Centrémonos. Como es sabido, dos de las tres religiones del Libro (judaísmo e islamismo) vetan a sus practicantes la carne de cerdo, que, en cambio, el cristianismo permite y hasta llegó a fomentar en el Siglo de Oro español como prueba de identidad de un cristiano. Los semitas, en cambio, prohibieron comer cochino. Tiene bastante lógica la prohibición judía, adoptada en su día por los musulmanes. Ambos pueblos, árabe e israelita, vivían una existencia más bien nómada, en un terreno no excesivamente fértil. El cerdo no les servía para nada. Bueno, sí: para comerlo. Pero nada más. Y encima el cerdo no es herbívoro, no pace ni rumia, sino que es omnívoro, como nosotros, y necesita agua. Hubo, en la Edad Media, unas campañas que conocemos con el nombre de Cruzadas. El teórico objetivo era recuperar los Santos Lugares. Los musulmanes, en cambio, jugaban en casa. Y los judíos asistían más o menos impertérritos a estas cuestiones... salvo cuando los cruzados, para entretenerse, acababan con toda una comunidad judía de paso que iban a Jerusalén. El abastecimiento de un ejército en campaña siempre fue una de las mayores preocupaciones de los estrategas; no bastaba con aprovisionarse sobre el terreno, había que planificar una intendencia. Y los cruzados lo tenían difícil, por no decir que imposible. La principal fuente de proteínas animales de las clases populares europeas era el cerdo. Normalmente, salado, pues se mata en noviembre y las provisiones han de durar todo el año. Así que los cruzados cargaban con toneladas de tocino salado, porque tenían la certeza de que en el territorio al que se dirigían no iban a encontrar ningú cerdo, lo que imposibilitaba ese aprovisionamiento sobre el terreno habitual en campañas cortas.
Claro, el clima del Próximo Oriente no es el más indicado para conservar carnes saladas: se estropeaban, con las consecuencias que pueden imaginarse para la salud de sus consumidores: disentería o hambre. Una elección nada atractiva. En cambio, los musulmanes hacían seguir sus ejércitos de rebaños de ovejas, que les suministraban leche y corderos. El cordero es de frecuente presencia en los textos bíblicos y coránicos. Así que los cruzados tenían carne salada no siempre en buenas condiciones, mientras que los musulmanes disponían de carne fresca. Pero había algo más. Todavía algo más. En varias aleyas del Corán se sataniza el consumo de alcohol: “Satán sólo pretende fomentar la enemistad y la envidia entre vosotros por medio de las bebidas alcohólicas” (Corán, 5, 90-91). Los francos o rumíes, como llamaban a los cristianos los mahometanos, no renunciaban al alcohol ni siquiera en vísperas de la batalla, al contrario. Así que es fácil imaginarse el panorama. De un lado, tropas que defienden su tierra, bien alimentadas y perfectamente sobrias; de otro, los invasores, con problemas gastrointestinales y con unas resacas monumentales, Pasó... lo que tenía que pasar: las Cruzadas fueron un fracaso con consecuencias colaterales.