En una breve secuencia, cuando la película ya ha mostrado su verdadera razón de ser, un Dickens adúltero discute con su joven amante, a la que le pasa 30 años, en las escaleras del exterior de la vivienda de ésta. Ella ya sabe que su destino será la invisibilidad al servicio del inmenso talento del autor de Historia de dos ciudades. Entonces irrumpe en la escena un agente alertado por la discusión y se dirige a Dickens para preguntarle si le está importunando la "jovencita". Que esa pregunta provoque una sonrisa de incredulidad en el espectador, levanta escalofríos y desvela los propósitos de Ralph Fiennes. En Coriolanus, su primer largometraje como director, Fiennes se cuestionaba, con la ayuda de Shakespeare, la incertidumbre de un hombre que se debate entre el perdón y la venganza. Aquí lo que está en juego es la condición femenina y la asfixia de las convenciones.

Basada en una novela, Fiennes despliega su talento para la puesta en escena. Un montaje articulado en saltos temporales, como un mosaico en el que, pieza a pieza, se va construyendo la personalidad de sus personajes, cultiva un tono sobrio y vibrante; una suerte de doble salto mortal. Por un lado, nos da noticia del genio de Dickens, de su apabullante poder de convicción, de su habilidad para encantar a la audiencia. Del otro, muestra el destino sin futuro de una lectora enamorada. Ya lo saben, detrás de un gran hombre hay una mujer asombrada.

Una relación desigual que alcanza límites insoportables toda vez que en ella y con ella, vemos la servidumbre extrema de la mujer victoriana. Con secuencias desconcertantes y con relámpagos visuales, como el accidente ferroviario; con pliegues precisos, sutiles, puro damasquinado sentimental, The invisible woman incide en mostrar la monstruosa e ignominiosa condición de la desigualdad sexual; esa que concede a un hombre bueno lo que le usurpa a una mujer extraordinaria.