Vitoria - Como directora y actriz. Así se muestra en este inicio de año Blanca Portillo, una doble faceta que el público alavés va a poder disfrutar.
Empieza el año desdoblándose.
-Sí, esto ya es el colmo de los colmos, porque cuando estás trabajando los espectáculos no piensas en cómo va a ir la cosa luego. Tengo un poco de susto porque por una parte pienso en si se van a saturar (risas), aunque, por otro lado, tengo un enorme deseo de satisfacer y convencer al público con las dos cosas.
Un doble examen el suyo ya que aparece tanto en su papel de actriz como en su faceta de directora. ¿Cómo se pueden compaginar las dos acciones?
-Las tengo bien separadas aunque creo que una nutre a la otra. El hecho de dirigir y producir te permite tener una visión global del espectáculo, ver la dificultad que genera lo que finalmente ves sentado en un patio de butacas. Eso hace que luego en mi trabajo como actriz, en lugar de mirarme el ombligo, algo que los actores hacemos muy a menudo, te des cuenta de que hay un montón de elementos más. Cuando soy actriz me dejo dirigir con infinita facilidad, me pongo al servicio de la idea de un director. No me autodirijo porque las decisiones del director para mí son sagradas. Y cuando dirijo, mi actriz se queda dormida e intento no decirle a un actor cómo lo haría yo.
¿Cuál ha sido su aportación personal a esta María que alza su voz?
-El actor es un ser creativo por excelencia. Yo intento serlo y aportar todo lo que puedo, pero sin llegar a ser directora, aportar a la idea del director una creación particular y eso ha sido lo que he hecho con Agustí (Villaronga). Él plantea unos términos para trabajar y yo he sacado todo el material que tenía y lo he puesto a su disposición para que él vaya eligiendo lo que le parece bueno o interesante.
Digamos que ha sido moldearlo...
-... juntos, sí, y ese es el trabajo ideal. Que el resultado sea siempre un pacto creativo entre el director y el actor, ese es el personaje bien hecho.
Ha afirmado en numerosas ocasiones que se acerca a los personajes “pidiendo permiso, de puntillas”.
-Claro. No puede ser de otra forma.
¿Y cómo se ha acercado a María?
-Exactamente así, con muchísimo cuidado y respeto. Es un personaje que está absolutamente presente en el imaginario colectivo. Es decir, no hay nadie que no sepa quién es. ¡Cómo no te vas a acercar de puntillas a un personaje así! Además nunca había tenido voz, nunca la he visto hablar. Por encima del personaje público, cuando descubres a la mujer te enamoras de ella absolutamente. Esta María me resulta profundamente cercana, la entiendo y comparto su pensamiento y su forma de sentir. Ha sido un encuentro muy positivo, ella llevaba más de 2.000 años sin hablar (risas) y estaba esperando que alguien le prestara su cuerpo y voz.
Habla de una María madre que sufre tremendamente por su hijo. ¿Cómo afronta un personaje tan profundo, tan lleno de dolor?
-Esa es la clave del actor, tener la capacidad de comprender lo incomprensible. Es una facultad que todos tenemos pero no todos desarrollamos, porque nos cerramos a entender ciertas cosas. Nuestro trabajo como actores es bucear ahí y descubrir en nosotros aquellas cosas de un personaje que nos parecen imposibles. Yo no soy madre, pero puedo entender lo que puede significar que maten así a tu hijo... ponte ahí un minuto y te entran una ganas de llorar horrorosas. A partir de ahí hay que empezar a trabajar, quererla y empatizar con ella.
Absolutamente sola en el escenario, pero arropada por el público.
-Sí, porque los espectadores tienen un papel importantísimo. El diálogo con ellos es permanente, pero siempre como individuos. Es decir, no hablo al patio de butacas, sino a personas concretas. Cuando el espectador entra en el mundo de María, viaja y dialoga con ella, yo he visto respuesta en los ojos de los espectadores, un diálogo real. Hay días que hacen espléndidas funciones y se portan maravillosamente bien (risas).
Pero en Vitoria, antes, va a estar detrás del escenario para dirigir ‘Don Juan Tenorio’, con un personaje al que afirma detestar.
-No me interesa nada. Y precisamente lo más interesante de ese personaje es que no me interesa. La obra le da una vuelta a ese Tenorio pseudorromántico y galán que está en el imaginario de este país, a ese machismo. Es un mal tipo y quiero denunciarlo porque es la representación de algo que aún hoy está en la calle.