hace que la gente se acostumbre y valore menos lo que se propone. Siempre que se pide algo, valoras al artista y a lo que está sucediendo. Hay cursos, por ejemplo, que son gratis y a los que la gente se apunta para luego no ir. De todas formas, existe oferta cultural. Y personas que trabajan mucho y bien. Me puedo acordar ahora de La Monstrenka, Azala o de Baratza, que es un lugar muy comprometido con la creación más cercana. Siempre tienen las puertas abiertas. Sin embargo, vas a pedir al Ayuntamiento de Vitoria un espacio y no te ofrecen nada. Y eso que tenemos los locales Dante, de los que no me puedo olvidar y por los que tengo que dar las gracias. De todas formas, nunca me suelo meter mucho en estas cuestiones. Igual soy un poco cobarde en este sentido.
Si se encuentra con una Mary jovencita que, como usted, tiene el gusanillo dentro, ¿qué le diría?
-Le diría: bonita, me parece muy bien, algo maravilloso porque en la vida hay que sentir en la tripa todo eso que quieres, pero prepárate a sufrir. Adelante, no te pierdas nada. Yo me he perdido mucho. Soy madre, tengo dos hijas y cuando tenía 20 años estaba dando a luz. Mi vida estaba ahí. Y luego vino otra. Una vez que ellas, que ahora son totalmente independientes, me dejaron más libre, dije: sin parar. Pero hay tiempo que no puedes recuperar.