Lo único interesante de La mujer de negro 2 se disipa poco después de comenzar. Cuando acaban los créditos iniciales se impone que, en esta entrega, ha desaparecido todo aquello que de interés hizo que la anterior Mujer de negro sirviera para creer que el viejo espíritu de la Hammer había renacido. Entre otras apreciables virtudes, La mujer de negro servía para que Daniel Radcliffe apareciera como un actor interesante más allá de Harry Potter. Mezcla del terror japonés y el gótico europeo, el filme precedente, dirigido por James Watkins (Eden Lake), era un preciso y bien equilibrado ejercicio al mismo nivel al menos que el mostrado por cineastas como Amenábar (Los otros) y J.A. Bayona (El orfanato).
No repite James Watkins al frente de la dirección y su sucesor, y Tom Harper no aporta nada extraordinario en la dirección de un guión simple y maniqueo. Todo se abona al mundo de lo previsible. Las formas son correctas pero el guión carece de interés. Hueco, retórico y sin capacidad de fijar la atención, La mujer de negro: El ángel de la muerte semeja mirar, como su precedente, a algunos de los referentes del terror hispano. Aquí no es Amenábar ni Bayona sino el Guillermo del Toro de El espinazo del diablo quien parece asomarse lejanamente a su argumento. Ambientado en la Segunda Guerra Mundial, en un mundo aterrorizado por los bombardeos, un grupo de niños acogidos en una residencia lejos de la ciudad se enfrentará a un miedo más espeluznante. Ya no es el fuego que viene del cielo, sino el horror que les aguarda en un mundo subterráneo presidido por un escenario operístico. Lo mejor del filme descansa en esas pinceladas del paisaje, en esas aguas que sumergen el camino, en una atmósfera plenamente romántica a la que, en esta segunda ocasión, nadie alcanza a imprimirle la tensión suficiente. Ni los niños actores se encuentran entre lo más afortunado, ni entre los adultos aparece ese personaje capaz de imprimir un poco de vida a un filme que carece de aliento desde su primer minuto.