Resulta inevitable. Miren Arzalluz se para ante el Traje Bar, diseñado por el gurú de la moda francesa, Christian Dior. El diseño, seguramente uno de los más famosos de la historia de la moda, abre la muestra Los años 50. La moda en Francia 1947-1957, que acoge más de un centenar de vestidos, 80 accesorios y otros tantos archivos de una treintena de primeras agujas de la moda, entre los que se encuentran nombres como Balenciaga, Jacques Fath, Balmain o Hermés, además de, por supuesto, de Dior. La exposición, que comparte espacio con el arte antiguo de la pinacoteca vasca, procede del Palais Galliera, de París.

Todo comenzó el 12 de febrero de 1947, en el taller de costura de la Avenue Montaigne. Un grupo de privilegiadas tuvo oportunidad de asistir a uno de los desfiles de Dior, que cambiaría el rumbo de la moda. El mundo acababa de salir de la II Guerra Mundial y se resistía a desprenderse del gris de los uniformes militares. El nuevo look recuperaba una silueta con cintura de avispa, busto alto y prominente, hombros estrechos y caderas redondeadas.

El Traje Bar, que luce un maniquí en el museo, resume todos los parámetros que animaban el espíritu creativo de Dior, en opinión de esta experta en moda. La chaqueta, de shantung en color natural, lleva entretelas de crin por dentro para darle rigidez y ballenas para despegarla de las caderas. La falda negra plisada está confeccionada en crêpe de lana y lleva enaguas de tul para darle volumen.

El modelo se completaba con largos guantes negros y zapatos de salón, con tacón de aguja, que también se pueden ver en una vitrina de la pinacoteca. “En realidad, Dior rescató una silueta histórica fundamental del siglo XIX, con esa cintura ceñida, pecho marcado, cadera ahuecada... Pero en 1947 supuso toda una revolución; era la recuperación del lujo, de la elegancia, del deseo de libertad y de sensualidad, de los que durante tantos años se habían visto privadas las mujeres por la guerra. Curiosamente, muchos han considerado que este nuevo look retrasaba décadas la imagen de la mujer. Yo creo que este tipo de afirmaciones son demasiado simples. Eran las propias mujeres las que se consideraban cómodas con esta moda, no era nada dramático”, explica Miren Arzalluz.

Nada más recorrer unos metros, la comisaria se encuentra con un traje chaqueta del modisto vasco Cristóbal Balenciaga: “La Mujer-Dior no tenía nada que ver con la Mujer- Balenciaga. Balenciaga era la antítesis de Dior, sus diseños eran sobrios, con ausencia de cualquier tipo de artificio, de decoración superflua. Él primaba el corte y era todo rigor, equilibrio y técnica”.

Siguiendo el recorrido de la exposición entre los numerosos vestidos de calle, Miren Arzalluz se para en uno estampado de Madame Carven, una gran modista que se estableció en París en la década de los cuarenta. “Quizás porque ella era una mujer menuda, se preocupaba para que sus trajes sentaran bien a las mujeres de baja estatura; además, se convirtió en la modista de la generación más joven. Sus diseños eran joviales, ligeros; introdujo el algodón y el lino, materiales que en alta costura no eran tan habituales. También utilizaba mucho los estampados florales, como este vestido maravilloso que se expone en el Bellas Artes”. El traje de falda y chaqueta Esperanto, que se puede ver en la muestra, lleva también la etiqueta de Carven.

A su lado, se exhibe el diseño de otra de las grandes modistas, Madame Grès, que se dio a conocer en las décadas de 1930 y 1940 por sus hábiles drapeados, que aplica tanto en sus trajes de noche como de día. En el Bellas Artes se puede ver un vestido de mañana realizado en punto de lana, en el que se marca el pecho con un drapeado, para la colección otoño-invierno 1953-1954. Recientemente, el Grand Palais le dedicó una gran retrospectiva.

Lencería

En una galería contigua, entre cuadros del Renacimiento y del Barroco, se encuentra el vestuario de playa y campo. Las empresas de confección se adueñaron de esta producción y las casas de alta costura desarrollaron líneas adaptadas. Arzalluz elige el vestido Hermeselle, de algodón amarillo de Hermés: “Es alta costura, pero imita un vestido camisero. El estampado sobre fondo claro está pintado a mano. Este efecto visual confiere al vestido su carácter exclusivo. Esta moda estival sirvió también de plataforma experimental y de trampolín para el naciente prêt-à-porter, que se impondrá definitivamente en la década de 1960”.

En el cuadro de Martin de Vos, El rapto de Europa, la princesa fenicia a la que Zeus raptó luce despreocupada su desnudez. A su lado, un maniquí viste lencería lujosa y en las vitrinas se exhiben sofisticados bikinis de talle alto, de la década de los cincuenta. Unos bikinis que, por cierto, todavía no se veían en las playas vascas, a excepción de Biarritz.

Suntuosidad

A Miren Arzalluz le resulta muy difícil elegir un solo vestido de cóctel. Quizás por su significado se inclina al final por Aurore, un traje de noche corto de seda en tonos naranjas diseñado por Yves Saint Laurent para Dior, en 1958. Con apenas 22 años, y después de la muerte repentina de Dior, Saint Laurent presentó ante el público su primera colección llamada Trapecio. “La muerte de Dior fue una gran crisis nacional por lo que suponía para la industria de la moda francesa. El diseñador había construido un imperio a los dos lados del Atlántico y en Francia había una gran preocupación por quién le podía suceder. Al final, fue su delfín, un jovencísimo Saint Laurent. En el Bellas Artes se puede ver uno de los vestidos de cóctel de esta primera colección, que siguió el espíritu de Dior”, explica la comisaria.

También esta experta en moda destaca un vestido de cóctel del modisto Balenciaga, un Baby doll de los años 58. Su radical originalidad anuncia las tendencias reformadoras y simplificadoras de la década de 1960.

“Pero la sofisticación y la suntuosidad en grado extremo se encuentran en la sala que acogen los vestidos de noche. Elegir un solo vestido resulta casi imposible”, en su opinión.

En las galerías se pueden ver, el Première soirèe, de Dior, que lució la actriz Geneviève Page, protagonista de la película Miguel Strogoff. O el vestido Antonia, de satén, con bordados en hilo de seda metálicos y aplicaciones de flores de muselina de seda, diseñado por Pierre Balmain, que rememora los vestidos a la francesa del siglo XVIII. O el traje de baile de tul de fibras artificiales, muselina de seda, perlas de vidrio y resina en forma de granos de maíz, de Jacques Fath. “Estos vestidos se podrían asemejar a algunos de los que se pueden ver en la alfombra roja de los Oscar. Pero solo se asemejan porque ninguno se puede igualar a los que se diseñaban en París en los años cincuenta. Son únicos”, concluye Miren Arzalluz. La exposición permanecerá en el museo hasta el 31 de agosto.