Madrid - Dar el nombre a un perfume es una de las licencias más habituales de los diseñadores, una herramienta para llegar a más clientes y saltar al mercado extranjero, con la que la moda española busca un balón de oxígeno económico, creando desde sábanas a calcetines, gafas o baldosas. Así lo aseguraron Roberto Verino, Ágatha Ruiz de la Prada y Roberto Torretta, que afirman que el control que mantienen sobre sus licencias es “muy intenso” y les genera tanta responsabilidad como lanzar su propia colección.
Un porcentaje muy alto del volumen de negocio de los modistos se concentra en la diversidad de licencias; en el caso de Ruiz de la Prada se eleva al 95%; Verino lo cifra en el 10%, mientras que para Torretta es el 70%. “Cuando comencé como diseñadora, nadie esperaba que fuera a vender y ahora soy la que más vendo”, precisó con humor la diseñadora pionera en este ámbito, con cincuenta licencias distribuidas en 120 países. “Son un buen punto de partida entre la industria y el diseño”, afirmó Torretta, aunque tras ellas “hay también una gran cantidad de fracasos”, apostilló Ruiz de la Prada. “Deben salir en el momento adecuado; si entra alguna duda, mejor no hacerlo. No augura nada bueno”. Para Verino, una licencia es “como una relación de pareja”, una transacción en la que “ambas partes tienen que ganar”, señaló el modisto gallego, quien asegura que cualquier producto que no esté hecho con rigor “no va a triunfar y deteriora la imagen de marca”. “La protección de la marca no es negociable”, manifestó con contundencia Torretta, que cuenta con varias licencias (vajillas, gafas, joyas y una segunda línea de moda hombre, mujer, infantil y baño) en 11 países. Se puede tardar años en remontar y ganar de nuevo confianza en tu marca, advierte Torretta; por eso, “industria, diseño y marca” deben ir de la mano, dijo Verino, al tiempo que incidió en que “sorprender, emocionar y seducir” es un reto.
Una cuidada atención al producto final, el volumen de ventas pero, sobre todo, la distribución, forman parte del exhaustivo control que los diseñadores ejercen cuando ceden su nombre. “Se suele pensar que el diseñador toca el cielo y no se ocupa de las ventas ni del cliente”, pero las licencias le permiten entrar en todos los hogares, y eso añade un plus de responsabilidad. “Dejas de ser inalcanzable”, señaló el diseñador gallego, que tiene tres licencias (interiorismo, perfumes y gafas) distribuidas en más de cien países.
De la Prada, a punto de conmemorar quince años de la apertura de su tienda en París, recordó el papel que jugaron sus licencias: “No fue fácil abrir mercado, pero las colaboraciones con firmas francesas, con muy buen posicionamiento de marca, ayudaron bastante a que el público nos conociera”. - Efe